el próximo 6 al 9 de junio están llamados a votar los ciudadanos de los 26 estados que conforman la actual Unión Europea para elegir a los diputados del Parlamento Europeo que conformarán la décima legislatura. Unas elecciones que están marcadas, una vez más, por el crecimiento de la extrema derecha a escala continental y los efectos que ello puede tener en la configuración de las próximas instituciones europeas. Y todo esto en un contexto en el cual el fantasma de la guerra, la remilitarización y la vuelta de la austeridad marcarán las políticas de la próxima legislatura.
La disputa electoral con la extrema derecha está marcando gran parte de la campaña de estas elecciones europeas, especialmente en el campo de la familiar popular
(democracia cristiana y demás derechas supuestamente democráticas) que ve cómo gran parte de su electorado es interpelado directamente por las fuerzas ultraderechistas emergentes. En este sentido, desde hace tiempo los principales partidos conservadores están aceptando el terreno de confrontación que propone la extrema derecha, asumiendo así buena parte de sus postulados. El propio presidente del Partido Popular Europeo (PPE), el alemán Manfreb Weber, ya se mostró favorable a llegar a acuerdos con la extrema derecha después de una reunión con la presidenta italiana Georgia Meloni el año pasado. Acercamientos que contribuyen a normalizar a la extrema derecha como un socio aceptable, legitimando no sólo su espacio político, sino también sus políticas y discursos de odio que cada vez ganan más audiencia entre el electorado europeo.
Cabe hablar por lo tanto de un verdadero poder de agenda
de la extrema derecha, entendido como su capacidad para establecer las prioridades programáticas, las problematizaciones relevantes y los enunciados discursivos que fijarán los términos del debate. Y esa ha sido de hecho su gran victoria hasta ahora. Desde las instituciones europeas y los partidos de la Gran Coalición de populares, socialistas y liberales que las han liderado tradicionalmente, son recurrentes las llamadas de alerta ante el auge de actitudes racistas y organizaciones xenófobas. Sin embargo, en lugar de plantear contrapropuestas para combatir estos discursos excluyentes, esos mismos actores están aceptando el terreno de confrontación que propone la extrema derecha, asumiendo así buena parte de sus postulados. Una buena muestra de ello es la necropolítica migratoria europea y la reciente aprobación del nefasto e indignante Pacto de Migración y Asilo.
Una de las pocas novedades que ha aportado esta aún incipiente anodina campaña electoral europea ha sido la opción abierta por la candidata del PPE a revalidar la presidencia del colegio de comisarios, Ursula von der Leyen, a pactar con una parte de la extrema derecha representada por el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Un grupo que aglutina, entre otros partidos, a Fratelli de Italia de Meloni, al español Vox o a los ultraconservadores polacos de Ley y Justicia (PiS). Esta es una buena muestra del rol protagónico que se le augura a la extrema derecha en la próxima legislatura, en la que serán una pieza clave para conseguir mayorías parlamentarias.
Queda así desmontado aquel mito liberal según el cual el sarampión autoritario que vive actualmente Europa sólo aqueja a Le Pen y sus similares. Hace años que Macron y buena parte de la Gran Coalición neoliberal europea se contagió del mismo virus. La lepenización de los espíritus
es un hecho contrastado desde hace años. Hoy la extrema derecha marca la agenda y el supuesto centro la acata, ejecuta y normaliza cada vez más. Y no sólo por mero convencimiento ideológico, sino también por puro interés estratégico: en sociedades capitalistas atravesadas por múltiples y crecientes crisis e inestabilidades, el desarrollo creciente de la represión y la securitización se vuelve un seguro de vida para los de arriba. Explorar y explotar los miedos e inseguridades para construir una ideología de la seguridad que permita dotar de coherencia e identidad a la remilitarización europea, el gran proyecto de las élites del viejo continente.
En las pasadas elecciones europeas de 2019 uno de los grandes titulares fue la ruptura del bipartidismo. O al menos de su tradicional dominio parlamentario. Los grupos de Populares (PPE) y Socialdemócratas (S&D) no consiguieron sumar, por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, mayoría absoluta. Esta erosión del bipartidismo parece que se consolidará como tendencia en estas próximas elecciones, pero esta vez con la posibilidad real de que la extrema derecha consiga alcanzar 30 por ciento de la eurocámara y, más importante, obteniendo con ello una minoría de bloqueo.
En el caso de que la extrema derecha cumpla los pronósticos de las encuestas electorales y consiga ser la fuerza más votada en nueve de los 27 estados miembro, entre ellos Francia e Italia, se convertiría en un sujeto fundamental para determinar las mayorías parlamentarias en la próxima legislatura. La burocracia eurócrata de Bruselas considera muy seriamente esta posibilidad y, para ello, ha comenzado toda una campaña para diferenciar entre extrema derecha buena y extrema derecha mala; es decir, entre aquella extrema derecha que asume sin ambages la política económica neoliberal, la remilitarización y la subordinación geoestratégica a las élites europeas, y aquella otra que todavía las cuestiona aunque cada vez más tímidamente.
La eurocracia europea se está preparando para añadir una silla en la gobernanza europea para la extrema derecha, acabando de enterrar definitivamente todos los tabúes y precauciones que las democracias occidentales habían tenido contra estas fuerzas políticas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Todo ello en un contexto en el que los tambores de guerra no paran de resonar en las cancillerías, acercándonos peligrosamente al escenario de una nueva confrontación bélica mundial, con el telón de fondo de la emergencia climática y el desmantelamiento de la gobernanza multilateral y del derecho internacional que ha regido la globalización neoliberal durante las últimas décadas. Un peligroso cóctel que augura nuevos conflictos, una recomposición de actores, una ampliación del campo de batalla y, sobre todo, una aceleración de nuevas y viejas tendencias.
Que la extrema derecha vaya a estar sentada en la mesa de los mayores de la gobernanza europea vuelve todo aún más peligroso. Pero también ayuda a aclarar el panorama y a descartar como parte de la posible solución a quienes no tienen problema en aliarse con la Internacional Reaccionaria si con eso pueden intentar mantener sus privilegios a buen resguardo. Habrá que seguir buscando fuera y más allá de los estrechos márgenes que está dejando el autoritarismo neoliberal de nuevo cuño.
* Diputado de la izquierda en el Parlamento Europeo