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El teatro de la crueldad: Acapulco
B

ronco el aire, inestable la tierra, innavegables las olas, falto de luz el espacio, nadie su forma duraba y estorbaba el uno a los otros, porque en un solo cuerpo pugnaban lo frío con lo cálido, lo seco con lo húmedo, lo muelle y lo duro, lo que peso tenía y lo sin peso…

Lo insólito en ocasión del terremoto que sacudió la Ciudad de México en 1985 y que vuelven a tener vigencia en función del huracán Otis, que sembró muerte y destrucción en el puerto de Acapulco (Guerrero).

Las palabras que hablaban de caos y metamorfosis sirven para abordar el cambio y el desorden como dos conceptos centrales con relación al tema del desastre. Suceso que se presenta repentinamente causado por fuerzas naturales y humanas, cuyos efectos son esencialmente graves por el daño que provocan: pérdidas humanas, materiales y culturales que ocasionan a las personas gran dolor y angustia, como los huracanes, las erupciones volcánicas, las inundaciones, las explosiones, los temblores, los accidentes nucleares, los incendios, los accidentes en medios de transporte; epidemias, guerras, actos terroristas, e, incluso, los asaltos y la violencias que vive México.

La muerte de alguien altera la comunidad al igual que el peligro, al no saber a qué atenerse, máxime si está impuesto por fuerzas naturales que incrementan la impotencia y el temor. “Entonces, hay un desastre, desgracias, infelicidad, porque se tiene ‘mala estrella’, y el desastre y la catástrofe acaecen al ‘astroso’, al que tiene ‘mala estrella’, al desgraciado”, dice el filósofo Juan Manuel Silva.

La razón, en casos extraordinarios, enseña que es posible que suceda lo que no creemos que pudiera suceder. La seguridad proviene de lo que pensamos que pocas cosas imprevistas pueden suceder; es decir, la razón operó como si no existiera.

Lo insólito provoca actos desacostumbrados. El hombre –animal de costumbres– sólo hace lo desacostumbrado al requerir un nuevo uso como sucede con los hechos insólitos. Para Artaud –el hombre teatro– lo insólito implica el nacimiento del teatro; los hombres, al igual que los actores, desempeñan papeles nuevos, inéditos y se cubren con máscaras imprevistas y hasta contradictorias con sus papeles previos.

Máscaras que son sustituidas por otras máscaras cuando lo insólito disuelve esas máscaras que en lo cotidiano constituyen eso que llamamos yo o persona.

Todo esto lleva a Silva “a pensar que en lo insólito, los desastres dan lugar a cambios extraordinarios en la forma de relacionarnos con nosotros mismos, los otros, la naturaleza y la divinidad, y, por tanto, ser distintos.

“La comunidad (México) puede ser distinta, vía la desgracia acapulqueña si, a partir de lo desacostumbrado, podemos ser diferentes. ¿No existirá la posibilidad de que las neurosis traumáticas, como secuela lógica de las pérdidas de los más necesitados, puedan ser elaboradas con una nueva forma de ser y no cual es nuestro signo, con el lamento, la rabia y nuevas pérdidas?