as certidumbres y sueños que nos condujeron como humanidad a la entrada del siglo XX se han esfumado, o su deformación, las transformaron en su contrario. La democracia para justificar el ascenso del autoritarismo, el progreso para encubrir el daño ambiental, las pretensiones identitarias para exorcizar el pluralismo. Se quiebra un mundo, pero vemos con espanto y horror las fauces del que podría sustituirlo si no respondemos con vigor frente al mal que nos acecha.
Rusia. Con el brutal ataque terrorista en Moscú flotan de nuevo tres ideas perniciosas. El terrorismo constituye el eje a partir del cual se organiza la ruptura de todos los equilibrios geopolíticos. Como principal actor no estatal tiene un propósito efectivo: a través del miedo romper las redes civilizatorias del mundo. Segundo, la dicotomía este-oeste no existe para el terrorismo. En un segmento existe la dicotomía entre fieles e infieles, pero en general es el asesinato masivo el hilo conductor. Al consumarlo, lo que sigue no importa: se suicidan, los arrestan y los torturan, pero dejan de existir como seres humanos. Dice Javier Sicilia sobre el perpetrador que en un momento determinado eligió dañar. Esa elección es que lo lleva a la oscuridad total. Es difícil volver a un estado humano. Tercero, el a que hierro mata a hierro muere. Pero este dicho, que se ha querido aplicar a Rusia, es equivocado. Si el asesinado hubiera sido Putin se entendería, pero ahí está el dictador del Kremlin fingiendo que no está conmovido –cómo no estarlo sí apenas relecto en las elecciones más chafas, en vez de recibir aplausos recibe bombas y tiros. La primera regla del poder para Putin –y muchos otros–, la enuncia Guiliano da Empoli: perseverar en los errores, no mostrar la menor fisura en el muro de la autoridad.
México. Hace 40 años la discusión central al interior de las izquierdas comenzó haciéndose una pregunta candente sobre si todos los medios eran igualmente legítimos para acceder al poder, queriendo con ello poner a discusión si la lucha armada –en determinadas condiciones
– era un medio legítimo en la izquierda. Aun el EZLN, que comenzó con una insurrección armada, ha seguido un itinerario político e ideológico más cercano a la construcción de una democracia autogestionada y alejada de la luchar armada, pero también, salvo en determinadas circunstancias, de la lucha electoral.
Hoy la discusión en el seno de muchas de las izquierdas que entonces consideraron que la lucha armada NO era un medio legítimo para acceder al poder, deben preguntarse si todos los medios legales para acceder al poder son igualmente legítimos. Si un agrupamiento de izquierda para ganar las elecciones o para conformar una mayoría parlamentaria hace todo un ejercicio de travestismo –abandonando valores decisivos como la tolerancia o la justicia, desconectando el discurso político del ejercicio político práctico–, ¿qué queda de esa izquierda? Nada, ni siquiera un saludo a la bandera.
Los dos ejes. La quiebra de las formas de gobernabilidad en el ámbito mundial, así como en muchos regiones y países, transita por dos vías: los terroristas –sean inspirados en lecturas fanático-religiosas o sean movido por el crimen desnudo– tienen un eje: el miedo y la muerte. Las élites políticas tradicionales en regímenes democráticos o autoritarios tienen un propósito: el poder por el poder mismo. Pueden adornar eso con planes estratégicos o nacionales, convocatorias al pueblo, pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Parálisis y anomia. La conjunción de ambas vertientes genera indiferencia, huidas hacia adelante, desánimo, desesperanza. Creo que debemos rechazar esas falsas salidas, partiendo en nuestro caso, en México, de tomar el tema central y convertirlo en el eje de la conversación nacional: la seguridad de los ciudadanos.
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