e consumó el golpe. A pesar del llamado que hicimos muchos militantes, la dirigencia optó por su cuartelazo. El PRI, bajo las siglas del PNR, nació en 1929 con dos propósitos: poner fin a los caudillos y crear instituciones. La prohibición de la relección fue el instrumento clave para lograr ambos objetivos. Esos pilares marcaron la diferencia entre México y el resto de América Latina durante el siglo XX.
Sin embargo, el día de ayer, después del peor resultado electoral de nuestra historia, la dirigencia inició el cortejo fúnebre de nuestro partido. La imposición de tres relecciones consecutivas en favor de sus actuales dirigentes aniquila la institucionalidad del PRI y traiciona su legado.
El gran partido de México concluirá sus días en las antípodas de su misión: convertido en un pequeño partido de caciques menores. En esa ruta, el PRI perderá su registro antes de que concluyan los ocho años de delirantes relecciones.
En nuestra peor crisis, en lugar de haber hecho una convención ilegal e ilegitima para consumar el asalto al partido, la dirigencia debió de haber convocado a una asamblea refundacional para realizar una dura autocrítica e iniciar un profundo debate sobre nuestro futuro.
Debimos haber iniciado con una discusión sobre nuestra filosofía e ideología: en qué creemos y qué proyecto de nación queremos desarrollar. En mi opinión, tendríamos que estar construyendo un liberalismo popular, anclado en nuestras mejores tradiciones históricas de libertad y justicia social, pero orientadas hacia una nueva agenda de libertades igualitarias para las generaciones del siglo XXI.
También tendríamos que estar discutiendo nuestra democratización, en lugar de cimentar una pequeña autocracia. En lugar de alejar a la CTM, tendríamos que estar desarrollando una política laboral de avanzada.
En lugar de hacer una purga de la militancia, desterrando a compañeras y compañeros muy valiosos, tendríamos que estar convocando a una defensa del sistema de justicia frente al blitzkrieg que prepara en su contra el nuevo gobierno hegemónico.
Tendríamos, también, que estar discutiendo nuevas formas de organizarnos: cómo impulsar a nuestra militancia. Cómo coordinarnos para dejar a un lado la simulación y salir a recorrer las calles, colonias, escuelas, los hospitales, parques, fábricas y todos los rincones de la República.
Necesitaríamos estar planeando la digitalización del partido y elaborando modelos de inteligencia artificial para potenciar nuestro activismo, así como reorientando nuestra desastrosa comunicación.
Por encima de todo, estaríamos obligados a recuperar la confianza de cada mexicana y mexicano. Acompañarlos en su vida cotidiana; trabajar para mejorar sus empleos, organizarnos para que cada familia pudiera vivir sin miedo a la delincuencia y tuviera acceso a un verdadero sistema de seguridad social, construir mejores escuelas con educación de calidad e impulsar energías limpias.
Tendríamos que estar construyendo un proyecto de nación vibrante, que nos hiciera soñar a todos con un país distinto, en el que cada mexicana y mexicano, sin excepción, pudiera vivir la vida que quisiera vivir.
En conclusión, tendríamos que estar en medio de un gran debate para rescatar a nuestro partido de su peor debacle e imaginando un México mucho mejor. Sin embargo, en lugar de estar haciendo todo eso, cabalgamos hacia un precipicio.
Por ello, como lo han propuesto muchos compañeros, debemos impugnar la ilegalidad de la asamblea. Además, debemos convocarnos con urgencia para realizar el gran debate de nuestra refundación. Un acto político incluyente y legítimo para construir entre todos un liberalismo popular para el siglo XXI, en lugar de la simulación vacía de ideas, ilegal, ilegítima y autocrática que quiere imponer la dirigencia. Hagamos un último intento antes de que el PRI, después de casi 100 años de historia, deje de tener sentido en la vida de la República.