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El poeta Carlos Monsiváis
E

l sábado 22 de diciembre de 2001 a las 11:23 los spirituals aún inundaban la sala. La voz de Jesse Norman con Every Time I Feel the Spirit y el Gospel Train se mezclaban con anécdotas sobre Tito Monterroso, que acababa de cumplir 80 años. Me encantó aquella en la que al asistir a una reunión con su paisano Cardoza y Aragón alguien aludió a sus estaturas diciendo que habían llegado los representantes de los países bajos.

Mientras, Carlos corría la pluma en una de esas hojas de papel reciclado donde escribía a mano sus bodrios que Bety, su sobrina, pasaría más tarde a la computadora. Y así entre las anécdotas monterrosianas y los góspeles hablamos, mientras escribía, de poesía.

–¿Nunca has escrito poesía?

Sin levantar la cabeza miró sobre los lentes: Conozco la cocina literaria, pero prefiero la prosa.

Muchos sabíamos de su capacidad para memorizar poemas que soltaba como síntesis poderosas y eso me hacía dudar. Sólo los poetas lo hacían.

Sabía de memoria los 150 salmos de La Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, que resuenan como el bronce de Francisco de Quevedo. Empezó con el Salmo 23 de muy niño. Cuando le dijo a su mamá que ya se lo sabía, ella le dijo que muchos lo sabían, que tendría sentido si se aprendía otro y eso hizo día tras día hasta aprender todos...

El pasado martes se presentó la Monsiteca, base de datos del Fondo Documental Carlos Monsiváis ubicado en la Biblioteca de México, donde se encuentra su biblioteca personal. Manuscritos, artículos impresos, correspondencia, guiones de cine, libretos de teatro, fotografías.

Allí está su colección de Mad, Sur, Pepín, México en la Cultura y La Cultura en México, además de otras revistas literarias mexicanas que ni la Hemeroteca Nacional tiene. En la hemeroteca monsivaíta encontré hace tiempo tres poemas perdidos de Octavio Paz. No faltan, claro, las traducciones que él y su amigo Sergio Pitol hicieron de numerosos cómics.

Gracias a esta herramienta ideada por Poncho Morales y Javier Castrejón, pude encontrar al Monsiváis poeta. Un veinteañero que cantó a la España de la guerra civil lo mismo que al amor revelado en una chica de nombre Mercedes, de quien sintió la esfera ciega de sus senos, porque un poema se viste de palabras, / cuando se le ha vertido la más pura semilla; y se recibe de raíz humana.

En ese archivo también existen rastros de su cultura protestante, cuya ética llevó hasta sus límites.

Dejó constancia de ello en Canto del río Profundo dedicado A dos momentos del mismo Spiritual. Rev. Martin Luther King y Paul Robeson. Reproduzco dos estrofas publicadas en la revista universitaria Ágora, de Querétaro, fechada en 1958:

“Es un rumor metálico / como de mares traspasados / Por esa fina aguja de la ausencia: un susurro continuo / de enredaderas ebrias y descalzas / un musitar constante / de nervio adulterado por la sangre / al desatar las voces imprevistas; un estruendo de aves sin espacio / para fijar las alas; un tiempo / transcurrido entre una letra y otra / con la sexta vocal o el alfabeto / destruido en la N. / Es un estremecer de plantaciones, / resucitando el aire pigmentado / de nuevo; un tigre enmohecido / por la falta de manchas / sobre la piel de besos que lo cubre.

“Una sombra incausada es fundamento, /raíz de la pradera, / donde el día de la hierba es más antiguo / que el suelo donde nace. / Para sudar y desprender el polvo /de estas sandalias húmedas, / hay que broncear la vida de las venas, / enlazarlas de sol / con un color de muerte derrotada.

Ahora que vivimos la época de la venta de los archivos de escritores al extranjero me alegra que el de Monsiváis permanezca en México, aunque se encuentre disperso en varios lugares: El Estanquillo, la Cineteca, la Fonoteca y la Biblioteca México. ¿Ocurrirá lo mismo con el de Elena Poniatowska o terminará en una universidad estadunidense?