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La internacional
F

ue noticia que la multitud insumisa celebró cantando La internacional en la Plaza de la República. Se había relegado al tercer lugar a la extrema derecha francesa y el abrupto Nuevo Frente Popular consiguió la victoria sobre el partido gobernante, el de Emmanuel Macron. Pero, ¿qué significa cantar hoy La internacional? La historia de la canción es la del final de la Comuna de París en 1871. Después de 72 días de auto gobierno, de poder anónimo, –el gobierno huye a Burdeos–, más que de ideales, de la existencia misma en operación, como escribió Karl Marx, de afirmación de la política, como escribió Vladimir Lenin, la Comuna es masacrada por el gobierno de Adolphe Thiers. Uno de sus pensadores, el poeta, artesano, y maestro de escuela, Eugène Pottier, escribe la letra en duelo por los 20 mil comuneros muertos y se la dedica a su amigo Gustave Lefrançais, el contador que fungió como secretario de finanzas de la Comuna. Pottier vivirá en el exilio en Boston y Nueva York, y hasta su regreso, en 1888, es que Pierre De Geyter le pone música a su letra y se convierte en un himno de la izquierda en todo el mundo.

El papel de Pottier en la Comuna de París es doble: por un lado, colabora en la renovación de la educación primaria y, por otro, en la formación, con Édouard Manet, Honoré Daumier, Gustave Courbet y Camille Corot, de la Federación de Artistas. La Comuna de 1871 crea la educación pública obligatoria en una ciudad cuyos niños están, en una tercera parte, en colegios católicos, y el resto sin escuela porque son trabajadores. En lugar de enseñarles el catecismo, les enseñaremos el alfabeto de los derechos humanos. Las nuevas escuelas se ponen a la salida de fábricas y en los distritos más pobres. Se mandan quitar las imágenes religiosas y se sustituyen con las de animales y plantas. Pottier enumera los nuevos principios de la educación así: Todo está en todo. Cada uno es capaz de conectar los conocimientos que ya posee con nuevos conocimientos. Todos tienen la misma inteligencia. Los sexos son perfectamente iguales en términos de inteligencia. Aprende algo y relaciona todo lo demás con ello. Emanciparse es una condición de la educación, al igual que crearse un juicio político, y no al revés, cuando la élite imperial pedía certificados escolares para poder votar.

Es una rebelión de obreros, artesanos, pero sobre todo, de mujeres. Quien le informa de cada paso a Marx, la rusa veinteañera Elizabeth Dmitrieff –llamada por Engels, “la hija espiritual de La internacional”–, organizará la Unión de Mujeres que, entre otras acciones, además de la célebre quema de la guillotina delante de la estatua de Voltaire –para eliminar la asociación entre terror y revolución– estructura una red pública de cuidadoras que lo mismo eran niñeras que costureras de los uniformes de la Guardia Nacional, que sellaban costales de arena para las barricadas, y atendían a los heridos. Son también las mujeres las que encabezan la quema del monumento que celebra las conquistas de Napoleón, la Columna de Vendôme, aunque se responsabiliza casi por entero al pintor Courbet, presidente de la Federación de Artistas.

Pottier le dará lectura al manifiesto de la agrupación de los artistas en el anfiteatro abandonado de la escuela de medicina de La Sorbona; los doctores han huido aterrorizados a Versalles: La libre expresión del arte, emancipada de la supervisión gubernamental y de todo privilegio se refería a que ser artista no debería ser sancionado por algún mecanismo legal y, también, a que ya no se prohibieran obras, como fue La ejecución del Emperador Maximiliano, de Manet. Él mismo un diseñador de tapices y telas, Pottier apoya la primera ampliación del arte y la vida: No queremos elevar el nivel artístico sino que el arte esté en todas partes. Por lo tanto, la Federación no hizo ningún juicio estético sobre lo que debería y no considerarse arte, sino que se pronunció más bien por asegurar la libertad artística de todos los comuneros. Los antes considerados artesanos del bronce, la madera, la ropa, la comida, el cobre –fue despectivamente llamada revolución de zapateros, porque 10 mil de ellos acabaron en la cárcel– ahora eran reconocidos como artistas.

Llegamos así a un personaje emblemático de la Comuna. Era un zapatero llamado Napoleón Gaillard, cuya historia es rescatada por Kristin Ross, en Lujo Comunal. Construyó una barricada en la Plaza de la Concordia que tenía dos pisos, escalón a dos aguas, bastión, pabellones y que él consideró una obra de arte, tanto así, que se fotografió frente a ella vestido de gala militar, sombrero y espada en mano. Ross considera que con esa fotografía lo que estaba era firmando su obra. En todo caso, Gaillard es un símbolo de ese lujo comunal, opuesto al de la élite y su acumulación de objetos en casas y museos. Este zapatero, además de inventar los cubrezapatos de hule, que hoy injustamente se llaman Wellington, escribió también un tratado filosófico sobre los pies: Es necesaria la resurrección de la belleza proporcionada del pie clásico, antes de que fuera constreñida al puntiagudo y deformante instrumento de tortura, que es el zapato moderno. Y agrega una consideración política: El zapato debe ser racional, opuesto a la barbarie de adaptar al pie al zapato, y no al revés. Su propuesta, dentro del lujo comunal era usar látex que, además era reciclable porque podía volverse a derretir. Lo útil y lo bello empezaban, así, su lenta revolución y, con ellos, lo que hoy llamamos sustentable, porque la Comuna es origen de la riqueza como proveniente de la naturaleza, que es única y planetaria. Napoleón Gaillard libró la ejecución y la prisión de Nueva Caledonia, y terminó exiliado en Ginebra, Suiza, se hizo miembro de la Internacional Comunista, y administraba con su hijo una zapatería que se negaba a hacer calzado en serie.

Hoy que vuelve a entonarse La internacional en la Francia, es justo recordar el estado de ánimo del lujo comunal que unificó trabajo manual e intelectual, al campo con la ciudad a través de la ecología, la ciudad como obra de arte pública, el fin del nacionalismo para abrazar a los países colonizados y saqueados por Europa, la igualdad como condición y no resultado de la revolución. Como lo escribe la propia Ross: Que las acciones producen anhelos, ideas, sueños, y no al revés.