París. En la isla de San Luis, en pleno centro de París, los residentes se amoldan a los preparativos de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, con una mezcla de fastidio y resignación ante los obstáculos y la limitación del acceso.

Tenemos la sensación de estar encerrados, denuncia Aissa Yago, residente de la zona.

En el muelle de Béthune, una irritada automovilista preguntaba por dónde podía continuar su camino a unos agentes de policía, generando un pequeño coro de bocinazos.

Del otro lado del río Sena, mientras tanto, ya se encuentran instaladas las gradas para la ceremonia de apertura del 26 de julio. Mañana se activarán los perímetros de seguridad y para entrar en la isla de San Luis será necesario mostrar un código QR, disponible únicamente por causas justificadas, como la necesidad de acceso al lugar de trabajo o a una vivienda.

Algunos habitantes obtuvieron su pase, pero Yago afirma que no lo ha recibido pese a haberlo solicitado. Simon, un comerciante, dice comprender la necesidad de las medidas de seguridad. Pero ocho días sin que los turistas puedan acceder me parece un poco duro.

En vez de la fiesta que les prometieron, el joven lamenta que todo lo que se ve por ahora es una pérdida de volumen de negocio en la isla, barrio histórico y distinguido de París.

No hemos trabajado en todo el mes de julio, es un desastre, comenta la gerente de una cafetería, delante de su local vacío. “La gente de la plaza ha dicho 'nos vamos porque no queremos estar aquí para los Juegos'", afirma.

El adjunto responsable del comercio del ayuntamiento de París, Nicolas Bonnet-Oulaldj, afirmó el viernes que comprendía el enojo de los vendedores, tras la instalación de 44 mil barreras que garantizarán la seguridad durante los Juegos Olímpicos.

Las asociaciones advierten desde hace meses de la limpieza social en la capital y de las expulsiones de París de personas sin hogar.

”Seguimos realizando operaciones para acoger a las personas que están en la calle”, se defendió el prefecto regional, Marc Guillaume.