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Palestina: morir de hambre
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ras meses de agotar los eufemismos y la voz pasiva para describir lo que ocurre en Gaza, un sector de la prensa occidental comienza a reconocer la profundidad de la catástrofe humanitaria perpetrada por Israel. Un reportaje difundido esta semana da cuenta de que la hambruna está cobrando víctimas mortales cada día, principalmente entre menores de edad. Bebés prematuros mueren en los hospitales por falta de alimentos, mientras otros perecen porque sus madres están demasiado desnutridas para amamantarlos. Como los gazatíes y los organismos que intentan paliar su sufrimiento han advertido, hoy el hambre completa el macabro trabajo de las bombas.

Incluso en estas desesperadas circunstancias, el pueblo palestino conserva intacta su dignidad. No puede decirse lo mismo de los dirigentes occidentales, quienes tratan de disfrazar su complicidad en el genocidio enviando ayuda insuficiente, extemporánea, por métodos que causan más daño del que remedian, y negándose a hacer lo que está en sus manos y pondría fin inmediato a la masacre: cesar el envío de armas a Israel, dejar de vetar las resoluciones de Naciones Unidas que llaman a un cese al fuego y retirar su apoyo diplomático al régimen neofascista de Benjamin Netanyahu.

Un habitante de Gaza que tuvo que abandonar el campo de refugiados de Jan Yunis debido a los bombardeos israelíes expresa con toda claridad que todas esas armas estadunidenses están matando a nuestros niños, así que no necesitamos su ayuda, necesitamos que dejen de matarnos. Mientras, Washington y Bruselas improvisan el lanzamiento de paquetes de víveres desde el aire, operación que ya mató a al menos cinco personas debido a fallas en los paracaídas que deberían amortiguar la caída de las cajas. El presidente Joe Biden exhibe las dificultades de conciliar su apoyo incondicional al sionismo con el deseo de presentarse ante su electorado como protector de los derechos humanos, lo que lo lleva a caer de manera constante en contradicciones. Ayer, declaró que la invasión de la ciudad de Rafah –donde se apiñan casi un millón y medio de palestinos– sería una línea roja, pero a renglón seguido dijo que ninguna línea roja le haría retirar el armamento con que Israel se mantiene impune en su campaña de exterminio.

El mandatario estadunidense también expresó su desacuerdo con Netanyahu al considerar que está perjudicando a Israel por la forma en que aborda la guerra contra el grupo armado Hamas. Para Biden, la elevada cantidad de muertos en Gaza va en contra de lo que representa Israel. Esta afirmación es falsa. Asesinar a decenas de palestinos por cada israelí que muere como resultado de sus operaciones coloniales es una práctica sistemática de Tel Aviv, cuyas fuerzas armadas han usado por décadas los castigos colectivos, pese a que éstos constituyen un crimen de guerra. La destrucción de edificios residenciales con el pretexto de que en uno de sus apartamentos vivía una persona que estaba acusada por Israel de actos terroristas; el desplazamiento de familias enteras porque uno de sus miembros incomodó al régimen sionista; el asesinato en masa de personas cuya única falta es vivir en un barrio donde Tel Aviv dice que operan grupos armados, son ejemplos de lo que representa la ocupación israelí de las tierras palestinas. Ahora mismo, casi nueve de cada 10 inmuebles en Gaza han sido arrasados o dañados como represalia contra los menos de 20 mil efectivos de los que dispone Hamas, según la Defensa israelí.

Si Washington no lo ve así, el resto de la comunidad internacional debe entender el asesinato por inanición como la última fase de una limpieza étnica que sucede ante los ojos del mundo, como una línea roja que nunca debió cruzarse. En este punto resulta imposible seguir contemporizando con el régimen que perpetra el genocidio y, por el contrario, deben adoptarse todas las medidas que permita el derecho internacional para frenar la barbarie y proteger al pueblo palestino.