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¿Qué queda de 2018?
H

oy regresamos a las urnas. Lo hacemos sin haber dado los pasos necesarios hacia la reorientación del curso de nuestro desarrollo, sin haber tejido acuerdos sociales robustos que, como muchos llegamos a imaginar en 2018, permitieran reactivar la inversión privada y pública, crear los empleos dignos suficientes y reconstruir los cimientos para edificar, como se nos dijo, un robusto sistema de salud universal; por cierto, inalcanzable sin contar con un Estado de bienestar, con una hacienda pública con capacidad de ser garante de los servicios y bienes públicos para los mexicanos.

No creo exagerar al afirmar que hoy no pocos asistimos a las urnas decepcionados de un gobierno que, como eje central de sus propuestas, propuso que retomaría al desarrollo social como responsabilidad central del Estado. En la actualidad, el ánimo es radicalmente otro; en estas jornadas electorales la violencia ha campeado y han imperado las rijosidades, los rumores malintencionados, las sospechas y las descalificaciones, contribuyendo a calentar más, si es que eso es posible, los humores.

Habrá que hacer pronto un alto en el camino. Deponer las armas y emprender críticas rigurosas, ir más allá del pesimismo. Buscar restaurar el diálogo, dignificar la política. No sobra decir que la democracia, como régimen político, no es responsable de nuestros desvaríos, excesos y omisiones, sino la incapacidad de los actores y partidos políticos para escuchar al país, para discutir y atender integralmente nuestros temas fundamentales, para reordenar nuestra vida política.

Recientemente José Woldenberg escribió: (en nuestro) serpenteante proceso de transformación, primero se incorporaron al mundo electoral a partidos políticos antes excluidos, luego se construyeron las autoridades que debían inyectar imparcialidad y certeza en los comicios y al final se concluyó que para contar con elecciones auténticas era necesario que las condiciones de la competencia no fueran abismalmente asimétricas (Democracia. Recapitulación y alarmas, El Universal, 26/5/24).

Y agrega que el impacto no fue solamente en el terreno electoral, porque esa dimensión irradia sus efectos al sistema político. Tiene razón, yo agregaría que los cambios no fueron parejos ni en todos los ámbitos.

La atención de las fuerzas y los actores políticos, lo hemos dicho, se dirigió a encarar la extendida desconfianza en la credibilidad de las elecciones mediante el establecimiento de las reglas necesarias y de los cerrojos indispensables para evitar el despliegue de marrullerías, pero poco o nada se hizo en otros flancos. Se quedaron en la cuneta otras agendas, temas fundamentales; desde luego la cuestión social, cruzada por nuestras históricas desigualdades, pero también la reforma del Estado, la construcción de una ciudadanía democrática.

Los grupos y las élites partidistas se enfocaron en negociaciones con otros grupos de poder, buscaron administrar apoyos, sumar votos y pesos, dejando para otro momento la construcción del proyecto de nación, como antes de decía.

A México le haría bien reconstruir su régimen político, renovar su sistema de partidos, abrir y sumar, discutir y acordar. Actualizar los mecanismos de participación porque los cauces han dejado de ser suficientes y adecuados para incluir y procesar las múltiples voces, los variados intereses. También, mejorar los candados y las acciones para evitar la presencia y las presiones del crimen organizado, replantear nuestro sistema de partidos; desde luego, modificar la mirada reduccionista del Estado y de la economía que se ha querido instalar.

Después del 2 de junio tendremos que redescubrir que la voluntad y la capacidad de todas las fuerzas sociales y de los actores políticos son imprescindibles para redactar la agenda común; establecer prioridades, compromisos y tiempos.

Una agenda pública, republicana y del Estado para el desarrollo y la equidad social, con el fin de asegurar un piso mínimo de derechos económicos y sociales universales que se robustezca y consolide pronto y efectivamente.

Entender que, para el México de hoy y los mexicanos del mañana, el Estado de bienestar no es una opción más, mucho menos negociable, sino una necesidad vital. De todos y para todos.