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Isocronías

Flores

H

asta las rodillas, como a los rosales, aconsejaba un padre podar los textos a su hija adolescente, quien ya madre y abuela me lo platicaría. Las rodillas, a mi entender, eran de los rosales, cosa equivocada: eran o deben ser las del jardinero. Suena cruel, es, nada más, práctico. El rosal, los rosales, me dicen, florecen así mucho mejor. La anécdota, de Monterrey.

En Puebla hace añales otra persona se quejaba de que de tanto podar en ocasiones el texto desaparecía… Hube de decir que lo importante es que el trabajo no desaparezca. Y el trabajo, por cierto, no sólo no desaparece, sino que cuando debe aparecer lo hace, como si nada.

No digas todo, les digo a quienes trabajan conmigo algunos de sus textos; ni siquiera lo necesario, nada más lo indispensable, y recuerda que lo indispensable es menos de lo que supones. Todo (buen) lector tiene algo de adivino: sé tú cortés con ello.

En literatura –más concretamente en poesía, pero en literatura– el arte de decir es siempre el arte de (saber) callar. Calla hasta que tus palabras digan, te digan, lo que indispensablemente debe ser dicho. En literatura –muy concretamente en poesía, pero en literatura– el arte de decir tiene más, mucho más qué ver con el arte de emitir silencio, un silencio decidor, que con el de hablar.

¿Y qué sería un silencio decidor? Un silencio con sentido, y –dicho de manera un tanto extraña–… un silencio con forma. Un silencio presencial, presente. Un silencio con fuerza pero, no menos, con apertura. Un abierto silencio a la palabra del otro, de los otros, de lo Otro. Un silencio que deja o hace lugar a lo Otro.

Y para hacer silencio hay que podar. En El libro del té se cuenta de un tirano y un súbdito cuyo jardín de flores era muy celebrado: el déspota, iracundo por no haber sido invitado a la contemplación de esa belleza, se hace invitar, y nada: ni una flor; pero ya en la sala del té la mejor de todas por el mejor jardín de todos hablando, por el mejor jardín de todos no guardando, emitiendo silencio. Y obligando, en este preciso caso al tirano, al silencio.

Trabajar el silencio, la correcta emisión del correcto silencio, es el trabajo de la palabra poética. La flor, entiendo que de mango, de un mango plenamente frutecido, es la respuesta de Buda, una no-respuesta. Una respuesta que anula, consigue innecesaria toda pregunta. Tal la poesía (y la literatura, y el arte).