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Caminos cruzados
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▲ Fotograma de la cinta Caminos cruzados, del realizador sueco de origen georgiano Levan Akin.
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inco años después de su exitosa cinta Al final bailamos ( And Then we Danced, 2019), el realizador y guionista sueco de origen georgiano Levan Akin ofrece en Caminos cruzados ( Crossing, 2024), un doble tributo cinematográfico: por un lado, al triunfo de la tolerancia sobre el oscurantismo en materia de diversidad sexual, y por el otro, a la ciudad de Estambul, intersección cultural cosmopolita entre una vibrante modernidad occidental y el persistente apego a las tradiciones más conservadoras. Es en ese lugar y en la época actual en que se desarrolla la historia de Lía (Mzia Arabuli), una mujer sexagenaria, maestra jubilada de historia, que busca en la ciudad georgiana de Batumi informes sobre su sobrina Tekla, quien tuvo que abandonar su casa por el rechazo de sus padres a su condición de mujer transexual. Allí Lía descubre que la joven vive ahora en Estambul y decide partir en su busca en compañía de Achi (Lukas Kankava), un chico de 20 años, despierto y acomedido, que se propone acompañarla y servirle de intérprete en la ciudad turca.

El mundo que descubren la maestra y su acompañante es para los dos alucinante. La ciudad deslumbra y entusiasma al joven Achi, en tanto Lía vive la experiencia sumida en la perplejidad. Ninguno de ellos habla turco, pero el inglés incipiente del joven permite algo de comunicación. Juntos incursionan en un barrio bullicioso poblado de gays y prostitutas, muchas de ellas transexuales, donde nadie parece saber algo del paradedero de la misteriosa Tekla. La dinámica del azar, presente en el título de la cinta, comienza entonces a operar muy en el estilo del cine del germano-turco Fatih Akin ( A la orilla del cielo, 2007) con la irrupción de un nuevo personaje clave, la abogada Evrim (Deniz Dumanli), quien llega a Estambul para iniciar una lucha por los derechos de las personas trans al lado de la asociación local Pink Life. La conexión providencial entre estos tres personajes acusa más sus convergencias que sus diferencias en apariencia irreconciliables. Lía es una mujer madura y solitaria, de naturaleza escéptica y ruda, que busca a tientas la ocasión ideal para liberarse de un fardo de severidad autoimpuesto; por su parte, una Evrim transexual regresa a Estambul para neutralizar los agravios de discriminación y estigma, dotada ahora de una profesión honorable y útil para su comunidad. El joven Achi tendrá la oportunidad de un aprendizaje liberador al lado de estos dos personajes femeninos.

Hemos visto antes este elogio de la tolerancia que encierra el relato de Levan Akin. Está presente en las miradas que desde su residencia occidental han lanzado ya diversos directores de origen turco o georgiano a la emergencia de una posible era de apertura moral en países con claras derivas autoritarias. Ferzan Özpetek, por ejemplo, cineasta turco, nacionalizado italiano, ofrecía hace dos décadas en Las hadas ignorantes (2001), el esbozo de lo que podía llegar a ser una red de intensa solidaridad en una comunidad LGBT+ unida por embates externos homofóbicos. En un Estambul multirracial y de profesiones religiosas contrastantes, el director de Caminos cruzados muestra ahora no sólo un barrio totalmente alejado del atractivo turístico, sino a una comunidad transexual que abierta y sorpresivamente reivindica sus derechos civiles, lo cual no es poca cosa en la nación islámica de Erdogan. La cinta de Levan Akin no es en modo alguno un alegato militante, aunque sí un relato comprometido con la causa social que une de modo azaroso y emotivo los destinos de sus tres protagonistas. Estambul, dice un personaje, es un lugar ideal para desaparecer. También puede ser el sitio propicio para una liberación inesperada.

Se exhibe en Cineteca Nacional Xoco, Cine Tonalá, Cinemex y Cinépolis.