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Tumbando Caña

El bolero de Gabriel

L

a obsesión de García Márquez por los boleros lo llevaron a intentar componer algunos. Tenía engavetados documentos con las siguientes líneas, y hay quien supone se trata de un apunte bolerístico.

Si alguien llama a tu puerta y todavía / te sobra tiempo para ser hermosa / y cabe todo abril en una rosa / por la rosa se desangra el día.

¿Verso de una canción inacabada? No se sabe. Silvio Rodríguez decía que Gabo le contó alguna vez que a veces se le ocurrían pequeños argumentos que después no sabía dónde meter, que quizá eran canciones, como este texto.

Gabo amaba entrañablemente al bolero y buen tiempo le dedicó a hacer uno sin conseguir nada aceptable por él. Entonces, a modo de revancha, escribió El amor en los tiempos del cólera, novela que definió como un bolero de 380 páginas sobre amores contrariados. En el drama de Florentino Ariza y Fermina Daza, el bolero ambienta el amor entre los protagonistas y le da un trasfondo emocional:

La víspera de la llegada hicieron una fiesta grande, con guirnaldas de papel y focos de colores. Escampó al atardecer. El capitán y Zenaida bailaron muy juntos los primeros boleros que por esos años empezaban a astillar corazones. Florentino Ariza se atrevió a sugerirle a Fermina Daza que bailaran su valse confidencial, pero ella se negó. Sin embargo, toda la noche llevó el compás con la cabeza y los tacones, y hasta hubo un momento en que bailó sentada sin darse cuenta, mientras el capitán se confundía con su tierna energúmena en la penumbra del bolero.

Con la propuesta de llevar al cine la novela, invitó a Shakira, quien escribió y cantó dos boleros: Hay amores y Despedida, parte de la banda sonora del filme.

Desde la publicación de El amor en los tiempos del cólera, en 1985, los boleros se colaron en la obra de García Márquez para expresar con música lo que los personajes sentían en el corazón.

En un segmento de Memoria de mis putas tristes (2004), en la que narra la historia de un anciano de 90 años enamorado de una adolescente virgen, el protagonista siente lo que vive al oír un bolero de Toña La Negra, y en otra ocasión siente que va a morir al escuchar, a todo volumen, en la voz de Pedro Vargas, un bolero de Miguel Matamoros.

En La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, el protagonista no calcula en metros ni en minutos la dis-tancia y el tiempo recorridos dentro de una camioneta, sino en el número de boleros que suenan en la radio. En Noticia de un secuestro, el doctor Pedro Guerrero bebe whisky y sintoniza boleros de Radio Recuerdos para combatir el insomnio que le produce el secuestro de su esposa, Beatriz Villamizar.

En Ladrón de sábado, cuento sobre un ladrón llamado Hugo que al entrar a robar una casa es descubierto por la dueña, Ana, escribe: “Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y, mientras escuchan al gran Benny Moré cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos”.

Hablar de música sin hablar de los boleros es como hablar de nada, escribió en una columna publicada en El Espectador. Si se tiene cuidado y un buen espíritu de bolerista, la vida bien podría remplazar en esa frase el espacio donde está escrita la palabra música.

Del vallenato, gabo decía que él era la primera autoridad y del bolero, la suprema corte: El bolero es una entidad operante, funcional, que no se conforma con empalagar el gusto de los admiradores, sino que penetra más hondo y se deja oír, no como una simple melodía, sino como una combinación musical con aplicaciones prácticas. Los Panchos tienen una responsabilidad especial en la humanización de ese ritmo, casi tanta como la que tiene Agustín Lara y que puede ser responsabilidad penal, si se tiene en cuenta el surtido de adjetivos musicalizados que ha puesto en boga y que son una especie de secretario amoroso de los desencantados, una enciclopedia en la que se puede encontrar, clasificados por orden alfabético todas las emociones. (Continuará)