La novena de Space City, respaldada por la afición
Domingo 28 de abril de 2024, p. 9
Houston, tenemos un problema
. La frase se atribuye a la odisea en el espacio del Apolo 13, en 1970, y se convirtió en lugar común para expresar momentos de caos. Ayer fue subvertida por los Astros –equipo emblema de la ciudad protagonista de la carrera espacial– que vinieron a Ciudad de México para aporrear, sin recato, a los Rockies de Colorado con pizarra de 12-4, en el primer partido de la serie de dos juegos de temporada regular.
Otra vez, el estadio Alfredo Harp Helú recibió a las Grandes Ligas y fue escenario para que los de Space City interrumpieran una racha de cinco derrotas consecutivas, nada mal para un equipo que llegó como visitante pero que parece local. Houston puede comunicarse con su base: en la Ciudad de México no tiene ningún problema.
Dicen que el beisbol es la metáfora de la identidad de Estados Unidos. Es la práctica lo que mejor expresa su espíritu, y las Grandes Ligas son su vitrina. Este deporte, tan enquistado en la cultura de ese país, incluso cobra un relieve muy especial en autores que han tratado de escribir la gran novela nacional. En Baumgartner, la más reciente obra de Paul Auster, el personaje deja asentada su pasión por los cuadrangulares, para que entendamos bien su biografía promedio. Salman Rushdie, británico-estadunidense de origen indio, dijo alguna vez que hasta que asumió el hábito ritual de ver diariamente los juegos de Grandes Ligas se sintió completamente incorporado a esa sociedad.
Fanatismo desbordado
Se nota ese peso cultural en el público que mayoritariamente viajó desde Houston para apoyar a los Astros. Vienen en grupos pequeños o en grandes movilizaciones, todos uniformados en naranja chillón; parecen un gran río de refresco Fanta que fluye en la Magdalena Mixiuhca. Si las esencias existen, tienen asiento en las gradas de los estadios. La pasión de estos fanáticos pone a prueba el sentido del decoro y la vergüenza, porque así se expresa el fervor en su versión más genuina, sin recato alguno: algunos enfundados en overoles de granjeros con los colores de su equipo; otros llevan sombreros gigantes de vaquero para que quede claro que también son texanos –faltaba más– o coronas que simulan un trofeo de Grandes Ligas con un astronauta en alusión a la Space City. El performance del deporte estadunidense tiene mucho de carnaval.
Esta vez no son tantos como el año pasado, cuando el Harp Helú parecía estar en alguna población de aquel país y no en el oriente de la Ciudad de México, pero los que vinieron se notan y les gusta hacerse notar. También hay fuertes contingentes de mexicanos de varios estados de la República; muchos de Sinaloa, Sonora y Veracruz, canteras de la pelota nacional. La mayoría apoya a Houston, aunque algunos se decantan por Rockies, por el pasado del oaxaqueño Vinny Castilla en ese conjunto.
Por eso, las gradas de la casa de los Diablos Rojos están muy animadas, pues se percibe la energía de público de Grandes Ligas. En el terreno, los equipos no quedan a deber. Rockies debería estar más familiarizado con la altura de la capital mexicana, pues su estadio es el más elevado sobre el nivel del mar de toda la liga. Su casa en Denver, Colorado, está a mil 609 metros, alto, sí, aunque por debajo de los dos mil 240 de la capital mexicana que hacen que la bola se eleve como si quisiera rebelarse contra la fuerza de gravedad.
Un héroe sudamericano
Con todo, esta tarde el venezolano José Altuve es el héroe del estadio. Lo nombran y se enciende ese ruido plano y ensordecedor de miles de voces. La pasión en polifonía. Llega al plato y el público estira el cuello para saludar a este hombre bajito de 1.65 metros de estatura que cambió la forma de ver un deporte donde los peloteros cada vez son de talla más alta.
Los Astros se veían cómodos, se les notaba en sintonía con la mayoría del público de su parte. Incluso, con la soltura para aportar una dosis de suspenso, pues empezaron abajo en el marcador. Rockies anotó primero con un jonrón de dos carreras que conectó Ryan McMahon.
Nada toca más profundamente la sensibilidad de los aficionados que ver a su equipo remontar adversidades. Es la épica de resurgir del fango para enaltecer el espíritu que no se deja vencer. Una carrera tímida en la segunda entrada gracias a un error del jardinero central los metió en la pelea. Trey Cabbage conectó un doble, pero la pifia le abrió la puerta para aventurarse a la tercera y de ahí al home, como un Ulises heroico que regresa con los suyos, irreconocible.
La verdadera épica la escribieron los jonrones consecutivos de Yordan Álvarez, de dos carreras, y otro solitario de Kyle Tucker. La fortuna, ya se sabe, es un juego que divierte a unos y tortura a otros.
Los de Space City volvieron a hacer daño a los Rockies en la sexta entrada. El abridor de Colorado, Cal Quantrill, lució esa vulnerabilidad de pajarillo herido que expresan los lanzadores cuando están en problemas. Se le llenaron las bases, lo que obligó a una reunión de emergencia en el montículo. Se decían palabras que nadie sabe qué significan, excepto los convocados, y Jalen Beeks subió a intentar apagar el fuego. Recibió, en cambio, dos carreras más que los colocaban en el punto más hondo de la rueda de la fortuna.
Como si flotaran en el espacio, los Astros orbitaban sobre el diamante. Todo les salía bien ante unos Rockies que rayaban en la melancolía de la derrota anticipada. En el octavo inning, Yainer Díaz conectó un batazo que se convirtió en triple por error del jardinero derecho, que no supo fildear una bola de rutina. Jeremy Peña aprovechó para anotar y más tarde Díaz tuvo su recompensa al ser impulsado por Abreu.
El clímax llegó en la novena, con Yordan Álvarez pegando su segundo jonrón de la tarde para aportar una carrera en solitario. Todo fluye como si estuvieran en casa. Han conectado hasta el momento tres bambinazos y la ventaja ya luce irremontable. Qué importa si los locales en regla son los de Colorado, si esto parece la sucursal de Astros en la Magdalena Mixiuhca, y para refrendarlo, Mauricio Dubón batea un doble que encaja una más por los zapatos de Kyle Tucker que recorrió los senderos desde una base por bolas. Errores defensivos permitieron que el rally continuará y les asestaron dos timbres más para llevar la cuenta a 12-2.
Como desagravio, los Rockies se despidieron de una terrible noche con un par de anotaciones, pero que para nada lavan la honra maltrecha. El cielo se ve como en la épica de un relato del espacio.