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Tumbando caña

Mi Nobel por un bolero

A

una década de su deceso y con la reciente aparición de la novela póstuma Nos vemos en agosto (Ed. Diana) –que se conservaba en los archivos personales del autor y en la que trabajó no menos de 10 años–, Gabriel García Márquez es recordado como ese gran hombre de las letras, el exuberante maestro del realismo mágico que también amó y cantó boleros.

Un bolero, dijo, es algo que yo admiro muchísimo, expresa sentimientos y situaciones que a mí me conmueven y que sé que a muchísima gente de mi generación conmovió. Un  bolero puede hacer que los enamorados se quieran más y a mí me basta para  querer hacer un bolero. Lograr que los enamorados se quieran más, aunque sea un mo­mentico, es culturalmente im­por­tante, y si es culturalmente im­por­tan­te es revolucionario.

Según cuenta César Coca García en su libro García Márquez canta un bolero: Una relectura en clave musical de la obra del nobel colombiano (Editorial Otras Eutopías 2006), uno de los grandes anhelos en vida del colombiano fue ser compositor de boleros.

Gabo lo confirmó al confesar que se pasó un año con Armando Manzanero encerrado en estudios y bares tratando de escribir un bolero. Después hizo otros intentos con Silvio Rodríguez en La Habana, pero no resultó. También pidió ayuda a su amigo Rubén Blades, y ante lo negado del esfuerzo le espetó en broma: ¡Carajo, daría mi Nobel por un bolero!

Es lo más difícil que hay, se excusó ante un periodista cubano. Poder sintetizar en las cinco o seis líneas de un bolero todo lo que el bolero encierra es una verdadera proeza literaria.

No compuso un bolero, pero sí los cantó todos.

En Vivir para contarla (Editorial Norma, 2002), recuerda cómo tras bailar desaforadamente el Mambo número 5, de Dámaso Pérez Prado, se subió a la tarima donde se encontraba aquel conjunto tropical y le pidió que le acompañaran: Con el aliento que me sobró me apoderé de las maracas y canté al hilo más de una hora de boleros de Daniel Santos, Agustín Lara y Bienvenido Granda. A medida que cantaba, me sentía redimido por una brisa de liberación.

De su estadía en París, a medidos de los años 50, evocaba las noches de L’ Escale, un bar de segunda clase ubicado a poca distancia de La Sorbona y del famoso teatro Odeón, antro al que iba tras fatigar la máquina de escribir donde se cocinaba El coronel no tiene quien le escriba.

“En L’escale nos reuníamos no para consumir, sino para cantar y ganar algo. Cantábamos canciones mexicanas y boleros cubanos junto al pintor venezolano de apellido Soto. Todavía existe un cassette con Carlos Fuentes, donde quedó registrado todo eso. Yo ganaba por noche unos francos con lo que iba agarrando algo y sentía un gran placer cuando en la oscuridad las parejas se amaban al idilio de un bolero.”

Con el recuerdo de París, García Márquez llegó a México el 26 de junio de 1961. Aquí se encontraría en corto con los boleros y las rancheras, cuyas letras había aprendido de memoria en sus tiempos de periodista en Barranquilla. Bertha Maldonado, la famosa Chaneca, publicista, editora y amiga cercana del escritor, recordaba con simpatía la relación de Gabo con los boleros en un viaje a Veracruz.

“Un día de no sé de qué mes de 1963 llegó Gabo y Mercedes a la oficina de publicidad, que por ese entonces tenía con Álvaro Mutis, con una maletita. Les pregunté adónde iban y me dijeron que a Veracruz, pues Gabo quería conocer el mar. Pedí que me llevaran y nos montamos en un renaultcito. Desde el momento en que nos subimos al coche, Gabo cantó boleros uno tras otro, sin repetir. Uno lo llevaba al otro. Si él no hubiera recibido el divino don de la palabra, si no hubiera sido periodista y escritor, hubiera tenido mucho éxito como cantante de boleros”.

El poeta y periodista cubano Raúl Rivero Castañeda, narraba la siguiente anécdota:

“Yo lo escuché entonar el bolero Usted en un cabaret de Santo Domingo, en el verano de 1979. Lo acompañó un conjunto local, un ventú, que lo seguía leal y desacompasado. El locutor lo había presentado como el cantante colombiano Gabriel García. Al final, lo aplaudieron hasta la locura el poeta Pedro Mir, el ensayista Manuel Maldonado Denis y otros intelectuales que estaban en su mesa. El público, que nunca identificó al bolerista con el escritor, lo despidió con una armoniosa mezcla de indiferencia y abucheos”.

Cantar boleros era para García Márquez una experiencia total. Le gustaba bohemiar, cantar con amigos y hablar del bolero como toda una autoridad: No hay situación sentimental, por complicada y diferente que sea, que no tenga su bolero prefabricado, propio para ser puesto como una camisa de fuerza en el corazón.(Continuará)

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