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La aldea militar: una etnografía del Estado (de sitio)
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l colega Yuri Escalante Betancourt ha escrito un ensayo con este perspicaz título, publicado por Primero Sueño Editora (2024), en el que explora y analiza las secuelas de la actividad castrense en los cuerpos y las mentes de los sujetos pacificados, en el contexto del proceso de militarización y militarismo iniciado en México por los gobiernos anteriores, intensificado por el actual, y con signos de continuidad con el que viene.

Esta investigación se desarrolla no a partir de la especulación meramente teórica, sino con base en casos recolectados en el terreno, en un primer término como estudiante de antropología, y, posteriormente, como profesional en ese campo y en trabajos de peritaje en la Sierra Madre Occidental (Durango) y Oriental del país (Veracruz).

Escalante inicia su texto rememorando los orígenes de nuestra disciplina antropológica, como instrumento de las conquistas coloniales y la imposición, en el ámbito mundial, de las relaciones de explotación y saqueo imperialistas, y, en particular, la vinculación estrecha entre antropología y militarismo en el trabajo de campo, “posibilitando la acumulación originaria del conocimiento etnológico. Tal es el sello de muchas exploraciones etnográficas, efectuadas a la sombra de los ejércitos colonizadores. Podríamos decir que el trabajo de campo tiene como mito de origen la incursión militar. No obstante, lo anterior –señala el autor–, los antropólogos seguimos describiendo aldeas pacíficas e idílicas.”

Relata, con lograda ironía, sus sueños iniciales, como antropólogo, de encontrar su aldea exótica, aislada en el tiempo y en el espacio, y su obsesión, en 1987, por realizar una investigación sobre la mitología del pueblo tepehuano, así como su sorpresa, al llegar a San Francisco Ocotlán, Durango, al encontrar que sus pobladores habían huido al monte, como era habitual cuando ocurría un operativo militar.

Tras varios intentos fallidos de buscar cosmogonías y hierofanías de la nación tepehuana, señala que sólo había encontrado “santolatrías y hagiografías relacionadas con guerras, violencia y muerte. Narrativas de ejércitos, batallas y resistencia armada […]. Mi sueño antropológico se convirtió, por enésima ocasión, en una pesadilla de armas, persecución, militarización y muerte […]. Con el retiemble en sus centros la tierra, fue como la ilusión de mi aldea pacífica se fue convirtiendo en una aldea militar y la investigación sobre cosmogonía en una escatología. Más que Génesis, un Apocalipsis”.

Ya como trabajador del Instituto Nacional Indigenista, en 1990 regresa a la Sierra Tepehuana, atestiguando la presencia, de nueva cuenta, de las fuerzas armadas, que se justificaba, en esta ocasión, por la emergencia de un brote epidémico de sarampión, lo cual acentuó la imagen del Ejército ligada a la mortandad y la enfermedad, así como a relatos y pruebas de los ataques de la Fuerza Aérea en el corredor de Llano Grande a Canoas, camino a los Altos de Jalisco. Todo esto ocasiona huellas en la memoria colectiva que se han trasformado, de una ocupación física a una ocupación mental, de una invasión presencial a otra sicológica, que pasa del recuerdo y la narración, al padecimiento y la enfermedad del alma.

En la parte dos del ensayo, titulada El susto uniformado. Veracruz. Siglo XXI, el autor analiza, a partir de Walter Benjamin, un continuum de violencia y estado de sitio, donde la violencia ya no es la excepción, sino la regla. Un estado cotidiano de susto y de sueño aterrorizado, producto del cercamiento y hostigamiento militar.

En este contexto, tiene lugar, el 8 de febrero de 2007, la violación tumultuaria por militares de Ernestina Ascencio, una campesina de 73 años, quien es abandonada a su suerte, ultrajada y herida de muerte. Su caso, radicado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, fue encarpetado por órdenes de la Presidencia de la República, con la complicidad de las autoridades ministeriales. El autor confirma que los abusos sexuales forman parte de una estrategia de las instituciones castrenses, que protegen y encubren a los perpetradores, concluyendo que el susto militar o el espanto militar, ya podemos llamarlo así desde ahora, ronda en el aire e invade la noche. La violencia de la militarización se expande y ocupa los espacios sociales, corporales e espirituales.

Escalante sostiene que la antropología ha invisibilizado la militarización, sustrayéndola y ocultándola del reporte etnográfico. Por ello, en el presente resulta necesario recomponer la mirada antropológica para evitar la atrofia de su metodología, orientada, lastimosamente, a comprender el orden cultural más que al desorden estatal, a idealizar lo armónico del pasado, en detrimento de lo anómico del presente.

En coincidencia con Yuri Escalante Betancourt, recomiendo que este magnífico ensayo sea leído, examinado y debatido por quienes en el gremio pugnan por otra antropología.