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Carlos Monsiváis, cumpleaños 86
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▲ Carlos Monsiváis en la sede de la editorial Era, durante una entrevista con La Jornada, el 9 de octubre de 2008. El sábado pasado, el cronista, autor de la columna Por mi madre, bohemios, publicada en este diario de 1989 a 2001, habría cumplido 86 años.Foto archivo
L

as últimas apariciones públicas de Carlos Monsiváis las hizo en un programa de televisión en 2009: Antesala, conducido por Antonio Navalón, Carlos y el que escribe. Lo produjo Tv UNAM.

Acostumbrábamos pasar a su casa para llevarlo al estudio instalado en Paseo de la Reforma, en plena Zona Rosa. Los últimos meses cargaba un tanque de oxígeno, pues necesitaba reanimar sus pulmones de tanto en tanto.

Varias veces le dije que si no podía ir al estudio, no fuera. Literalmente, se le iba el aire en las conversaciones. Hacíamos un alto de 10 minutos en el programa mientras se conectaba al oxígeno y continuaba.

Siempre rehusó mi sugerencia y me daba pena ver tanto esfuerzo de su parte para que sacáramos el programa. Su prima Bety y Navalón lo entendían mejor que yo: era la salida de Carlos para interactuar de manera directa con nuestros invitados, que siempre eran de primera línea. Para Carlos, estar al tanto de todo era dieta básica.

Eso sí, cuando entrevistamos a Los Tigres del Norte decidió no ir. Sabía que convocaban multitudes y sabía que no se podía exponer, pero hicimos un enlace desde su casa.

Ese día, el edificio se llenó. Había gente en las escaleras, en la planta baja, en los pisos de arriba, en la calle. El estudio se colmó de rostros llenos de emoción de personas que no conocía.

Para Carlos, la plataforma que había sostenido a los Tigres del Norte durante tanto tiempo era el público, ya que, más que juglares, eran cronistas de su tiempo, jefes de información de la vida diaria, así dijo desde su casa.

Muchísimos grupos aparecen y se vuelven humo; en cambio, Los Tigres del Norte han logrado la continuidad de una institución que es su público, que los sigue al pie del escenario, que los alaba, que memoriza sus letras. Su permanencia permite definirlos claramente como una manifestación profunda de la cultura popular. Básicamente, son jefes de información, cronistas en un coro testimonial.

Desde sus programas de radio con Nancy Cárdenas, Monsiváis siempre se interesó en tener presencia en los medios electrónicos, aunque los criticaba. Sabía de su gran impacto y estaba decidido a que sus reflexiones alcanzaran a más personas, porque no basta dejar todo sólo en libros y periódicos.

Sus comentarios en televisión podían ser casi aforísticos por su brevedad, sarcasmo y contundencia, o ser presentados como pequeñas fábulas o escuetos instructivos para señalar tendencias. Rescato uno sobre las llamadas inversiones seguras, transmitido en el noticiero estelar de Televisa:

“Reflexión del empresariado internacional: si el Apocalipsis no va a ser negocio, ni tiene caso que suceda. El verdadero y menos aceptable Apocalipsis sería un fin del mundo no rentable, algo que por sí mismo desalienta las esperanzas de las inversiones a plazo fijo y del manejo bursátil de la confianza en el posfuturo. Por eso me permito algunas recomendaciones financieras, o por lo menos de acercamiento de las tradiciones teológicas en la Bolsa de Valores: si se anuncia la gran catástrofe, no vendas tus propiedades. Resérvate tu casa, comida real y virtual y un caudal de devedés, por si el juicio se prologa al ser tantos los enjuiciados y tan numerosos los agravios al más allá y los abogados defensores.

“No te vuelvas un oportunista deleznable y no busques convertirte rapidito a cualquier credo, o no asegures que eres el mejor creyente de tu manzana. Se ve mal. Mejor acepta que siempre has creído en los valores y que éstos están asegurados por las reservas del Banco de México.

No caigas en el pánico, porque eso crea incertidumbre, el estado de ánimo menos propicio para las inversiones provechosas.

La gana de razonar en voz alta como principio ético fue uno de los atributos de Monsiváis. Gracias a ello aún tenemos acceso por los medios audiovisuales a sus frases lapidarias, humor negro, historias emblemáticas y erudición sin pedantería, con ese tono arrastrado entre dientes con el que solía conversar.