Editorial
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Reino Unido: fin de ciclo
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as encuestas a pie de urna y los primeros resultados anunciados hasta el cierre de esta edición indican que el Partido Laborista obtendrá una victoria aplastante en las elecciones parlamentarias del Reino Unido, lo que permitirá a su dirigente, Keir Starmer, formar gobierno en solitario y desplazar al Partido Conservador por primera vez en 14 años. Para el laborismo se trata de un triunfo incontestable que le dará, según las predicciones, 410 de los 650 escaños en juego, mientras para el conservadurismo supondrá el mayor descalabro en su historia, una caída incluso más significativa si se considera que apenas en 2019 obtuvo sus mejores resultados desde 1987.

Este drástico viraje en las preferencias se explica por las dificultades económicas causadas por factores externos como la pandemia o la guerra en Europa del Este, pero, sobre todo, por la manera en que han sido gestionados por las administraciones derechistas. En el momento más álgido de las restricciones dispuestas para frenar el contagio de covid-19, el entonces primer ministro, Boris Johnson (2019-2022), celebró una fiesta con sus colaboradores en el mismo momento en que la fallecida reina Isabel II velaba completamente sola a su esposo. Ese acto de insensibilidad, que fue también una insólita falta de respeto a la institución de la corona, caló más en el ánimo del electorado que las mentiras, la corrupción, el deterioro económico, la xenofobia, el belicismo y la insondable frivolidad de Johnson. Su efímera sucesora Liz Truss (6 de septiembre al 25 de octubre de 2022) propuso un recorte de impuestos a los más ricos en un momento en que gran parte de la población sufría para llegar a fin de mes debido a la inflación y a las consecuencias de abandonar la Unión Europea sin un verdadero plan de transición.

El mandatario saliente, Rishi Sunak (2022-2024), mostró un talante institucional y una prudencia de la que carecieron sus dos antecesores inmediatos, pero mantuvo intocado el modelo neoliberal que tiene en crisis el acceso a la vivienda, la educación, la salud (otrora orgullo británico) y el conjunto de los servicios públicos. Tecnócrata ortodoxo, Sunak no atendió el clamor social de refrenar la desigualdad y rearticular el Estado de bienestar. Por el contrario, se embarcó en el delirio imperial de sostener una guerra con Rusia peleada por soldados ucranios: hizo del Reino Unido el tercer país que más recursos aporta para sostener al régimen de Kiev, hasta destinar medio punto del producto interno bruto (PIB) a ese fin. En abril, ya embarcado en la campaña electoral, prometió aumentar el presupuesto militar hasta 2.5 por ciento del PIB y dilapidar casi 100 mil millones de dólares en un relanzamiento belicista que no puede devolverle al país un papel relevante en la geopolítica, pero sí implica perpetuar la ruina de la seguridad social y de todas las instancias que mejoran la calidad de vida de las mayorías.

Ante ese desastre multidimensional, no es casualidad que el lema central de Starmer y los suyos haya sido el cambio. El electorado votó con claridad por el cierre del ciclo conservador y la renovación de la vida pública, tomando una alternativa que resulta saludable en un contexto de ascenso generalizado de la ultraderecha en Europa. Cabe a los ciudadanos británicos exigir a sus nuevos gobernantes que cumplan con el mandato de tomar decisiones en función del bien común y no de los intereses de corporaciones y capitales financieros, de impulsar la recuperación del salario, rescatar la seguridad social y no azuzar la guerra. En suma, de responder a los ideales laboristas y no ser un gobierno de la traición como el que encabezó el infame Tony Blair entre 1997 y 2007.