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Economía moral

Márkus, reificación y las antinomias de su superación / III

L

a ambigüedad resultante de ‘naturalizar’ el contenido material y ‘fenomenologizar’ la ‘forma social’, continúa György Márkus (GM) en Language and Production. A Critique of the Paradigms (1986), está también conectada con la tendencia de Marx a considerar el proceso de trabajo, como ‘contenido material’ del proceso de producción, no sólo como un proceso entre el hombre y la naturaleza, sino como un proceso natural (como una interacción puramente física entre elementos naturales, caracterizables completamente en términos de ciencias naturales), lo que subvierte el significado de trabajo como objetivación, ya que deja de concebirse como una actividad humana constituida por reglas sociales. De esta manera, según GM, Marx habría transformado, al menos en El capital, al trabajo en una actividad enteramente prescrita por leyes naturales, mientras el carácter de actividad regida por reglas de la conducta humana aparecería como falsa conciencia, escondiendo y mediando su determinación natural. Esta tendencia naturalista está ligada al finalismo histórico, sostiene GM, ya que Marx concibe que el concepto abstracto de trabajo alcanza su verdad práctica sólo en el capitalismo, es decir se convierte en lo que siempre fue en la noción: un ejercicio de los poderes naturales del organismo humano en correspondencia directa con leyes objetivas de la naturaleza con el fin de transformar los materiales naturales de manera útil. Aunque Marx es consciente de los efectos deshumanizadores y del carácter artificial de la reducción de las funciones complejas del trabajo, piensa que, con ello, se descubren las pocas formas fundamentales de movimiento que caracterizan a las actividades humanas. Mediante esta interpretación fisiológica del trabajo simple en el capitalismo, Marx no sólo destaca su carácter históricamente progresivo (la emancipación del proceso productivo de los límites personales de la fuerza de trabajo humana), sino que transforma la dirección general del progreso técnico efectuada por el capitalismo en un progreso antropológico indisputable e inmodificable. A esta tendencia a la naturalización del contenido corresponde la de fenomenologización de la forma social –la tendencia a describir los mecanismos e interconexiones del modo de producción como fenómenos superficiales. Esto lleva a Marx a igualar en algunos puntos la forma social del producto, por ejemplo la forma de valor de cambio de la mercancía, con la forma imaginaria de su existencia. Las diferencias en el tratamiento de la competencia en los Grundrisse y El capital ilustran esta tendencia. En el primer libro, la competencia es todavía la naturaleza interna del capital, su naturaleza esencial, pero en el segundo pasa a ser parte de la esfera de las apariencias. La noción de apariencias introduce la dificultad teórica hegeliana de una objetividad que es al mismo tiempo ‘no real’, sino ‘falsa’, y plantea preguntas muy preocupantes sobre el estatus de una teoría que, en nombre del conocimiento del futuro procede a tratar las situaciones vitales inmediatas como ilusorias, como falsa conciencia. Todas estas dificultades se expresan de manera concentrada en la teoría marxiana del fetichismo, dice GM, sin explicar el sentido de esta afirmación.

GM advierte que estas son sólo tendencias compensadas por otras señaladas antes, lo que convierte la crítica central en la presencia de ambigüedades referidas al marco conceptual del pensamiento de Marx, incluyendo el paradigma de la producción (PP). GM recuerda que ha tomado como elementos centrales de este PP la conceptualización de la producción como unidad de dos procesos –el proceso técnico del trabajo como objetivación de N y C, y el de la reproducción (y cambio) de las relaciones socioeconómicas como ‘materialización’ de una forma social. Marx caracteriza esta unidad como la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Estos términos, sin embargo, enfrentan también una ambigüedad inherente, dice GM, quien se pregunta si se trata de la dicotomía entre lo técnico y lo social expresada ahora no en términos de procesos, sino de estructuras, es decir, de elementos y sus combinaciones, como argumenta Althusser. La noción de fuerzas productivas busca, dice GM, aislar conceptualmente aquellos resultados (objetivos y subjetivos) que son acumulados de manera continua. En este sentido, las fuerzas productivas designan, en efecto, lo técnico. Esta interpretación, sin embargo, es inadecuada para dar cuenta del uso que hace Marx del concepto para analizar el desarrollo histórico del capitalismo, que se funda en el supuesto de que las formas específicas de relaciones entre los productores (cooperación, en general las interconexiones sociales del trabajo en el proceso directo de trabajo) constituyen una fuerza productiva sui géneris. Surge entonces el problema de los criterios para distinguir entre la división técnica y la división social del trabajo, ya que la primera es parte evidente de las fuerzas productivas y la segunda de las relaciones sociales de producción. GM refrasea lo anterior para señalar que hay dos nociones de fuerzas productivas en Marx: 1) en explicaciones teóricas generales, como resultados sustanciales y subsistentes de prácticas precedentes que están presentes como potencialidades dadas; y 2) todos los elementos y condiciones del proceso de producción, cuyo cambio tiene un efecto directo en la productividad del trabajo. Ambas, dice GM, son inadecuadas para las propias intenciones teóricas de Marx, lo que lleva a su constante sustitución. GM rechaza la primera porque, argumenta, el propio Marx insiste en que debemos distinguir entre la productividad incremental debida al desarrollo del proceso social de producción, del que obedece al cambio en la explotación capitalista del trabajo. La segunda definición la rechaza argumentando, correctamente me parece, que ni los ‘medios de producción’, ni las ‘habilidades laborales’ constituyen, cada uno en sí mismos y de manera aislada, elementos potenciales. Para serlo tienen que corresponder el uno con el otro y esta correspondencia no es meramente técnica, pues lo que cuenta como movilizable para fines productivos varía entre diversos organismos sociales. Además de los problemas teóricos, añade GM, la solución marxiana del problema de la reificación, presupone como proyecto práctico una sociedad que superaría la reificación al separar institucionalmente la administración de las cosas de la autoadministración de las personas. Esta concepción del socialismo, comenta GM, lo transforma en una utopía remota, pues sólo puede ser realizada en una sociedad donde prevalezca la absoluta abundancia (¿?). Cuando no ocurre así, la administración de las cosas termina siendo también el gobierno sobre los hombres, una influencia no controlada sobre las metas del proceso social de producción. GM parece concebir la idea de absoluta abundancia como un imposible, porque implícitamente asocia N literalmente ilimitadas con requerimientos de bienes también ilimitados. Se le escapa la noción de que las N son saciables y que el tiempo para consumir está limitado por las horas del día. Al respecto es mucho más clara Agnes Heller que distingue N alienadas que son insaciables (dinero, fama, poder) de las N no alienadas que son saciables.