Estela Ogazón (1925- 2009) y Jaled Muyaes (1921-2007) los unió el amor por la vida y la pasión por el arte popular, prehispánico y colonial de este país. Ambos se dedicaron al coleccionismo durante cinco décadas, logrando un acervo de 4 mil máscaras de la República Mexicana, todas bailadas, con la energía y espíritu de los danzantes de los pueblos originarios.
Muyaes provenía de una familia chilena-libanesa, fue el mayor de cuatro hijos, llegó a México en 1939, siendo un joven carismático y bien parecido, hablaba español, árabe y francés, y era asistente de Pablo Neruda cuando el poeta fue cónsul en México. Muyaes fue parte de la primera generación de egresados de la carrera de antropología e historia del INAH y fundó la revista Anthropos, que se caracterizó por su contenido de arte, además de antropológico.
En 1958 conoció a Estela Ogazón, originaria de Azcapotzalco, maestra de la SEP, hija de profesores, quien se convirtió en su esposa y cómplice de aventuras hasta el último día.
El coleccionismo definió su forma de vida. Durante sus viajes se enfermaron de cólera y malaria, pasaron hambre, pero esto no les impidió recorrer México de norte a sur y de costa a costa en un Volkswagen convertible de 1956. Jaled nunca manejó pero eran tan carismáticos que siempre hubo alguien que los llevara. Estela, mujer dotada de gran personalidad y sencillez, inspiró confianza a los integrantes de las comunidades, en los pueblos compraban las danzas completas.
Fundadores del Bazar del sábado, en San Ángel, ponían a la venta algunas de las recién adquiridas máscaras para continuar coleccionando y crecer su acervo, siempre con un sentido histórico, etnográfico y estético muy personal.
En forma compulsiva coleccionaban todo lo que se podía: prensas de mezquite de gran formato, muebles, fotografía, libros, pero su pasión fue el estudio y coleccionismo de las máscaras, a lo que dedicaron toda su energía y dinero, a veces con gran sacrificio. Construyeron una casa en Azcapotzalco, donde las máscaras fueron invadiendo los espacios, había hasta en la cocina. Con Estela Ogazón y Jaled Muyaes se desmitifica la idea de que el coleccionismo es propio de la burguesía.
La primera exposición Máscaras mexicanas, en el Museo Universitario de Ciencias y Arte de la UNAM, en 1980, reunió casi mil 500 máscaras. A partir de ese momento, la muestra cobró mayor importancia. Mientras la colección seguía creciendo, instituciones públicas y privadas empezaron a solicitarla. A través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, la muestra itineró durante un año por Asia, Estados Unidos y Canadá.
En 2005 la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco publicó el libro La muerte en las danzas mexicanas.
Las máscaras son de diversos materiales: madera, cedro, pino, zompantle, colorín, huaje, caoba, cuero, hueso, barro, alambre, cera, papel; decoradas y pintadas con listones de colores, cascabeles, lentejuelas, diamantina, espejos, conchas, crines, y provienen de Guerrero, Jalisco, Michoacán, Hidalgo, San Luis Potosí, Guanajuato, etcétera. Fueron utilizadas en las danzas de los murciélagos, del lagarto, del pescado o de los viejitos, así como en la de la serpiente, que representa a Quetzalcóatl. Algunas danzas son rituales y otras de carnaval.
A lo largo de su vida, el antropólogo y coleccionista infatigable tuvo tres bibliotecas en su casa, reunió también uno de los acervos más importantes del grabador José Guadalupe Posada, recopiló cuadernos populares con cubiertas e ilustraciones realizadas por el artista, imágenes grabadas con buril y zincografía que sirvieron para promocionar cancioneros, cuentos infantiles, obras de teatro, pastorelas, epistolarios, versos y adivinanzas que fueron publicados por el editor Antonio Venegas Arroyo. En 2011, de forma generosa, donó parte de esta colección al Museo Nacional de la Estampa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Fueron amigos de Muyaes, Leopoldo Méndez, Pedro y Rafael Coronel, Vicente Gandía, Federico Campbell y el querido Raúl Kamffer.
Otro de sus legados como artista fue la creación de piezas de madera cubiertas con milagros, cruces coloniales, principalmente, que artesanos de diferentes estados continúan reproduciendo.
Para culminar su vida, a los 80 años Jaled retomó su carrera como artista, creó esculturas con herramientas de trabajo de la construcción y de la tierra, picos, palas, arados, carretillas, varillas, todo lo que involucra la mano del hombre para crear y construir. Hizo ensambles con todo metal oxidado con un sentido estético, sensual, orgánico y una fuerza entre mecánica y tribal. Presentó en vida la exposición La libido de la materia en el Museo de Arte Tridimensional de Azcapotzalco.
La pareja Ogazón-Muyaes abrazó la cultura mexicana, la estudió, admiró, coleccionó y compartió con sus queridas hijas, Kena y Karima, sus nietos y el pueblo de México.
Jaled Muyaes murió el día de su cumpleaños 86 años. Su legado sigue vivo.