l jueves pasado se celebró un debate que será recordado por generaciones. El cara a cara que sostuvieron el presidente Joe Biden y el ex presidente Donald Trump, quedará para el registro histórico por dos grandes razones: le devuelve relevancia a los debates, y es un nuevo hito en cuanto a la imagen pública, y la irrelevancia de la verdad en tiempos de las redes sociales.
Me refiero al primer concepto: Los debates habían dejado de ser importantes para la toma de decisiones del electorado que llega con afinidades, filias y fobias inamovibles al día de la elección. El mejor ejemplo es el debate en México, donde independientemente de la percepción de quién ganó o perdió, no movió un ápice la intención de voto. El del jueves fue un debate diferente, atípico. Vimos por primera vez en un ejercicio así a dos hombres que ya han ocupado la Casa Blanca, solamente en un primer período de cuatro años. Estamos acostumbrados a ver a un contendiente, no a un contendiente ex presidente. Fue evidente, incluso, cómo los moderadores –que por cierto, hicieron un trabajo extraordinario, con preguntas precisas, puntillosas y elegantes– se referían a Trump de manera diferente. Ella le decía “ former president”, él, president Trump
. En este marco, digo que el debate volvió a ser relevante porque sí cambió preferencias. No sobre Trump o Biden, sino entre Biden y cualquier otra alternativa competitiva en el partido demócrata, una decisión de última hora, en crisis, frente a ese alud llamado trumpismo y la inocultable fragilidad del presidente en funciones.
Biden tenía la necesidad de acallar las críticas sobre su capacidad para gobernar, no tanto por su edad, pues a los 81 años es solamente tres años mayor que Trump, sino por las condiciones en las que llega a esa edad y las que tendrá a los 86, cuando acabaría su segundo mandato. No lo logró. Por el contrario, fue dramático ver a un presidente de Estados Unidos incapaz de articular una idea, un ataque, titubear frente a la mirada atónita del mismo Trump, y saber que estaba fracasando en cadena nacional, en su intento de demostrar que puede aún gobernar ese país complejo, multicultural, que nos guste o no, sigue marcando la pauta de la economía global y la correlación de fuerzas en el mundo.
Es precisamente en ese tema donde Trump fue implacable: hizo ver en la debilidad de Biden, la debilidad de Estados Unidos. Hizo ver a toda la audiencia del debate, que la fragilidad e incoherencia del presidente, era la fragilidad de su país frente a Rusia, Irán, o Hamas. Con extrema facilidad y fiel a su estilo, hizo del titubeante discurso de Biden, un paralelismo perfecto con el titubeante discurso migratorio, o las políticas fronterizas. La parte más cruel, tal vez, fue cuando Trump dijo que los veteranos, los militares, los policías, la patrulla fronteriza, están con él y no con su comandante en jefe. Por más desagradable que suene el comentario, no está alejado de la verdad.
Hay una amplia franja de ciudadanos en Estados Unidos que lo que quieren ver es a un presidente fuerte. Una figura que se imponga a Vladimir Putin, que ponga orden en la frontera, y sí, que enarbole un discurso antimigrante con verdades a medias, y mentiras completas, como el insistente argumento de que los migrantes vienen de cárceles e instituciones de salud mental.
Eso me lleva al segundo gran hito de este debate: la irrelevancia de la verdad. Ambos presidentes dijeron ser los mejores de la historia en todo, tachando al otro del peor en todo. Ese absolutismo ramplón, esa superficialidad indigna de un debate presidencial, no tiene ninguna consecuencia. Sí, habrá quien revise la cantidad de mentiras dichas por Trump, y las exageraciones de Biden, pero para la audiencia, la que quiere creer en uno u otro, lo importante no son los hechos, sino quién y cómo los emplea en su narrativa. Así, Trump pudo decir que todo el mundo
quería la reversión de la ley sobre el aborto, o que en algunos estados, se practican abortos a los nueve meses de gestación; y Biden, decir que heredó la inflación y tiene el mejor desempeño económico del orbe.
La pregunta antes del debate era si Biden podía tener una carrera pareja contra Trump; la respuesta es que no. La nueva interrogante es si Biden se empecinará en ser candidato, después del jueves negro para los demócratas, o dará paso a quien pueda ser competitivo frente a Donald Trump, que se acerca a Washington DC a toda velocidad.