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Paul Auster: la novela como un rumor
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u primer libro fue un puñado de traducciones que hablan mucho de su escritura, de esa corriente magnética que atravesó toda su obra. El azar, según muchos, pero que él prefería llamar lo inesperado, lo real maravilloso que puede tener un efecto determinante en nuestras vidas. Ese no esperar que suceda nada y de repente ocurre. Ese libro inicial de Paul Auster apareció en 1972 bajo el título de A Little Anthology of Surrealist Poems. Una recopilación de poemas que encendieron la imaginación del escritor. Poemas de otros que había hecho suyos como lector y quería compartir.

Si trabajó en un barco petrolero, vendió cromos de beisbol e hizo traducciones para sobrevivir, las ganas de escribir sus propias historias nunca lo abandonaron. Ni siquiera el rechazo de 17 editoriales que se negaron a publicar Ciudad de cristal, nada menos que una de las tres novelas que reúne la Trilogía de Nueva York, que se convertiría en su libro más emblemático y el que me regaló Monsiváis como un debe de lectura. A ti que te gusta tanto Nueva York, no todo son museos, el teatro o Tower Records, me dijo.

A partir de entonces, conocimos al polígrafo Paul Auster capaz de crear novelas, obras de teatro, guiones cinematográficos y poemas que hizo hasta 1979, cuando sintió que había dicho todo lo que tenía que decir en ese género. Se frustró, claro, entró al pantano de la depresión, pero también gracias a ello renunció a sus aspiraciones de hacer alta literatura. Sólo se puso a escribir y las palabras surgieron en forma de prosa.

Una frase de Heráclito fue la guía de su libro La invención de la soledad y se volvió en el leit motiv subterráneo de toda su obra: Si buscas la verdad, prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando la encuentras.

Las anécdotas que reúne allí se convirtieron en una forma de conocimiento sin cuellos rígidos ni sentencias flamígeras; se transformaron también, sin proponérselo, en una especie de ars poetica del escritor, donde la libertad de la imaginación es un torbellino que trastoca todo, un fluir de palabras que nos sacude.

Más que un método de escritura, sin embargo, se convirtió en un acto de fe.

Hace más de 20 años le confesó a Michael Wood que a lo largo de su vida le habían ocurrido tantas cosas extrañas, había vivido sucesos tan inesperados e inverosímiles, que ya no estoy seguro de saber qué es la realidad. Lo único que puedo hacer es hablar del mecanismo de la realidad, recoger datos de lo que ocurre en el mundo y tratar de registrar los hechos de la forma más fidedigna posible.

Muchas veces se preguntó de dónde venían las palabras que contaban las historias de sus novelas, de dónde surgía esa voz incorpórea que parecía surgir de la nada. Aunque tenía una idea general de la historia que quería contar, poco a poco iba cambiando. Decía que todos sus libros empezaban como un rumor en la cabeza, como una música, como un tono. Y pretendía ser fiel a ese rumor, a ese tono, a esa música de lo que pasa: es algo muy intuitivo, no sería posible justificarlo o defenderlo racionalmente, pero uno sabe cuándo ha errado una nota, y normalmente sabe también con bastante certeza cuándo ha tocado la tecla adecuada.

Auster descreía del fin de la novela por una razón relativamente sencilla: porque la novela “es el único lugar del mundo en el que dos extraños se pueden reunir en condiciones de absoluta intimidad. El autor y el lector hacen el libro juntos. Ninguna otra forma de expresión artística –le dijo a Wood en una entrevista memorable– es capaz de captar la introspección esencial del ser humano como lo hace la novela”.

Para él, escribir siempre fue aprender a hacerlo sobre la marcha. Toda novela fue siempre la primera. A menudo me siento como un principiante, enfrentando las mismas dificultades, cometiendo los mismos errores y desechando las mismas páginas desafortunadas, inservibles. Al final lo que descubres es lo estúpido que eres. Es un buen oficio para cultivar la modestia.

Si bien desconfiaba de la posteridad, nunca ha contado para mí porque estás muerto, vivirá, aunque sea un lugar común decirlo, a través de sus libros. Los lectores decidirán cuáles nos harán recordarlo, cuáles vivirán por la llama viva que nos consuma al leerlos.