ientras países del mal llamado Tercer Mundo pueden ufanarse en su lucha contra el analfabetismo, en un país considerado potencia mundial como es Francia, el analfabetismo funcional o iletrismo
roe la sociedad a causa, tal vez, de los paradójicos progresos del mundo moderno. Uno de cada 10 habitantes padece iletrismo; es decir, no comprende lo que lee y no es capaz de escribir un texto (rellenar una solicitud, leer un diario, entender un contrato, seguir instrucciones escritas). A estas limitaciones se agregan ahora las producidas por las nuevas tecnologías de información y comunicación: computadoras, calculadoras, teléfonos móviles y otros diversos nuevos aparatos.
La paradoja, en ocasiones, es que los productos de las nuevas tecnologías son causas de parte del iletrismo. La lectura de libros es cada vez más reducida, la computadora sugiere las frases para continuar la escritura de un texto, las pantallas de las modernas máquinas ocupan el espacio que podría dedicarse a leer al menos un diario, la escritura manuscrita se desvanece bajo los teclados de un moderno aparato, la variedad de vocabulario se reduce, las palabras escasean y los pensamientos se van limitando a formulaciones prefabricadas por la inteligencia artificial de los instrumentos a diario utilizados.
Dos de las primeras víctimas del actual analfabetismo son la poesía y la filosofía; es decir, el pensamiento. Si se acepta que el ser humano es tal porque es capaz de pensar, a diferencia de otros animales y especies, el empobrecimiento de su inteligencia estaría causando una futura deshumanización. En lugar del superhombre de Nietzsche, encarnación de la lucidez y trascendencia de sí para devenir lo que es, liberado con la muerte de Dios, el hombre actual emprendería el camino contrario a su evolución, cuyo primer signo fue el inicio del pensamiento en Grecia.
Con el Poema de Parménides se expresa por vez primera el pensamiento escrito en Occidente ante la revelación del milagro de ser: En efecto hay ser, al contrario, la nada no es
. Pensar y ser es la misma cosa
, afirma asimismo en el poema, manantial y principio de la reflexión.
La evolución del pensamiento, con y sin tropiezos, ha evolucionado a través de los siglos. La mente formula con palabras las ideas expresadas. La escasez de vocabulario, sea la lengua o idioma que sea, limita la idea que se desea exponer. La persona que carece de las palabras es incapaz de formular en su mente lo que percibe apenas como un destello. Menos aún expresar en voz alta lo que es un hervor en su cabeza.
Orgullosos de los progresos científicos y técnicos, hombres y mujeres se vuelven más y más dependientes de sus propias invenciones. Pueden dejarse a las máquinas muchas de las tareas realizadas por ellos durante siglos de Historia, pero no el pensamiento. El robot más perfeccionado puede dejar caer gotas de agua salada como lágrimas y emitir ruidos jocosos, pero no sufre ni ríe. Emite frases y escribe discursos, pero no piensa. Su programación no alcanza la capacidad de reflexión que da la palabra. Por esto es grave el empobrecimiento del vocabulario. El riesgo, en este retroceso, es acostumbrarse, a causa de la falta de palabras, a la facilidad perezosa que es repetir lo escuchado en radios, televisores, reuniones, amaestrados por anuncios publicitarios y propagandas, engañándonos imaginando que pensamos y expresamos nuestras ideas.
Por fortuna, aún estamos a tiempo de invertir el proceso de analfabetismo que brota aquí y allá como en Francia. Marc Menant, periodista, cronista de televisión y escritor, aconseja con su aguda lucidez la lectura diaria de un poema en las escuelas. Inocular en las nuevas generaciones el placer de la lectura. Creo que es posible apasionar a los niños con la lectura de El corsario negro, Los tres mosqueteros o los cuentos de Las mil y una noches. Y, ¿por qué no Harry Potter, ya tan leído por muchos de ellos?