entro de cuatro meses, México tendrá un nuevo gobierno y esta primera etapa de la Cuarta Transformación habrá hecho historia. Así como en diciembre de 2018 uno tenía que pellizcarse para convencerse de que no estaba soñando, ahora hay que hacer otro tanto por la dificultad de asimilar la enormidad que ha hecho el país, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, en estos casi seis años de vértigo. En diversas ocasiones, el Presidente ha marcado pausas o compases de espera con una frase: política es tiempo
. Y sin embargo, no puede negarse que en lo general ha gobernado con el acelerador a fondo y que la transformación es en sí misma una promesa cumplida: el país de 2024 es radicalmente distinto, para bien, a la nación desesperanzada, corroída y envilecida que había hace poco más de seis años.
La crisis finisexenal fue una tradición inveterada desde 1970, cuando Luis Echeverría recibió una presidencia manchada de sangre por la represión de dos años atrás; en 1976, López Portillo llegó a Los Pinos con el telón de fondo de una magna devaluación, y se fue de igual manera, dejando al país en la zozobra financiera. El sexenio de De la Madrid fue una crisis permanente, desde el primer día hasta el último, y cerró con la imposición fraudulenta de Carlos Salinas. Éste acabó su periodo con una insurrección en Chiapas, en medio de asesinatos políticos estremecedores y con la mesa puesta para el siguiente terremoto económico, el cual fue precipitado por Zedillo, quien además de hundir y saquear a México en la peor bancarrota que recuerden las generaciones vivas, consumó el gran robo del Fobaproa-Ipab y perpetró graves crímenes de lesa humanidad: Aguas Blancas, El Charco, La Libertad, San Juan del Bosque y Acteal, entre los más indignantes.
La gran esperanza de la alternancia foxista se deslavó en cuestión de meses, conforme el ranchero guanajuatense se mimetizó con la corrupción, el autoritarismo y los fraudes electorales característicos del PRI. Felipe Calderón fue incrustado en el poder presidencial en calidad de usurpador, en medio de un quiebre político sin precedentes, y con la activa –y documentada– participación de la embajada de Estados Unidos. Peña Nieto se ciñó la banda en un clima de violenta represión y llevó al país a grados superlativos de corrupción, violencia represiva, frivolidad y sumisión a Washington.
Pero en julio de 2018 el grueso de la sociedad se alzó en urnas para deponer al régimen oligárquico y neoliberal, y para cuando terminó el sexenio del mexiquense no se respiraba crisis exacerbada sino aires de alivio y de esperanza, por más que los sectores minoritarios que hoy se revuelcan en la frustración de no poder recuperar el poder a corto plazo, se tronaban los dedos de manera auténtica o fingida y auguraban el fin de los tiempos ante la llegada del Mesías Tropical. Casi intactos en su composición, esos sectores se han pasado seis años deseando con toda su alma un gran fracaso de la 4T o, cuando menos, una magna catástrofe que les permitiera reposicionarse.
Para su infortunio, México ha salido adelante de situaciones tan delicadas como la presidencia de Trump en Estados Unidos y tan graves como la pandemia, ha vivido un tiempo frenético de realizaciones y logros, y hoy se acerca a un relevo en condiciones inéditas: sin el amago de fraudes electorales desde el poder público, con la economía sólida y creciente, con la soberanía recuperada, con 5 millones de pobres menos, un desempleo envidiablemente bajo, una clara contención de las tendencias ascendentes de la violencia delictiva que se padecían en 2018, obras que impulsan el desarrollo regional en donde antes ni el gobierno ni la iniciativa privada invertían ni un peso y derechos nuevos y consolidados en la Constitución. Y se ha avanzado en la construcción de un pacto social –como no lo había desde antes de que el desarrollo estabilizador entrara en crisis–, es decir, el enunciado de un país en el que todos sus sectores, culturas, tendencias y regiones tienen garantizado un sitio y unas reglas de convivencia entre ellos.
Falta, desde luego, mucho por hacer, por afinar y por corregir. La mayor parte de las promesas que no se han cumplido total o parcialmente están relacionadas con áreas del Estado en las que se atrincheraron los intereses oligárquicos –Poder Judicial en su conjunto, institucionalidad electoral, organismos autónomos, fiscalías– y que se han dedicado con mucha disciplina a entorpecer o impedir avances en diferentes ámbitos, desde la justicia hasta la recuperación total de la industria energética. Pero la gente entiende esta circunstancia, aprecia lo conseguido y se arma de paciencia para lo que falta, y eso explica la fidelidad electoral mayoritaria que muestran las encuestas para con lo que se ha llamado el Segundo Piso de la 4T, que es el conjunto de propuestas presentadas por la candidata presidencial Claudia Sheinbaum.
Vamos a un fin de sexenio sin crisis finisexenal. Y esto también es hacer historia.