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Defender y respetar por y para la democracia
L

a democracia se vuelve moneda de cambio que se reputa por miles como bien escaso y los gobernantes reviran y postulan: ¿Autoritarismo, de qué hablan? Aquí se respetan derechos y hasta sentimientos, todo conforme a la ley y el derecho.

En su interpelación a los marchistas del domingo y a su magistral orador, tanto el Presidente como su candidata presidencial perdieron compostura y templanza. Descalificar moralmente a los protestantes como hipócritas y servidores de una cada día más fantasmal oligarquía, desacredita al acusador. Gobernar apelando a la libertad… de agredir y descalificar no sólo es desgobernar, sino darle carta de naturalización política al insulto y a la agresión verbal.

Seguir atizando los de por sí exaltados humores públicos, quitar el freno a las pasiones y otorgar licencia al odio, desemboca en la multiplicación de trifulcas, provocaciones y bravuconadas, situación grave, más si consideramos en sus verdaderas dimensiones los niveles alcanzados de violencia criminal armada, ejecutadas una y otra vez por falanges anónimas bien pertrechadas y siempre listas para liquidar al que ose ir en dirección contraria a sus intereses y deseos. Por otro lado, echar mano del epíteto vulgar, pero muy derogatorio de narcopresidente nunca es aceptable; más aún, en estas épocas no sólo es contraproducente, sino corrosivo para el cuerpo político nacional en su conjunto.

Bumeranes de esta calaña nos corroen y corrompen a todos por la peor de las rutas: la degradación retórica y del lenguaje que, una vez suelta, como nos está ocurriendo ahora, no encuentra dique o freno capaz de detenerle. Todo lo que se pone al frente tiene que ser demolido. La democracia como nuestra lingua franca de una nueva y renovadora política se desvanece en el aire y se pierde en la gritería.

El domingo anterior, Lorenzo Córdova nos recordó las duras tareas y los largos años empeñados por muchos en el levantamiento del edificio democrático. Una construcción que tenía que ser a la vez de pedagogía cívica y, para muchos de nosotros, de invención y realización de formas políticas e institucionales que hicieran de nuestro Estado un Estado social, a fuer de democrático y constitucional.

En normas, reglas, derechos y usos ha sido mucho lo logrado, pero poco, muy poco, en la erección de pilares de la justicia social vuelta derecho de todos, es decir, constitucional y de abierta obligación de gobernantes y aspirantes a serlo. Por más que presumamos de lo hecho en la protección de los más pobres y vulnerables, el regodeo en torno a eso es inadmisible por grosero y falaz. Peor todavía cuando el gobierno anuncia que, por higiene fiscal, quiere anular el Coneval, la institución dedicada, y vaya que lo ha hecho bien, a medir nuestros errores y omisiones en materia de política social y de protección institucional universal.

Defender la democracia es ampliarla. Profundizarla para que llegue a las entrañas del abuso, la prepotencia y la injusticia cuyos espectros siguen en y entre nosotros. No hay simulación ni hipocresía en los reclamos por encarar estos espinosos menesteres, porque van al alma de una República que ha sabido sobrevivir, pero no ha podido hacer del bienestar universal su activo principal y maestro.

No es correcto ni republicano ni democrático tratar de echarlo a perder desde las cumbres del poder del Estado. Aunque sea todavía en gran medida imaginaria, el Estado mexicano alude a una comunidad de lucha y respeto de todos para con todos, sabiendo que en la convivencia respetuosa reside nuestra fuerza y nuestra posibilidad de seguir siendo una comunidad unida por el cultivo de sus sentimientos, los de la nación que Morelos llamó a cuidar y engrandecer.

Para defender y respetar la democracia se marcha, se reclama, se protesta… sin incurrir en falsedad alguna.