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Economía moral

Márkus, reificación y las antinomias de su superación / II

G

yörgy Márkus (GM) –en la continuación del capítulo 3 de Language and Production– une el concepto de reificación (introducido en la entrega del 5/5/24) al de alienación, que define como involuntario e inconsciente proceso de socialización, que resulta en el dominio que ejercen los productos de las actividades sociales cooperativas sobre sus productores; al unirlos conforma el concepto de inversión/ transposición de la relación entre sujeto y objeto, que llega a su apogeo en el capitalismo: donde el trabajo vivo es dominado por el trabajo pasado reificado, lo que expresa que los seres humanos asociados no han logrado convertirse en los sujetos reales conscientes de la historia. La indisoluble coalescencia entre lo técnico y lo sensu stricto social no es para Marx, dice GM, un problema teórico, sino una tarea práctica: efectuar una separación donde nunca ha habido una. La economía crítica de El capital entiende el socialismo como la sociedad capaz de hacer esta distinción en la práctica, dividir institucionalmente la postulación de los fines sociales, de la aplicación técnica de los medios necesarios para alcanzarlos. La fórmula de Engels de contraponer la administración de las cosas al gobierno sobre los hombres, dice GM, expresa esto sucintamente. Marx tiene claro, añade GM, que si no se cumple la condición, si la separación de lo ‘técnico’ y lo ‘social’ no se cumple, si subsiste la reificación, entonces el órgano central de administración se convierte en el gobernante despótico de la producción y en el administrador de la distribución. GM retoma la idea de que el materialismo de Marx es de carácter práctico, por lo cual señala que el paradigma de la producción (PP) aparece como un proyecto tanto en el sentido que el trabajo humano sólo puede ser reconocido como actividad genérica desde la perspectiva de la emancipación del trabajo, como en el sentido que la historia sólo puede ser vista como humano-facturada desde el mirador del socialismo. Así como la categoría del ‘trabajo en general’ logra la verdad práctica solamente en el capitalismo, donde el trabajo se convierte en el medio de creación de riqueza en general, la categoría de producción que la teoría crítica (TC) ubica en el centro de sus discusiones, logra la verdad práctica sólo en el socialismo, porque sólo en él, con la eliminación de la reificación, la producción se convierte en el proceso material de la autocreación social, el libre llegar a ser de los individuos mediante su propia actividad consciente. Pero esta formulación, dice GM, sugiere un problema muy preocupante: el carácter teleológico de la visión de la historia que conlleva, no en el sentido de perspectivismo (dependiente de un punto de vista pragmático sobre una posible transformación radical), sino en el sentido de un finalismo directo. GM ilustra este finalismo con frases de Marx referidas a la eliminación, en el socialismo, tanto del velo místico que se asocia con el fetichismo de las mercancías, como con la regulación del proceso total de producción a través del tiempo necesario de trabajo. El socialismo logra así convertirse en la primera sociedad en resolver, de manera universal y adecuada, las tareas generales planteadas a cualquier economía al reducir las actividades materiales productivas a lo que son y siempre han sido: un metabolismo activo y racional con la naturaleza, a actividades técnicas, liberadas de la costumbre y de la dominación social.

Aunque GM señala que no puede explicar que en El capital Marx vuelva –en forma encubierta– a un entendimiento francamente finalista-teleológico que caracterizó a las primeras variantes de TC, señala al respecto: 1) la concepción del socialismo parece ligada a un cambio en la motivación de la clase trabajadora desde las N radicales (que trascienden el capitalismo) en los Grundrisse, a la disfuncionalidad del proceso capitalista que impide la satisfacción de las N elementales en El capital. 2) Marx conecta la postura de clase con la formulación de un fin social universal (la sociedad sin clases) mediante la noción de objetividad científica, lo que reexpresa la contradicción entre el proletariado y la burguesía en términos de verdad-falsedad. Mientras más la posibilidad de una transformación radical de la sociedad capitalista tomaba la forma de una tendencia histórica objetivamente necesaria, más la noción de socialismo adquiría un significado finalista. La traducción del propósito práctico de la teoría al lenguaje de un determinismo teórico simultáneamente involucró la postulación del contenido de este propósito como teleológicamente predeterminado. Este finalismo resolvió el problema metodológico al proveer la justificación para la distinción entre lo técnico y lo social a las épocas caracterizadas por la coalescencia de ambas esferas. El socialismo, al dividir ambas esferas, hace directamente real lo que era abstractamente verdadero. Pero el precio a pagar por esta solución es muy alto: la distinción entre ‘contenido material’ y ‘forma social’ se transforma así en la distinción entre ‘esencia’ y ‘apariencia’, y la reificación como constitutivo básico de la sociedad capitalista se iguala con la ‘mistificación del capital’. La dialéctica hegeliana es reinstalada: lo ontológicamente real es lo posible; lo que existe es un mero fenómeno. Este finalismo es usado tanto para el pasado como para el futuro: el presente capitalista es la llave para entender las sociedades anteriores; hacia adelante, las relaciones capitalistas son vistas como prerrequisitos de una sociedad sin clases. GM sostiene que este punto es vital para entender el significado de la versión final de la economía marxiana. La teoría del valor trabajo puede ser desarrollada solamente bajo presuposiciones (correspondencia de la oferta y la demanda, producción de todas las mercancías de acuerdo con el tiempo socialmente necesario, etcétera) que en efecto hacen abstracción de la especificidad de este modo de producción. Esta paradoja metodológica corresponde, sin embargo, con la idea que el capitalismo sólo puede ser aprehendido en su esencia si es visto en transición al socialismo. La justificación final de la teoría del valor trabajo, que nunca puede ser –con la lógica de la argumentación de Marx– traducida en términos operacionales y empíricamente verificables bajo el capitalismo, se encuentra en el hecho que es posible y necesario organizar la producción y el consumo social reemplazando la operación indirecta, irracional y reificada del mecanismo del mercado con el cómputo directo y consciente de los gastos de trabajo socialmente necesarios. El finalismo, dice GM, afecta a todo el PP de dos maneras interconectadas: ‘naturaliza’ el contenido material y ‘fenomenologiza’ la ‘forma social’. La primera manera la ilustra GM con el hecho de que Marx, a pesar de mostrar cómo el capitalismo crea su propia base material minando tecnológicamente la fuerza de trabajo individual, define repetidamente el trabajo como un proceso entre el trabajador individual y la naturaleza, excluyendo la cooperación del dominio de lo técnico, lo que haría su concepto de trabajo (si se aplicara consistentemente) inútil para el análisis del capitalismo.