l 7 de octubre pasado se abrió un nuevo capítulo sobre un ancestral litigio entre palestinos e israelíes que continúa siendo el pretexto de extremistas para crear odio y muerte entre dos pueblos que buscan el derecho a vivir y coexistir en paz. Ese día, en una espectacular maniobra, decenas de terroristas de Hamas atacaron y masacraron a más de mil 200 ciudadanos israelíes que celebraban un festival al aire libre en el territorio de Israel colindante con la franja de Gaza. La respuesta de este artero ataque no se hizo esperar. En las siguientes semanas el ejército israelí empezó a bombardear sistemáticamente la franja de Gaza, sede de Hamas, devastándola y matando a miles de civiles palestinos.
El mundo entero apoyó a Israel y le concedió el derecho a defender su territorio en respuesta al ataque de Hamas. Pero, ante la violación de las más elementales reglas humanitarias en contra de la población civil de Palestina, muy pronto creció la repulsa mundial, no en contra del pueblo de Israel o los judíos en su conjunto como muchos han hecho creer, sino en contra del primer ministro Benjamin Netanyahu, perpetrador directo de esa brutal respuesta.
Fueron nuevamente los estudiantes quienes, con su paradigmático sentido de la justicia, volvieron a encabezar la protesta por estos trágicos eventos, al igual que lo hicieron durante la alevosa invasión por parte de Estados Unidos a Vietnam. Miles de estudiantes marcharon en protesta, en las universidades de Columbia, UCLA, Harvard, Penn, Notre Dame, y decenas más a lo largo de todo el país.
Desafortunadamente, no faltaron en esas protestas quienes, en abuso del derecho a la libre expresión, gritaran consignas amenazantes en contra de la población judía, lo que justamente exasperó los ánimos de estudiantes que consideraron inapropiadas e insultantes dichas expresiones.
Lo que siguió fue el zipizape y la represión, así como la destrucción de los campamentos en los que los estudiantes esperaban una respuesta crítica en contra del gobierno que encabeza Netanyahu y que además suspendiera la ayuda armamentista a su gobierno.
En la vorágine de ataques entre Israel y Hamas pasaron a segundo término las comparecencias en el Congreso estadunidense en las que la representante neoyorquina del Partido Republicano, Elise Stefanik, en un estilo con cierto tufo macartista
, conminó a las máximas autoridades de algunas de las universidades más importantes en Estados Unidos, entre ellas Harvard, MIT, Penn y Columbia, para que informaran del porqué de su pasividad
ante las protestas estudiantiles en las que, en una actitud reprobable, incluyeron llamados al holocausto de los judíos
.
Stefanik literalmente fustigó a las autoridades universitarias, insinuando que en alguna medida se toleraba el antisemitismo en sus centros de estudio. Aunque no lo admitieron, a final de cuentas tuvo el efecto que ella buscó y las autoridades de esas universidades fueron obligadas a renunciar.
El asunto no terminó ahí. Las comparecencias y las protestas estudiantiles rebotaron en los ánimos entre demócratas y republicanos que dividieron sus opiniones dentro de sus propios partidos. El presidente Joe Biden llamó a respetar la libertad de expresión, pero manifestó su desacuerdo con las muestras de odio mutuo entre judíos y palestinos, y la violencia que ese odio generaba en los campus universitarios y la sociedad en general.
El llamado no dejó satisfecho a nadie. Se le exigió una enérgica condena a Hamas, pero también en contra del régimen encabezado por el primer ministro israelí, quien insiste en negar una solución justa que derive en la creación de dos estados: Israel y Palestina.
Lo que parece estar cada vez más claro, según cuenta la periodista Hanan Steinhart desde Israel, es que, para el interés de Netanyahu, “es conveniente debilitar a Hamas, pero mantenerlo vivo y en control de Gaza, ya que es su llave para conservar el statu quo y mantenerse en el poder”. (Mantener a Hamas en el poder, motivo no revelado de Netanyahu
, diario The Jerusalem Post, 3 de mayo de 2024)
Con este marco de fondo, hay que admitir que el extremismo sigue ganando adeptos y es responsable de alentar un fuego que debiera ser extinguido con una sensatez que escasea cada vez más.