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Educación de la mujer
L

a conmemoración del Día Internacional de la Mujer el pasado viernes me recordó una crónica que publiqué hace tiempo sobre La Cruz, periódico exclusivamente religioso establecido ex profeso para difundir las doctrinas ortodoxas y vindicarlas de los errores dominantes, que se publicaba a mediados del siglo XIX, justo en la época en la que se dieron enconados debates que culminaron con las Leyes de Reforma. La presentación del primer número, el 10 de noviembre de 1855, dice: “Restablecida por la cesación de la dictadura, la libertad de imprenta, vuelven a presentarse de nuevo en el teatro de la discusión pública las antiguas cuestiones. A la voz de reforma todos acuden para presentar a la nación y al gobierno sus opiniones, sus designios y aun sus intereses y pasiones, pero lo que más ardientemente se debate es la cuestión religiosa...

En estas circunstancias, es un deber de todo católico apercibirse al combate y salir a la defensa; volver por la causa de la religión escarnecida, calumniada; decir otra vez que ella es la fuente de la civilización moderna, la reguladora de los destinos de la humanidad, la verdadera garantía de los pueblos y el más firme apoyo de los gobiernos, que sin ella todo retrocede; que para México es el bien más precioso...

El periódico era en realidad un libro, contaba con cuatro secciones, la principal con artículos de apología y defensa de la religión, pero también tenía poesía, noticias, historia y crónicas. Está ilustrado con magníficas litografías y al margen de la cuestión religiosa es de gran interés para historiadores y cronistas por lo bien documentado de algunos textos y como testimonio de la mentalidad de una época.

Uno de los temas se titula Educación de la mujer; en él se transcribe la carta de un padre comentando la novela de Alejandro Dumas La boca del infierno:

“Mi Sofía acaba de cumplir quince años y es tan bella como lo fue su madre, mas ha heredado su ardiente imaginación, sus arrebatos, sus sueños y su pasión decidida por las novelas. Vos que me conocéis Antenor, acaso vais a preguntar ¿qué hay en ello que os choque? Porque efectivamente no he querido dar a mi hija la educación de un puritano: he querido que sepa todo lo que hay de bueno y un poco de lo que hay de malo en el mundo, porque en mi concepto la inocencia es sinónimo de ignorancia y una mujer inocente está muy expuesta a perderse. Casi me parece oír que dais el nombre de paradoja al axioma que acabo de aventurar y que no por ello es menos exacto.

“Mi Sofía, a sus quince años, ha agotado ya su pequeña biblioteca, compuesta de las obras de Walter Scott, de Fleury, de Madama Staël, de Madama de Genlis, del vizconde de Arlincourt y de Fenimore Koper y la otra mañana sorprendila sentada a la sombra de un árbol y leyendo con avidez precisamente la primera página de La boca del infierno. Confieso que esto me causó una sensación desagradable. En mi calidad de hombre de mundo he leído casi todas las obras de Alejandro Dumas y he leído en ellas cosas capaces de enrojecer un rostro barbado. Quité el libro de las manos de Sofía y esto la disgustó mucho. Dijela que no podía leerlo y me hizo ver que mi resolución era enteramente opuesta a las ideas que acerca de libros y de la educación de las jóvenes había profesado siempre.

Yo también hallo contradicción entre mis ideas de ayer y de hoy en todo lo que se refiere a Sofía y esto consiste en que mi amor de padre borra en mí al filósofo de capricho y de costumbre. Casi voy a convertirme en un padre vulgar, al menos así lo estoy temiendo... Esta carta se escribió en agosto de 1856.

En recuerdo de Sofía, que hace un siglo y medio defendió su derechos, vamos a saborear un delicioso almuerzo al Café de Tacuba, en el 28 de esa calle, ya que la mayoría del personal que atiende las mesas son eficientes mujeres, al igual que la dueña, la encantadora Gaby Canales, y muchas mayoras en la cocina.

Antes de emprender un paseo por el Centro Histórico, ¿cómo ve comenzar con unas enchiladas jarochas, tamales, unos pambazos tradicionales con papa y chorizo, huevos parmesanos o pozole? El remate es el café lechero servido a su gusto en un vaso alto, con alguno de los exquisitos bizcochos recién horneados, para sopear.