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La poesía es la soga para ahorcarte y la que te saca del pantano
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ubén Jaramillo nació el 25 de enero de 1900 en Real de Minas, Zacualpan, estado de México. A los 15 años, se incorporó a las filas de Emiliano Zapata; fue maestro y pastor metodista. Lo asesinaron el 23 de mayo de 1962 en las ruinas de Xochicalco, Morelos, siendo presidente Adolfo López Mateos, el cinturita.

La poeta Silvia Tomasa Rivera así da cuenta de su ejecución en su libro La tierra oscura:

Los emisarios vestían ropa de manta,
sombreros de paja y huaraches
como los campesinos.

Detrás de ellos los soldados
cortaban cartucho.
La traición abrió fuego
cumpliendo la orden del amigo
que todo lo sabía
desde el nombre del hijo
que iba a nacer,
hasta el calibre de las balas del máuser
en el pecho del hombre
que un día tuvo en su historia
un pequeño arsenal
enterrado bajo la ceiba.

Pregunto a Silvia Tomasa por qué escogió como tema de un libro de poemas a Rubén Jaramillo, el último zapatista.

–Fíjate que hace muchos años, Marcial Alejandro me hablaba de Rubén Jaramillo. También me acuerdo que iba yo a tomar un taller a la Casa del Lago, y ahí conocí a José de Molina, cantautor sonorense que hizo un corrido a Rubén Jaramillo. José de Molina y su esposa, Araceli, me hablaban mucho de él.

“Desde entonces me interesó, porque vengo de familia de rancheros y campesinos; se me hacía muy familiar todo lo que había vivido Jaramillo. Fue el revolucionario que más tiempo ha estado en pie de lucha en México: 40 años. Entró al ejército zapatista en 1915; él tenía 15.

“Estuvo varios años en el ejército zapatista, pero luego se salió y formó su propia guerrilla. Se separó porque los intelectuales de escritorio que llegaban de la Ciudad de México sólo querían tomarse la foto con Zapata.

“Conocían todos los lugares donde podían encontrarlo. Eso le molestó mucho a Rubén Jaramillo. Dijo que la lucha se estaba desvirtuando. Ya había habido el problema con Otilio Montaño –una historia negra de la Revolución Mexicana–. Lo mataron casi en las narices de Emiliano Zapata, y éste no dijo nada. Era su gran amigo y compadre, y el redactor del Plan de Ayala.

–¿No te dio miedo caer en la zona del panfleto?

–Pues, mira, cuidé mucho eso. La verdad, no es fácil escribir un libro con este tema sin caer en el panfleto. En literatura es muy difícil. O sea, casi te quedas en la raya, ¿no? Pero creo que la poesía lo salva todo.

“La poesía es esa soga con la que te ibas a ahorcar y ahora te va a ayudar a salir del pantano, del pozo. Yo dije: tengo que ver muy bien la forma de contar cómo percibo al movimiento zapatista y al personaje de Rubén Jaramillo, porque le inventaron muchas historias. La real es que la bala salió de Palacio Nacional. Imagina cuánto terror le tenía el gobierno, que desplegaron miles de guardias para apresarlo.”

–Con este libro de poemas estás recuperando ese viejo origen de la poesía que era contar y cantar.

–Se perdió con tantas corrientes. Si hubiéramos seguido así, yo creo que los poetas tendríamos más lectores, porque a la gente le gusta que le cuentes cosas . ¿Te acuerdas de mi libro Duelo de espadas? Es un poco esa línea que yo ya traía clara: poemas breves para contar una historia en cada uno. Así que al final esas historias están entrelazadas y como poemas novelados.

Mucha gente me dice ¿cómo lo hiciste? Hice una investigación y después escribí. La gente no dejaba que me acercara, porque estaba entonces el covid... muchos viejitos que sí conocieron a Rubén Jaramillo en Tepoztlán, en la cueva donde se escondía. Eso fue muy interesante. Tiene una cueva que le dicen así: la cueva de Rubén Jaramillo.

–¿No te da temor tocar ciertos temas? ¿No han tenido consecuencias peligrosas algunos de tus libros?

–El libro que escribí en Ávila sobre Santa Teresa, un libro tan inofensivo, que habla de Dios, me trajo consecuencias, porque hice una denuncia de algo que pasaba en Veracruz en 2015. En esas conversaciones con Santa Teresa yo le preguntaba por qué permitía los asesinatos de los jóvenes en las calles. Tuve que salir del estado de Veracruz por amenazas.