La tersa tauromaquia de David Galván y las absurdas omisiones de la fiesta española
ntes, algo sobre sucesivas ordinarieces jurídicas. Enrollado por enésima vez el petate antitaurino del muerto en la Ciudad de México, con 498 años de tradición tauromáquica el próximo mes, uno se pregunta qué analfabetas están detrás de los amagos prohibicionistas de la fiesta de los toros en la capital del país, a través de juececitos de celosa solicitud ante las sensibleras peticiones de grupúsculos subsidiados y con nombres tan ridículos como sus demandas (Justicia Justa, Todos por el toro, Va por sus derechos, y así), al grado de que en menos de tres años ya suman tres suspensiones de actividades y otras tantas revocaciones en la otrora prestigiada Monumental Plaza de Toros México y hoy plaza muerta, agraviada por el mutismo de las agrupaciones ante antitaurinos agresivos y porros destructores. Nada vale que algunos demanden, otros aprueben y unos más cancelen lo aprobado; la empresa de la Plaza México ni sufre ni se acongoja pues al no dar corridas continúa a merced de compasivos tan ignorantes como falsos y de politicastros demagogos obstinados en jugar al anglosajón como civilizado.
David Galván García es un torero español nacido en San Fernando, provincia de Cádiz, el 27 de marzo de 1992, por lo que a la fecha cuenta con 32 años. Recibió la alternativa el 28 de febrero de 2012, en Sanlúcar de Barrameda, en la Corrida del Día de Andalucía, siendo su padrino Francisco Ruiz Miguel, así que al día de hoy tiene ya 12 años de matador. Demasiados para un profesional con sus cualidades; pocos para el cansino sistema taurino que, a nivel mundial, asfixia a la fiesta de los toros anteponiendo monopolios y amiguismos al rigor de resultados en la arena, a la emoción de otros hierros y al sello de toreros marginados… como Galván.
David Galván logró entrar en un cartel modesto en la Feria de San Isidro no obstante sus éxitos en cosos de provincia, asombrando a propios y extraños con una tauromaquia tersa que llevó muy templada la embestida de Embeodado, su segundo del hierro de El Torero, para plasmar uno de los trasteos más personales, originales e impactantes de toda la feria. Sin recurrira imposturas ni poses. Con una interioridad fuera de época empezó con suaves derechazos de rodilla genuflexa, cuatro o cinco, para rematar con uno de la firma mirando al tendido, un cambio de mano impecable y luego…
…el pase de pecho con la zurda más inspirado, poético y delicado que han visto estos ojos miopes en seis décadas. No fue un escuadrado, ni de axila ni esforzado, sino que con el compás ligeramente abierto hizo lo que casi nadie: adelantar la muleta como quien ofrece una flor y realizar la suerte con una cadencia insólita, pasándose el trapo por el pecho y los pitones por la faja de cabeza a rabo, sin aspavientos ni histrionismo, concentrado en sí mismo sabedor, como dijo El Gallo, de que torear es tener un misterio que decir ¡y decirlo!
. Más sencilla elocuencia no puede haber y más dominadora delicadeza tampoco, todo con un sentido del tiempo sin geografías; al son voluntarioso del toro se unió el tempo imperioso del torero con una musicalidad casi insoportable. Y tras la estocada entera en lo alto, un público extasiado pidiendo la oreja cuando despertó de aquel hechizo tauromáquico.
La empresa de Madrid lo premió con la sustitución de Manzanares en la corrida del 30 con una mansada de Alcurrucén, en la que no obstante David Galván refrendó su sentido preciosista y reconcentrado del toreo. En 12 años, ¿qué idiotas son los veedores de toreros de las empresas? Lo dicho: el cáncer de la fiesta es interno y global.