a palabra archivo
conlleva una sugerencia de pasado, de remisión a los indicios de una memoria consignada, recordatorio a la fidelidad de la tradición; en realidad, para Derrida, lo que el archivo debería poner en tela de juicio es la venida del porvenir.
Si partimos de imaginar un proyecto de archivología general, habría que incluir al sicoanálisis, proyecto de ciencia del cual sería fácil mostrar que semeja una historia (la ciencia general del archivo, de todo aquello que puede ocurrir a la economía de la memoria y sus soportes, huellas, documentos, en sus modalidades síquicas o tecnoprotéticas (internas o externas: wunderblocks pretéritos o del aún por-venir); o en su defecto, erigirse bajo la autoridad crítica (kantiana) del sicoanálisis, embarcarse en una discusión, no sin antes haber integrado su lógica; sus conceptualizaciones, la metasicología y las dimensiones tópica y económica; tal como enfatiza Freud en Moisés y el monoteísmo, cuando destaca la problemática del archivo de la relación oral y la propiedad pública, las huellas mnémicas, la herencia arcaica y transgeneracional, así como lo que puede acontecerle a una impresión
en aquellos procesos tanto tópicos como genéticos.
Hay en todo este asunto de la impresión una simbolicidad que trasciende y desborda las lenguas y la discursividad.
Freud hizo una puntualización trascendental al hablar de los tipos de memoria o de archivo transgeneracional (el recuerdo de una experiencia ancestral o el carácter que se presume biológicamente adquirido) y es el hecho de que somos sensibles a una analogía y no es posible representarnos
(Vorstellen) el uno sin el otro.
Esto a su vez, en mi opinión, podría relacionarse con aquello que Freud captó desde el Proyecto de una sicología para neurólogos: el hombre se siente solo en el mundo, en condición marginal, en búsqueda permanente de lo que creíamos perdido al intuir que el dolor profundiza, y al verlo encarnado en otro, nos despierta cierta identificación; punto donde emergen las imágenes transhumantes, donde se comunica la vida, desde el desamparo original y nos hace indesligables uno del otro; la imposibilidad de separarnos; irrupción de la huella de una presencia imposible. Fuerza de la incompletud.
Para Derrida, el asunto del archivo no es del pasado archivable del archivo. Es una cuestión de porvenir, de una respuesta, de una promesa y de una responsabilidad para mañana. Lo que el archivo tiene por decir, o lo que habrá querido decir, sólo podremos saberlo en el tiempo que ha de venir. Quizá nunca. La cuestión del archivo continúa siendo la misma, ¿qué viene en primer lugar? O mejor dicho, ¿quién viene a la zaga?
Aquí, Derrida alude al gesto (destacado y discutido por Yerushalmi) de Jakob Freud al entregar a su hijo Sigmund la Biblia patriarcal con una nueva piel el recordatorio figural de la circuncisión y la alianza, acontecimiento arqueonomológico. Fantasma patriarcal que flota y se desliza a la posición de ser el portador invisible de la posesión de la razón, de verse como otorgante de la razón y la palabra última.
Así, todo archivo lleva un nombre, un título, una marca y un trazo. Marca que traspasa el cuerpo propio; como enfatiza Derrida: ya se sabe que, de formas diversas y complicadas, los nombres propios y las firmas cuentan y que lo turbio del archivo es debido al mal de archivo. Perturbación, mal, pasión ardiente sin tregua, en desesperada búsqueda del archivo, justo allí donde nos es irreprimible, compulsivo y nostálgico de retornar al origen, al aposento donde reposa lo más arcaico.
“Ningún deseo, ninguna pasión, ninguna pulsión, ninguna compulsión, ni siquiera ninguna compulsión de repetición, ningún ‘mal-de’ surgirían para aquel a quien, de un modo u otro, no le pudiera ya el (mal de) archivo”. De archivos: Saramago y Derrida.