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La cultura alternativa
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▲ Mural en el caracol zapatista de Oventic, Chiapas, que ilustra el artículo La guerrilla comunicacional del EZLN: Análisis de las estrategias visuales localizadas en las regiones autónomas zapatistas, de Jimena Sosa, Elbio Rivero y Paulina Wolkovicz (Santa Fe, Argentina, 2015).
E

l salinismo consolidó la cercanía de la intelectualidad dominante con el gobierno, hasta que un nuevo giro de tuerca transformó las relaciones entre los intelectuales, y de éstos con el Estado: el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el primero de enero de 1994. Vuelta y Nexos exigen la inmediata eliminación de problema insurreccional, y aunque Octavio Paz atenúa su postura y muestra cierto respeto por el subcomandante Marcos, tanto en Vuelta como luego Letras Libres, Enrique Krauze intenta desenmascarar a los rebeldes y la diócesis católica que encabeza Samuel Ruiz García. Mas obsesivamente, Nexos se entrega de plano a la contrainsurgencia, promoviendo ensayos, libros y debates que descalifiquen al zapatismo chiapaneco en aras de una arrogante racionalidad. Se convierte así en un instrumento contrainsurgente y pro-militar, postura que acentuará con la llegada de Ernesto Zedillo a la Presidencia y la intensificación de la guerra de baja intensidad contra los indígenas. La Jornada y Proceso, en cambio, se vuelcan en el seguimiento al EZLN.

Una de las cosas que trajo el movimiento zapatista fue una escena cultural que conjuntó, muchas veces sin pretenderlo, música y artes plásticas sobre todo. Además de sus producciones en sí, esta corriente visibilizó escenas y espacios culturales fuera del radar del establishment. En la línea de la contracultura de los años 70, el zapatismo convocó movimientos no sólo políticos, sino también experiencias alternativas de arte, edición y comunicación de todo México, Estados Unidos y Europa occidental (la caída del muro de Berlín era reciente, Occidente todavía no se extendía hasta Ucrania). Los squats en Dinamarca también eran territorio recuperado y centros culturales, como en Chiapas.

La irrupción indígena permitió revalorar los atributos ninguneados por el neoliberalismo cultural dominante: independencia (autonomía), libre expresión, rechazo al sistema capitalista estatalizado que monetiza la cultura. Colectivos de toda índole y centros sociales en Cataluña, Euskadi, Toulouse, Roma, Padua, Münster, San Francisco, Madrid, Atenas, Edimburgo, Wellington y muchos lugares más; señales desde la Araucanía chilena y una torrencial simpatía de la escena chicana. Abre sitio a las resistencias contra el sistema, aboga por la paz y las igualdades de género, arroja luz sobre las culturas y comunidades originarias, se enlaza con el anarquismo europeo, los beatniks, los Panteras Negras. El subcomandante Marcos dialoga con el pensamiento de Toni Negri, José Saramago, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano, John Berger, Massimo Cacciari y Juan Gelman. Mantiene interlocución con Carlos Monsiváis y escribe una novela policiaca a cuatro manos con Paco Ignacio Taibo II.

El hecho extenderá la huella cultural de lo alternativo hasta hoy. El advenimiento de Internet, y luego las redes sociales, ha facilitado la difusión y la intercomunicación entre propuestas y grupos artísticos e intelectuales que no anteponen el lucro a sus creaciones y presentaciones. Tenemos experiencias contestatarias fuera del presupuesto gubernamental. José Agustín y Parménides García Saldaña nunca cedieron al establishment cultural, y al menos el primero alcanzó aceptación literaria y un nutrido público lector. Vendrían los infrarrealistas a mediados de los años 70, popularizados por la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, best seller mundial que comenta y debate temas tan improbables como los poetas jóvenes de México, la paternidad insoportable de Octavio Paz y la actitud desenfadada de unos contlapaches literarios.

En un entrecruce de instituciones académicas, revistas científicas y culturales, pensadores influyentes, respetados y en cierto modo parte del establishment, como Pablo González Casanova, Adolfo Gilly, Luis Villoro, Carlos Montemayor, Gilberto López y Rivas, Luis Javier Garrido, irradian ideas renovadoras y comprometidas en torno al zapatismo y por extensión al creciente movimiento indígena.

A contrapelo de la administración central de la cultura y el papel ideológico de las boyantes empresas literarias y de pensamiento político, la cultura de abajo respira y se transforma. Desde los márgenes surgen otros actores culturales. Hombres y mujeres, individual o colectivamente, crean literatura, gráfica, murales, música tanto tradicional como jazzística, roquera o clásica. La reanimada cultura indígena amerita un comentario aparte.

El gobierno de Ernesto Zedillo, aunque con las manos ensangrentadas, mantiene y hasta incrementa la estructura institucional para la cultura y las artes. El Sistema Nacional de Creadores e Investigadores amplía su nómina, las becas y fondos fluyen para quienes resultan seleccionados en las modalidades establecidas por el gobierno anterior.

Al cambio de siglo, el PRI pierde las elecciones. Llegan el PAN y el presidente más iletrado de la historia. Heredan y sostienen, con variantes y caprichos, el aparato cultural vigente, sin resistencias del establishment intelectual que muestra flexibilidad para adaptarse a los nuevos aires de la derecha. La inercia se mantiene con Felipe Calderón. La cultura privada por su lado prospera. Museos como Soumaya, Jumex, la escena de Monterrey y los grandes bancos dictan tendencias. Al regresar el PRI y Rafael Tovar y de Teresa al frente del sector, en 2015 se establece la Secretaría de Cultura. Ello confirma el avance del sector cultural como parte del Estado y sus ligas con el gran capital.