l Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue una escuela de cuadros, una universidad de la política y, tal vez, el engrane más acabado del sistema político mexicano en el siglo XX. Una organización que sintetizó las ideas del movimiento revolucionario, le dio cauce y orden a los diferendos políticos, y sí, creó instituciones que le siguen sirviendo a México. El PRI fue más que un partido político. Fue ágora, lugar de debates, causa común y, como partido en el poder y desde la hegemonía que supo entender los tiempos y abrirse a la competencia democrática, forjador, en buena medida involuntario, de su propia oposición. El PAN surge para combatir al cardenismo, el PRD como escisión al PRI, por mencionar a quienes terminaron siendo incómodos aliados en la pasada elección. El PRI era un lugar que emanaba poder, siglas que significaban algo, y que con la lógica de una organización sectorial, obrera, campesina y popular, le dio armonía a las profundas diferencias entre sus militantes. Un partido variopinto con una sola idea sobre el papel del Estado, del bienestar social, de la economía y las relaciones internacionales. Un partido que, pese a sus defectos, tenía claro qué defendía y para qué lo hacía. Partido forjador de talento y de carreras políticas; hay que decirlo, porque conozco y conocí a muchos grandes hombres y mujeres de Estado con profundo amor a México.
Ese PRI fue el resultado, como la roca después de una erupción volcánica, de la lucha revolucionaria y sus ideales. De la disputa fratricida posterior y del invento genial del general Plutarco Elías Calles de reglas que no acotaban el poder, sino el tiempo para ejercerlo. El PRI enarboló, en diferentes momentos, el reparto agrario, la creación de toda la red de seguridad social del país, la industrialización y crecimiento económico y, también hay que decirlo, debió enfrentar en los años 70 y 80 las crisis más profundas y autoinfligidas de las que tengamos memoria en el México moderno. El PRI fue muchas cosas, como la lógica implica en décadas de ejercicio del poder, pero era el PRI. Era el rival a vencer, el sinónimo de la operación y el entendimiento de la política, el partido que convocaba a políticos profesionales y promovía, en los hechos, la institucionalidad que lleva en el nombre. Y duele hablar del PRI así, en pasado, como vestigio de otro tiempo, porque la historia de México tiene un lustroso y largo capítulo escrito por el Revolucionario Institucional. Un partido que lo era todo, menos irrelevante. Un partido que podía generar amor y odio, pero no indiferencia. Una organización política que pesaba y se hacía sentir en cada colonia, distrito y municipio del país, y que hoy, tristemente, recorre silenciosamente el camino al empequeñecimiento, hacia la irrelevancia testimonial, al final, inmerecido, a pocos años de celebrar el centenario de la fundación del PNR, su predecesor genético.
¿Qué debate podemos tener en ese contexto los que hemos abrazado la causa del PRI?, ¿a quién importa, a quién fortalece ese debate tras la hecatombe electoral y renovación de la dirigencia? Muchas veces, en particular en 2000, se dijo que el PRI estaba herido de muerte. No, no está herido demuerte, está herido de irrelevancia, de pequeñez. Algo inmerecido para el mecanismo que permitió evolucio-nar de una guerra civil a un país en paz y desarrollo, que legó, pese a sí mismo, una democracia imperfecta, pero democracia al fin. Un partido que, en el pináculo del poder y la hegemonía, cedió, abrió espacios, hizo partícipe a la oposición de esa idea imperfecta de democracia. No, el PRI no está herido de muerte, está en un coma inducido por su propia dirigencia, que lo reduce a un instrumento burocrático, sombra de lo que fue e indigno portador de su historia.
El México del siglo XX, el siglo del PRI, es profundamente distinto a nuestra realidad. Una realidad que, por lo visto, no hemos acabado de entender ni asimilar. Lejos del penoso espec-táculo que ha sido el debate
priísta de los días recientes, el verdadero reto es reconstruir el centro político, vacante y subestimado, para darle paso a nuevas generaciones con opciones ciudadanas en democracia. Reconstruir el centro político será más fácil que reconstruir al PRI. Reconstruir al centro político es una discusión de futuro y en plural, mientras el debate del Revolucionario Institucional es, tristemente, una discusión en pretérito y en singular.