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América y Estados Unidos
L

o acontecido el viernes 5 en la embajada de México en Quito, Ecuador, y la secuela de acontecimientos, ahí mismo, en la calle y después en la mañanera, en toda América, en varias partes del mundo, nos lleva a la conclusión de que las cosas están cambiando, y no sólo en México, donde abiertamente hablamos de una transformación, la cuarta en nuestra historia y en su continuidad mediante el partido que ya encabezó los cambios a partir de 2018.

El atropello fue respondido de inmediato con gallardía, prudencia y valor personal por el jefe de la cancillería, Roberto Canseco, quien sin tirar golpes a los invasores, sin agredirlos verbalmente, reclamó el respeto a la sede bajo la soberanía mexicana, al asilado político y al derecho internacional.

Lo demás, fue congruente con lo sucedido el viernes del torpe asalto; el Presidente, la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena Ibarra, Héctor Vasconcelos, todos en nombre de México respondieron de inmediato y exigieron con energía la separación de Ecuador de la OEA, en tanto no pida disculpas y corrija su error.

Pero hay otra faceta de lo acontecido; resulta que el actual gobierno de Ecuador es uno de los que aún están bajo el control y el semiprotectorado de Estados Unidos; su joven e inexperto presidente es vástago de una familia de gran poder económico en su país, con lazos muy firmes y evidentes con nuestro poderoso vecino; él mismo nació en Miami y apenas se enteró de la rápida y enérgica reacción mexicana, se fue a su natal ciudad de las playas y el turismo. ¿A qué? ¿A buscar el cobijo o el consejo de sus protectores, a olvidarse momentáneamente de su pifia? No lo sabemos, pero lo interpretamos a la luz de la historia de las relaciones de Estados Unidos y los países latinoamericanos, hispanoamericanos como recuerdo los titulaban los principios de doctrina del antiguo PAN, antes de ser Prian.

El incidente dio lugar a un cambio de actitud, un gesto de dignidad y atrajo por lo rápido y enérgico de la respuesta, por la severidad de la exigencia de reparación del daño a una solidaridad, también inmediata y casi total, de los países de nuestra América. Hubo un cambio de actitud, porque se respondió ante Ecuador, el ejecutor, pero también se exigió la respuesta al gobierno de Estados Unidos, el protector en este protectorado, quien no pudo menos que definirse con claridad respecto de la violación a la Convención de Viena por su protegido.

Quedó atrás la interpretación extrema de la doctrina Monroe, que declara que América es para los americanos y ellos, Estados Unidos, se definen como americanos, los únicos; nosotros somos su patio trasero. Quedó atrás la receta de Robert Lansign, que fue secretario de Estado allá por 1915, cuando era presidente del país vecino Woodrow Wilson, quien dijo con cinismo extremo algo más o menos así: para dominar a México habrá que controlar a su presidente y el camino para conseguir esto, un poco más lento que la intervención armada, es “abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras (sus) universidades y educarlos en el modo de vida ‘americano’, en sus valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos”.

La receta se aplicó; los jóvenes ambiciosos gobernaron a nuestro país durante los largos años del neoliberalismo y toleraron todo y aceptaron ser en la práctica socios minoritarios y sumisos del gobierno que puso a su disposición sus universidades y su lavado de cerebro por añadidura. Hubo de todo, desde el que aceptó un tratado lesivo y ventajoso, hasta el que le dijo a Fidel Castro, para no incomodar a los gringos, comes y te vas.

Las cosas cambiaron, la respuesta fue firme y oportuna, el cambio es evidente; coincidieron las actitudes del encargado de la cancillería en ausencia de la embajadora, la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Presidente de la República.

Todo esto me alegra y trae a mi memoria el poema del nicaragüense Rubén Darío, quien en su Oda a Roosevelt escribió este verso memorable: Ten cuidado. ¡Vive la América española! / Hay mil cachorros sueltos del león español / Se necesitaría Roosevelt ser Dios mismo / el riflero terrible y el fuerte cazador / para poder tenernos en vuestras férreas garras / y pues contáis con todo, falta una cosa ¡Dios!

Y continuando con poetas, ahora uno mexicano, Rafael López, quien en La bestia de oro allá a principios del siglo XX, les echa en cara lo siguiente: Time is money ulula su resoplar de toro / junto al sueño latino clavado en una cruz / ¡oh! síntesis grotesca del prócer refrán moro / que dijo bellamente: El tiempo es polvo de oro, colmillos de elefante y plumas de avestruz.

Nosotros somos otra cosa; rescatamos nuestra dignidad como nación en este incidente y tenemos el orgullo de que frente a una doctrina política contestamos con cantos de poetas. México de este incidente sale airoso y los mexicanos orgullosos de sus autoridades.