as vertientes críticas al pensamiento económico ortodoxo serían –especialistas dixit– institucionalismo, economía social, marxismo crítico, postkeynesianismo. A veces, entre otras, se añaden economía feminista y economía ecológica.
Subrayémoslo una vez más: en nuestra UNAM –y toda universidad pública– debiéramos profundizar la heterodoxia. Sí, para fortalecer la formación teórica crítica de estudiantes, maestras y maestros. Y dar paso a visiones y propuestas alternativas al mainstream.
Más todavía frente a la bajeza de miras evidenciada en los debates presidenciales. ¡Qué pena!, ¡no lo merecemos! Menos frente a la tarea de luchar contra la desigualdad; y combatir la catástrofe climática. Resultados incuestionables de políticas públicas sustentadas en la ortodoxia dominante, la que sólo superaremos con políticas heterodoxas, siempre sustentadas en un conocimiento cuidadoso y crítico de la ortodoxia.
No puede ser de otra manera.
Lo asegura, por ejemplo, John K, Galbraith, de quien millones de estudiantes han aprendido de memoria que la utilidad de un bien o servicio disminuye –en igualdad de condiciones– a medida que aumenta su disponibilidad. Y que en virtud de ello es la utilidad del último y menos deseado bien o servicio, la utilidad de la unidad marginal, la que fija el valor de todo.
Terrible visión. La misma que se trasladó a la oferta, enfrentándose con la determinación del valor con base en los costos, para establecer que dicho valor se determina por el mayor costo del último bien producido que es demandado.
Esa extensión libre
–diría yo– de la concepción ricardiana de la renta marginal se ha popularizado para favorecer el rentismo, la especulación, la financiarización sin límites. En general el mundo de los parásitos.
Por eso –aseguran muchos autores críticos– la urgencia de una heterodoxia que rechace las visiones simplistas dominantes.
¿Qué hace, entonces, la heterodoxia? Impulsa un análisis integral. Considera instituciones, filosofía social, acuerdos sociales, relaciones de poder. Y le preocupa centralmente la desigualdad, y la necesidad de superarla con pleno empleo y estabilidad de precios. Y de rescatar las capacidades gubernamentales, entre ellas la exclusiva de emitir moneda para apoyar esa lucha contra la desigualdad.
Capacidades que trascienden el mero equilibrio presupuestal y el temor al déficit, al endeudamiento y a la emisión de moneda. Y es que –por paradójico que parezca– hay emisión y endeudamiento virtuosos, que sustenta proyectos de alta rentabilidad económica, financiera y social. Características siempre sujetas al escrutinio y la evaluación sociales.
Entre otras visiones, conviene profundizar la teoría moderna del dinero (MMT, por sus siglas en inglés). Con dos principios fundamentales explicados por autores postkeynesianos como Jan Kregel y Randall Wray.
Primero, frente a un ingreso gubernamental bajo se debe gastar más respecto a los impuestos, sin importar el déficit. Debe ejercerse la soberanía monetaria. El desempleo es indicador de ingreso bajo e impuestos altos. El gasto debe apoyar el empleo. Segundo, frente a una tasa de interés muy alta, el gobierno debe canalizar dinero a la banca –bajo la forma de reservas bancarias– para hacerla disminuir.
En este marco, la sustentabilidad consiste, por un lado, en reconocer límites, posibilidades y potencialidades de la ampliación del gasto (capacidad ociosa disponible o nueva capacidad creada en función de la demanda estimada). Y por otro, en identificar el potencial de transferencia de reservas a la banca y su efecto en el movimiento descendente de la tasa de interés, a su vez dependiente del volumen de formación de capital esperado y deseado. Y siempre en función del pleno empleo y la estabilidad de precios buscados.
Ampliaremos esto. De veras.