Opinión
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Nacidos salvajes
B

ajita la mano, Jeff Nichols se ha convertido en uno de los cineastas estadunidenses más interesantes de los tiempos recientes, si bien pocos se han dado cuenta. Con títulos anteriores como Take Shelter (2011), El niño y el fugitivo (2012) y Loving (2016), Nichols presenta ahora con El club de los vándalos, su película más redonda a la fecha.

Para ello, el realizador se ha inspirado en el libro The Bikeriders, del periodista Danny Lyon, una crónica con fotos y textos que documentan la existencia del Chicago Outlaws Motorcycle Club, a mediados de los años 60. Así, el guion del propio Nichols ha creado a los ficticios Vándalos, un club de motociclistas liderados por Johnny (Tom Hardy) que imponen su código de honor en una zona del Midwest.

No es una historia propiamente dicha, sino una serie de viñetas anacrónicas que describen esa peculiar forma de vida, como forajidos del Oeste que han cambiado los caballos por sus motos Harley Davidson. Visten todos una combinación de mezclilla y cuero negro como uniforme, decorada con una cruz de hierro, y deambulan por las carreteras locales para demostrar que son libres, hasta cierto punto.

Influido de manera definitiva por Scorsese, Nichols ha hecho el equivalente de Buenos muchachos (1990) con ruido de motores y olor a gasolina, bajo un acompañamiento constante de buen rocanrol. Y ha tenido el acierto de cederle la narración al personaje de Kathy (Jodie Comer), la esposa del nuevo miembro Benny (Austin Butler), cuyos afectos son rivalizados por el propio Johnny. Ese triángulo será el interés central de la trama dentro del retrato coral de los varios miembros del club. Y ese punto de vista femenino de las acciones resultará fundamental para diluir la testosterona que exuda la película.

Según lo demuestra Benny en la secuencia inicial, un Vándalo estará dispuesto a morir por los colores del club. Amenazado por dos patanes en un bar, el hombre recibirá una espectacular madriza por no despojarse de su emblemática chamarra. Pero la fatalidad acecha a cada instante, como ejemplifica el tranquilo Brucie (Damon Herriman), muerto en un tonto accidente de tránsito. Y hay ecos del clásico western Fiebre de sangre (Henry King, 1950) en el desenlace de Johnny, retado a pelear por un joven arribista de Milwaukee.

La presencia del periodista Danny (Mike Faist) no tiene mucho peso en la historia, fuera de entrevistar a Kathy y señalar la decadencia del club después de Vietnam, cuando los motociclistas reclutados, veteranos de guerra, empiezan a usar drogas y a no tener ningún tipo de honor, con lo cual los Vándalos se convierten en una pandilla tan amenazante como los Hell’s Angels.

Lo paradójico es que para interpretar a personajes tan gringos se ha recurrido a un par de actores británicos, virtuosos como suelen ser. En uno de sus mejores papeles, Hardy nos brinda una apropiación de la vocecita nasal de Marlon Brando (muy apropiada, pues Johnny se ha inspirado en su personaje de El salvaje para crear el club). Mientras Comer, con un impecable acento de la región, construye un símbolo de lealtad inquebrantable a lo largo de los años. Hay una secuencia especialmente elocuente en El club de los vándalos. Montados en sus motos, los Vándalos recorren a todo motor una carretera aledaña a unos maizales mientras se escucha la canción himno I Feel Free de Cream. Esa imagen lo resume todo.

D: Jeff Nichols/ G: Jeff Nichols, inspirado por el libro The Bikeriders, de Danny Lyon/ F. en C: Adam Stone/ M: David Wingo; canciones varias/ Ed: Julie Monroe/ Con: Jodie Comer, Austin Butler, Tom Hardy, Michael Shannon, Mike Faist/ P: New Regency Productions, Tri-State Pictures, 20th Century Studios. Estados Unidos, 2023.

X: @walyder