Sábado 23 de marzo de 2024, p. a12
Señoras y señores, con ustedes ¡las hermanas Labeque!
Vestidas como se vestía Mozart, sonrientes, explosivas, se sienta cada una en el banquillo de un gran piano de concierto y desde el primer compás, las primeras notas, todo es efervescencia.
Son sencillamente espectaculares.
Su reinado data de más de medio siglo: hace 55 años grabaron su primer disco, Visions De L’Amen, con la colaboración directa en el estudio del autor de esa obra, Olivier Messiaen.
Desde entonces, los compositores más importantes del orbe han trabajado grabaciones de sus obras con Katia y Marielle Labeque, hijas de Alda Cecchi, su maestra de piano, su inspiración.
Lo de ellas es el piano a cuatro manos, ya en dos pianos, ya en el mismo teclado. Han rebasado con creces toda definición, pues su poderío abarca los géneros musicales más diversos, sorprendentes.
El Disquero ha seguido de cerca la discografía impresionante de estas bellas francesas que han visitado varias veces México, todas, inolvidables.
Valga un ejemplo en botón para demostrar la sorprendente amplitud de sus dominios: ellas dos con sus respectivos pianos y el compositor dominicano Michel Camilo en el propio, desplegando Caribe en la sala Nezahualcóyotl, pieza de velocidades increíbles, profusión de notas, ritmos dorados por el sol. Música caribeña.
Esa obra, Caribe, quedó registrada en uno de sus discos, Love of Colours.
Y así, el repertorio barroco, el jazz, el ragtime, el flamenco, el pop, el rock, todos los confines.
Sus discos son siempre muy personales, sorprendentes, llenos de magia. Para ellas han escrito obras fabulosas grandes maestros, como Luciano Berio: Línea, para dos pianos y percusiones; o mi querido amigo Michael Nyman: Water Dances; o el gran compositor argentino Osvaldo Golijov, quien escribió para ellas Nazareno; o el extraordinario Louis Andriessen y su Hague Hacking; o bien el gran Philip Glass, quien les escribió un monumental Concierto para dos pianos y orquesta, estrenado por la Filarmónica de Los Ángeles, dirigida por Gustavo Dudamel.
Es precisamente con Philip Glass su colaboración más reciente, vertida en el disco doble titulado Cocteau Trilogy, publicado hace apenas dos semanas y que se ha convertido ya en el centro de atención de la prensa francesa y el mundo musical de Europa. Se prepara una gran presentación en el foro más importante del momento, la sala Philharmonie, en París, donde habrá acción teatral, cinematográfica y dramatúrgica, pues esos son los ingredientes del gran acontecimiento discográfico que hoy nos ocupa.
Los antecedentes de este fabuloso álbum doble son dos pilares que fungen a manera de cimiento: el concierto para dos pianos que escribió Philip Glass para las hermanas Labeque y las suites para dos pianos que ellas crearon a partir de la ópera Les Enfants Terribles, que escribió en su momento Glass a partir del filme de Jean Cocteau.
La trilogía proviene de la serie de óperas que compuso Glass con películas de Cocteau: la referida Les Enfants Terribles, Orphée y La Belle et la Bete.
El último capítulo del libro Palabras sin música, que escribió Philip Glass, se titula precisamente La trilogía de Cocteau, y desmenuza la naturaleza dramatúrgica, semántica y estrictamente musical de esa serie monumental.
La primera idea que centró el trabajo de Glass fue resaltar los temas subyacentes de las tres películas. Como mejor se describen es a través de un par de dualidades: vida-muerte y creatividad sería la primera, y mundo cotidiano y mundo de transformación y magia sería la segunda. Estos temas se hallan en el centro de las tres obras y están explícitamente formuladas en las tres películas
.
