David Cooperfield en el Zócalo // Mario de la Cueva y el hijo de un ex presidente
El acto fue uno de magia excepcional e ilusionismo, que dejaría patidifuso y sin empleo en Las Vegas al mago, a quien le da por desaparecer multitudes, aviones, cruceros, monumentos.Foto Cristina Rodríguez
ace ya tiempo que deseamos comentar el discurso, vigoroso y polémico del ciudadano Lorenzo Córdova Montoya durante el multitudinario mitin convocado por casi tantos organismos de la llamada sociedad civil, como asistentes al mismo. En cada ocasión que se lleva a cabo un acto en el Zócalo, las apreciaciones sobre el aforo del lugar se diferencian ridículamente, pese a que el método de a ojo de buen cubero
, ha quedado atrás. Ahora existen otras formas de medición que nos pueden dar la cantidad casi exacta de los asistentes a cualquier reunión. Basta conocer la extensión del espacio ocupado por la concurrencia, dato que si es tan sólo la expresión de mandas, rogativas, encomiendas y no de acuerdo con la topografía, el cálculo y la matemática, se corre el riesgo de caer en barbaridades, como sostener que el verdadero inicio de la campaña electoral de la Coalición Fuerza y Corazón por México, logró reunir 500 mil asistentes.
El acto mencionado fue uno de magia excepcional e ilusionismo, que dejaría patidifuso y sin empleo en Las Vegas a David Copperfield, a quien le da por desaparecer multitudes, aviones, cruceros, monumentos. Pues bien, gracias a muchos años de prestidigitador e ilusionista, el hombre X logró superar al estadunidense. En vez de desaparecer a una mujer, le dio existencia por unas horas y, además, con la ventaja de que ese día no tuvo que saltar ni intentar el baile de San Vito, no destrozó el idioma ni pidió la intervención extranjera en los asuntos mexicanos. Tal vez se descubrió una gran estrategia: mantenerla entretenida, de tal manera que no se destruya a sí misma. ¿Qué tal si es de chicle y pega?
Pero de nueva cuenta, dejemos el análisis del sentido fervorín que deseo comentar y al que no llego nunca, para que brevísimamente me refiera a la opinión de mi amigo Rodolfo Veloz sobre el comportamiento del ministro Pérez Dayán. Nos quedamos en que el director de la Facultad de Derecho se negaba a autorizar el examen profesional de un alumno que no se había molestado en entrar a clase y cursar como todos, las asignaturas correspondientes. Para que se entienda la dimensión del asunto, aclaremos que el estudiante era el hijo de Miguel Alemán Valdés, y éste era Presidente de México. El rector trató de explicar todo lo que a la universidad podría ocasionar la rabia del Presidente, que tenía bien ganada la fama de esconder, tras su permanente sonrisa, un carácter irascible y despiadado. No se agobie señor rector, entendí a cabalidad lo que ayer me dijo sobre los daños que causaría a nuestra casa esta medida disciplinaria, por justificada que sea. En razón de eso, por escrito, le entrego mi respuesta. Gracias doctor, gracias, la universidad, aunque sea un acto privado, se lo agradecerá por siempre. Por favor léala, se lo ruego, terminó el maestro De la Cueva. El rector rasgó el sobre, comenzó a leer y se desplomó. ¡Don Mario, pero es su renuncia!