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El club de los vándalos
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▲ Fotograma de la cinta escrita y dirigida por Jeff Nichols
B

uenos muchachos. Durante los años 60 del siglo pasado fue muy popular en Chicago un club de motociclistas llamado Outlaws, el cual imponía su ley y no pocos abusos machistas en los barrios donde dominaba, todo a la manera de una pequeña organización mafiosa. Disputaban derechos territoriales a otras bandas en ciudades vecinas y tenían secciones del mismo nombre en otros estados. Aunque el grupo no expresaba reivindicación social alguna, limitándose a estar en contra de todo o, de modo más escueto y vago, en contra del sistema, mantuvo una disciplina férrea que aplicaba a sus miembros y un código de honor también severo. Con el paso del tiempo, esa exigencia de dignidad, dentro de la delincuencia, fue resquebrajándose. La violencia que ejercían fue cada vez más irracional y gratuita, y para los años 70 el club se había transformado en una pandilla incontrolable con miembros más jóvenes haciendo a un lado sin clemencia a los veteranos, deseando emular al motoclub Ángeles del Infierno (Hell’s Angels), creado en 1948, y a cuyos excesos aludió Roger Corman en su cinta Ángeles salvajes (Hell’s Angels) de 1966.

El club de los vándalos (Bikeriders, 2023), escrita y dirigida por el estadunidense Jeff Nichols, realizador también de El matrimonio Loving (Loving, 2016), relata la historia de una banda ficticia de motociclistas en Chicago llamada The Vandals, a partir de la novela The Bikeriders, escrita en 1968 por el fotógrafo Danny Lyon, quien antes de ese libro testimonial fue también miembro de otro grupo motorizado. La cinta de Nichols se centra en tres personajes clave: Benny (Austin Butler, camaleónico actor estrella de la biopic Elvis), su esposa Cathy (Jodie Comer), a quien Danny (Mike Faist) entrevista a lo largo de toda la cinta, y Johnny (Tom Hardy), líder de los Vándalos, hombre maduro y taciturno, con poses de Vito Corleone, quien va descubriendo que es tiempo ya de retirarse de un mundo que él ya no reconoce y el cual ahora apenas lo respeta.

Todo en el relato apunta hacia un tributo nostálgico, suerte de réquiem crepuscular, a una cultura de parias sociales motorizados hoy en decadencia. Hay notas de melancolía en el guiño de Johnny al Marlon Brando de El salvaje (Laszlo Benedek, 1953); también por parte de Benny al James Dean de Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955). El director intercala incluso escenas de una de esas películas. Los modelos son, por supuesto, aquí inalcanzables, y el guionista lo sabe. Sin embargo se prefiere mostrar, detrás de la idealización romántica del paria iconoclasta, la figura del perdedor nato que ocasionalmente se vuelve reaccionario: ostentando aquí una cruz de hierro germánica en el pecho o proclamándose anticomunista furibundo. Parte de la parafernalia del grupo de los Vándalos remite a la de los rebeldes trumpistas que un 6 de enero tomaron por asalto el Capitolio en Washington. En una ocasión, uno de estos dulces anarquistas de derecha, amargado ya y muy resentido, expresa la desconfianza que le inspiran las personas con estudios, a las que llama pinkos, quienes ignoran el trabajo manual y viven al margen de la realidad urbana. El irreductible Benny, quien se dejaría matar antes que despojarse de su identidad y los colores de su banda, se encamina luego penosamente hacia una respetabilidad impostada, como también lo hace el amigo Cucaracha (Emory Cohen) convertido en policía, en tanto otros compañeros llevan ya la vida de pordioseros monologantes. El club de los vándalos registra el choque generacional, la inevitabilidad del relevo y el triunfo del individualismo sobre los viejos códigos de honor, camaradería y juego limpio ahora ya en desuso. El realizador no explora lo suficiente la complejidad moral de cada uno de sus personajes centrales, prefiriendo el atractivo de una visión de conjunto, la galería variopinta de los parias desclasados. A final de cuentas, con el fotógrafo Danny Lyon comparte algo esencial: el deseo de escuchar la palabra de aquellos a los que la gente no desea ver.

Se exhibe en salas de Cinemex y Cinépolis.