Se trata de la segunda trilogía de óperas escritas por Philip Glass. La primera está conformada por la genial Einstein on the Beach, Satyagraha y Akhenaten. Esa trilogía, explica el compositor, trata sobre la transformación de la sociedad mediante el poder de las ideas y no de la fuerza de las armas; esta segunda (trilogía) gira alrededor de la transformación individual, los dilemas morales y personales del individuo frente a los de un pueblo o una sociedad entera. Un corolario de esto es la forma en que la magia y las artes se utilizan para transformar el mundo común y corriente en un mundo trascendente
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El segundo planteamiento al hacer la nueva trilogía, explica Philip Glass, es llevar a cabo un replanteamiento de la relación entre ópera y cine. La formulación más simple de esta idea, aunque no la más exhaustiva, es que en vez de transformar una ópera en una película, iba a convertir películas en óperas. Para realizarlo, era preciso trastocar las convenciones al uso entre prácticamente todos los cineastas
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Fue un trabajo similar a la construcción de las pirámides de Egipto:
“Mi tratamiento de La Belle et La Bete fue el más radical de las tres obras. Empecé por proyectar la película como el elemento visual de la ópera, pero eliminando por completo la banda sonora (música y palabra). Sustituí la palabra por partes cantadas y también remplacé el resto de la música. Técnicamente no era algo muy difícil de conseguir, pero era laborioso. Utilicé el guion de la película para cronometrar cada sílaba, escena por escena. Mediante ese método, los cantantes sólo tendrían el mismo tiempo para cantar que el que tenían los actores en la pantalla para hablar. Luego marqué también escena por escena el papel pautado con barras y marcas de metrónomo.”
Para la tercera de la serie, Les Enfants Terribles, plantea Glass, quería introducir la danza en el conjunto. La danza era la única modalidad de teatro que todavía no había abordado en la trilogía y se trataba de una modalidad con la que había tenido una mayor experiencia directa de trabajo. Le pedí a Susan Marshall, coreógrafa y bailarina estadunidense, que fuera tanto la directora como la coreógrafa, y que aportara su compañía de danza a la producción. Además, necesitaba cuatro cantantes para las dos parejas. La banda sonora original de la película era el Concierto para cuatro claves de Bach, y decidí mantener la misma textura musical de varios teclados usando tres pianos como grupo musical
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Lo impresionante del nuevo disco de Philip Glass, que es a su vez el nuevo disco de las hermanas Labeque, es que toda las complejidades expuestas aquí se trasladan de manera mágica a las versiones para dos pianos que crearon las Labeque.
Escuchar este disco es una aventura gozosa, plena de sorpresas, asombros, delicias muchas.
Puede degustarse sin previo conocimiento de todo lo aquí expuesto, pero la escucha luego de enterarse de todo el intríngulis se vuelve más disfrutable aún.
También, enriquece escuchar las obras originales, es decir, las óperas de Glass, disponibles en plataformas digitales y otros soportes.
Como música pura, o sea, sin escuchar ni conocer los antecedentes, estamos frente a un paraíso donde ritmo, melodía, armonía y contrapunto, los cuatro ejes cardinales de la música, adquieren condición de vasto mural sinfónico, amplio horizonte de colores, aventuras sin fin, discursos pianísticos fuera de serie. Un mundo creado con magia.
Las hermanas Labeque despliegan sabiduría, velocidad, paciencia, curiosidad. Escuchar su nuevo disco es sumamente emocionante, divertido, aleccionador.
Tiene distintos estratos: es un relato en música, es una serie de aventuras oníricas, muchos hilos meciéndose helicoidal, cenital, vertiginosamente. Es fascinante escuchar la melodía principal en el piano de Katia, en la bocina izquierda, mientras en la derecha el piano de Marielle responde en notas gruesas, graves y rotundas. Llamado y respuesta.
Los momentos dramatúrgicos de intimidad, soliloquio, soledad, tienen aroma exquisito, sobriedad. La nitidez de cada nota es como una gota cayendo lentamente en el estanque, en la quietud de la noche.
La magia poética de Jean Cocteau, capturada por Philip Glass en su trilogía de óperas, cobra vida ahora en las manos mágicas de las hermanas Labeque: vemos esas manos largas, blancas, levantarse en cámara lenta: la mano izquierda de Katia es una paloma dibujada por Picasso, mientras la mano derecha de Marielle toma forma de grulla al fondo del horizonte. Todo eso suena dentro de nosotros.