a rueca sexenal mexicana, la de renovación de poderes, suele provocar ríos de tinta. Unos son libros otros son breves escritos. En tal avalancha, hasta hoy, ha tenido poca presencia el examen de las fuerzas armadas. Dada la evolución del papel desempeñado por las tropas en los pasados casi 20 años, hoy la situación es distinta. Ahora hay que hacerlo con gran seriedad, profundidad y participación. No hacerlo conduciría a terminar emergiendo algo indeseable.
Es tarea de interés nacional superior precisar alcances, quienes y dónde deben participar en la discusión con una recomendable idea: la discusión debería iniciarse dentro de las propias fuerzas armadas, fenómeno que se está dando en el Estado Mayor Conjunto, a cargo del eficaz general Trevilla Trejo, lógicamente el trabajo hoy es inaccesible.
En contraste, es útil destacar que el análisis sólo sería nacionalmente constructivo si se acepta que el proceso de estudio es como la Luna, posee dos hemisferios ignotos recíprocamente. Ni la sociedad política civil ni el universo militar poseen por sí solos la visión de integralidad, especialidad y capacidad transformadora que necesita el país.
La necesidad de una visión universal es un requisito inevitable para lograr romper con la ambigüedad en que se ha mantenido a dichas fuerzas hasta el momento. Es imprescindible darles identidad, inserción, dimensión, misión y control acorde con tiempos venideros muy previsibles.
La tarea es titánica, implica severas modificaciones a atávicos métodos de ser, de participar y de no hacer nada por partes legalmente obligadas. Recuérdese la inútil comisión mixta de defensa del Congreso.
Un primer paso sería elegir el modelo más compatible con la realidad actual y el de décadas por venir. Un fácil reacomodo circunstancial sería lamentable. Es una redefinición del calado de la creación del Ejército Constitucionalista, de la reforma del general Amaro, de su modernización ante la Segunda Guerra Mundial y su bipartición por Ávila Camacho, al crear la Secretaría de Marina.
La Carta Magna no otorga a los ejércitos la jerarquía constitucional que concede en el artículo 102 a la Fiscalía General de la República y a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. El artículo 89 señala quién es su comandante, el 21 les excluye en materia de seguridad pública y el 129 determina a qué están limitadas. Son las únicas referencias a ellas. Hay que empezar por ahí.
Plantear la pregunta siempre soslayada sería el inicio de una discusión básica. Esta es: ¿qué modelo de fuerzas armadas necesita México? Dar respuesta no corresponde a una inspiración. Obliga a considerar asuntos tan fundamentales como estudiar los auténticos requerimientos y potenciales nacionales.
Esto es, más allá de retórica: ¿cuáles serían las misiones comunes de los tres componentes, Ejército, Armada y Fuerza Aérea y cuáles sus tareas particulares? Debe confirmarse su doctrina, rediseñar la política militar y programas derivados rechazando la visión corta. De esa definición se derivarían facultades, limitaciones, organización, principios operativos, recursos y controles a dar a las tropas del mañana.
A manera de apunte se señala la conveniencia de explorar en principio tres modelos considerando en cada uno que la competencia de intereses ha variado con lo que los antiguos paradigmas militares universalmente están siendo reconvertidos. Países intermedios están involucrando crecientemente a sus tropas en tareas sociales, así surgirían alternativas de modelo de ellas. Importa decir que ninguno es estrictamente singular, cualquiera toma rasgos de otro.
1) Un modelo de gran ortodoxia, generalmente adoptado por países de alto y medio desarrollo con problemas bélicos constantes. Esos países han optado por una secretaría civil, tres fuerzas armadas y, en algunos casos, la fuerza del orden civil, sea guardia, gendarmería o carabineros.
2) El modelo reformador, que modifique a las instituciones actuales asignándoles nuevas misiones que expresen algunas actuales y consecuentemente se precisen nuevos espacios y modos de acción, lo que implica reducir sus organizaciones tradicionales.
De ello surgirá el renovar su doctrina, estructura teórica, legal y material. (¿Ejército, Armada y Fuerza Aérea y Guardia Nacional?) ¿Qué se les agregaría como nuevas responsabilidades?
3) Un modelo heterodoxo, atípico, caprichoso, cuya futura naturaleza, hasta hoy, sólo es supuesta por los altos responsables. Al momento no se puede comentar más allá que expresar preocupación ante lo insospechado. Quizá sea parte de toda una nueva concepción de gobernabilidad nacional.
Los tiempos apremian. El trabajo es delicado e inmenso. Exige el diseño fundacional de toda una innovación. No es algo ligero pensar que el diseño puede conducir a remirar a toda la concepción de gobernabilidad de un país que se estremece. Mil cosas apuntan a la necesidad de audacia por el bien nacional. Una primordial es definir el perfil de las fuerzas armadas. Como opción asusta la fórmula de López Portillo: Moviéndose la carreta, solitas las calabazas se acomodan
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