a en la recta final del festival, la realización más reciente del portugués Miguel Gomes, Grand Tour, vino a levantar el deslucido nivel de la competencia. Es, de una manera, la historia de una persecución amorosa a lo largo de varios lugares asiáticos, desde una perspectiva muy original.
Se supone que la acción se sitúa en 1918. Edward Abbot (Gonçalo Waddington), oficial británico en Rangún, decide escaparse de su prometida el día de su boda; ella está por llegar, pero el hombre adopta medidas desesperadas y viaja a Bangkok en un tren que se descarrila.
Luego toma diversos transportes para recorrer Vietnam, Singapur, Japón, China. En la segunda parte de la historia, es Molly Singleton (Crista Alfaiate) quien sigue los pasos de Edward, siendo cortejada en su viaje por el rico ganadero Sanders (Cláudio da Silva) y asistida por la asiática Ngoc (Lang Khê Tran).
Sólo la vestimenta de los personajes nos indican su pertenencia a los inicios del siglo pasado. Las tomas en resplandeciente blanco y negro, con algunas escenas en color, están situadas en el presente, mientras una voz femenina en off nos va narrando en el idioma de cada país lo que está sucediendo (a veces lo vemos, a veces no).
Asimismo, se intercalan diversas fuentes musicales, independientes del tiempo y el espacio. Igual puede ser El Danubio azul, que un hombre cantando en karaoke A mi manera, un aria operística, o al final Bobby Darin entonando El mar.
La historia acaba en tragedia. Sin embargo, Gomes nos recuerda que estamos viendo cine, que todo es mentira. En efecto, se trata de un Grand Tour, un recorrido poético de una Asia de ayer y de hoy. El efecto es hipnótico.
En cambio, el brasileño Karim Aïnouz se une al grupo de cineastas estimables que han decepcionado en esta ocasión. Su rango de géneros ha sido diverso y lo mismo ha hecho un melodrama extraordinario como La vida invisible de Eurídice Gusmao (2019), o un correcto drama histórico situado en la corte inglesa, Firebrand (2023).
Ahora ha ensayado una especie de sórdido thriller negro, Motel Destino, sobre Heraldo (Iago Xavier), un matón no muy listo que se refugia en el sitio epónimo, un motel de mala muerte, para escapar de la banda criminal que lo quiere ajusticiar. Ahí, inicia una relación con Dayana (Nataly Rocha), la voluptuosa mujer del dueño Elías (Fábio Assuncao), quien no podría ser más desagradable. Al grito de El cartero llama dos veces, los dos amantes planean matar a Elías, pero éste se entera antes del amasiato y les voltea la tortilla.
Cualquier indicio de sutileza es sacrificado por Aïnouz en una resolución visual de colores chillantes, mucho sexo fingido y una banda sonora permeada de gemidos y gritos orgásmicos.
Para mi sorpresa, la película mejor calificada hasta ahora por los críticos de la publicación inglesa Screen ha sido la comedia Anora, de Sean Baker, con 3.3 puntos. ¿La peor? Marcello mío, de Christopher Honoré, con 1.4. Los críticos franceses reunidos en la revista Le film francais no están de acuerdo. Para ellos la mejor calificada es Emilia Pérez, de su paisano Jacques Audiard. Y todavía faltan cuatro títulos de la competencia.
Hoy se exhibirán los pocos ejemplos de cine mexicano que han asomado esta vez en Cannes. En algo llamado Cannes Cinéma, se proyectará nuevamente la muy satisfactoria Valentina o la serenidad, segundo largometraje de Ángeles Cruz. Mientras en la Semana de la Crítica se hará el tradicional pase de cortometrajes ganadores en el festival de Morelia. Este año serán Ha, de María Almendra Castro; Extinción de la especie, de Matthew Porterfield y Nicolasa Ruiz, y Xquipi, de Juan Pablo Villalobos.
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