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Mario Renato, tiempo de luces y truenos
A

ún recuerdo la tarde en que, Mario Renato Menéndez Rodríguez, me recibió en sus oficinas de Por Esto! Debió ser por octubre de 2007.

Vestido de guayabera y pantalón blanco, hacía gala de su leyenda, forjada en una de las carreras periodísticas más prominentes de la península yucateca y de México.

Su oficina era una suerte de museo viviente y de una biblioteca en uso permanente. Sabio, como era, tenía ahí todas las herramientas para sus largas jornadas de ­trabajo.

Menéndez Rodríguez me contó la historia sobre el juicio que había ganado a un banquero en Nueva York, porque con ello ejemplificaba su afán por buscar la verdad, pero también la capacidad de asumir las consecuencias.

Lo defendió, sin cobrarle, el dueño de un despacho de abogados que le mostró los números tatuados en el brazo, signo ineludible de su paso por un campo de concentración en Alemania, para decirle que precisamente por esas marcas es que respaldaba a periodistas acusados de modo injusto.

En teoría, sería un encuentro breve con Menéndez Rodríguez, pero las horas fueron pasando y salí de las instalaciones del diario, ya por la noche, con la convicción de haber conocido a un personaje de dimensiones históricas y con la tarea de escribir mis textos de opinión o periodísticos con la única condición de que fueran por lo menos semanales. Así lo hice durante una larga temporada, en la que visité al director en un par de ocasiones más, pero en la que hablábamos telefónicamente con alguna frecuencia, aunque ajustándonos a la brevedad que exigía cuando se trataba de comunicaciones remotas.

Menéndez Rodríguez condensaba buena parte de la historia del periodismo y el poder. Miembro de una familia de fundadores de revistas y periódicos, inició su carrera en el Diario de Yucatán, donde mandaba su abuelo, Carlos Ricardo Menéndez González, de quien aprendió que la ortografía era la consecuencia natural de un trabajo realizado con inteligencia y pulcritud.

Los Menéndez se debían a las palabras y siempre las respetaron. Quizá por ello el periodismo de Menéndez Rodríguez fue tan escueto en sus cabeceos, pero con la fuerza de saber elegir la frase o el adjetivo adecuado.

En una edición extraordinaria, luego de los sucesos de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, eligió, para la revista Por Qué?, la que ha ilustrado, durante décadas, lo ocurrido: ¡Asesinos!

La cobertura que hizo de esos acontecimientos le agenció problemas con la Dirección Federal de Seguridad (DFS), ya que las revelaciones daban cuenta, con mucha frecuencia, de los crímenes que se estaban cometiendo contra la disidencia, amprándose en el combate, muchas veces por medios ilegales, contra los grupos armados.

Menéndez Rodríguez conoció la prisión y el exilio. Vivió 10 años exiliado en Cuba, país del que habían llegado sus ancestros a Yucatán a mediados del siglo XIX.

Por Esto! fue la culminación, en el tiempo, del proyecto periodístico que siempre lo animó. Siempre entregué mis sueños a la independencia periodística, entre los cuales figura preeminentemente el de estar en aptitud de decir la verdad y nada más que la verdad.

Fue polémico, eso sin duda, pero siempre se mantuvo fiel a los principios que lo guiaban y a la ruta que él mismo trazó.

Quizá disfrutó del poder que tuvo, pero sin duda padeció el que provenía de otros, varios presidentes de la República a los que les molestaba Por Esto! y de los funcionarios que, serviciales, buscaban cómo afectar a la empresa.

Resistió siempre, supongo que las guerras por las que había pasado, entre ellas las de sostener una revista crítica en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría lo hicieron más que resiliente.

Es triste la muerte Menéndez Rodríguez, pero habría que decir, sin temor a equivocarse, que quedan múltiples lecciones periodísticas de un personaje que nunca rehuyó a comprometerse con lo que creía.