as irrupciones de los de abajo aparecen, para el sentido dominante de la historia, como efímeros episodios que, a lo mucho, contribuyeron a mejorar el imparable camino del progreso, del cual los de arriba tienen la responsabilidad de vigilar y encauzar. Con el fin de que no sean alimento para nuevos proyectos, esas revueltas se tergiversan y se implementan dispositivos para que sean olvidadas. Cuando, a pesar del silenciamiento no pueden ser aniquiladas, se intenta reducir sus potencias subversivas a meras contribuciones que mejoraron el ineluctable camino del progreso.
El alzamiento zapatista de 1994 alteró la estabilidad de un sistema, que aun con crisis y contradicciones, había impedido por casi 100 años que alzamientos masivos se le enfrentaran con posibilidades potenciales de destruirlo. La contrainsurgencia preventiva de las fuerzas armadas subestimó la fortaleza de una propuesta política que se fraguaba en la clandestinidad, mas cuando ella irrumpió en el escenario público y atrajo el respaldo popular, el Estado mexicano, con la fuerza militar como arma principal, ha tenido como prioridad de su autoconservación aniquilarlos a través de distintas ofensivas político-militares.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y las comunidades autónomas zapatistas sostienen, públicamente desde 1994, un proyecto que plantea formas de organización, gobierno y relación social anticapitalistas, antiimperialistas y antipatriarcales. Aquellos que pretenden sostener el orden que el zapatismo impugna, ven como una amenaza tanto la existencia del EZLN como las posibilidades que tenga de influir a los sectores populares. De modo sistemático intentan que los dominados, oprimidos y explotados tomen distancia del EZLN, buscan que se perciba el zapatismo como algo que ya pasó, como una fuerza excepcional que, a lo sumo, sobrevive aislada
y diezmada
en un pequeño territorio.
En las conmemoraciones de los 30 años de la declaración pública de guerra del EZLN al Estado mexicano, el zapatismo hizo una demostración de fuerza. La imagen más potente fue el despliegue de miles de jóvenes milicianos que nacieron después del alzamiento, que han crecido, se han formado y viven bajo una forma de organización social sustancialmente diferente y opuesta a la que domina en el mundo.
Las juventudes zapatistas son la expresión más fuerte de un proyecto vivo. Ellas y ellos decidieron no migrar a las grandes urbes. Tampoco aspiraron a seguir el sueño americano. Rechazan constantemente entregarse a las filas de la delincuencia, a los coyotes y narcotraficantes. No confían en la política y no creen en la democracia oficial, pero no son apolíticos, día a día son sujetos políticos que en términos prácticos ejercen el poder del pueblo.
En su 30 aniversario, el zapatismo reafirmó que no es un reducto del pasado ni un territorio que aún estorba en los grandes planes de desarrollo. Es un proyecto que, a contracorriente del capitalismo y a base de esfuerzos y sueños, construye una alternativa.
El EZLN no es perfecto, ni intenta serlo. Asume sus contradicciones y lidia con ellas a partir del ejercicio de su poder en tensión permanente con su proyecto. Por ahora, y desde hace tiempo, no convoca a los explotados, oprimidos y dominados a alguna iniciativa, sino que nos exhorta a que inventemos la propia (aunque muchos preferíamos ser convocados a algo).
En medio de una crisis de la modernidad capitalista que solemos llamar civilizatoria, el zapatismo sostiene una propuesta desde la rebeldía, con una fuerza predominantemente joven para evitar en su territorio el tiempo del fin. No aspira a desatar un proceso revolucionario ni a instaurar un nuevo orden social a escala nacional ni mundial, sino a continuar su propio camino en su propia escala y tiempos.
Hace un siglo, Rosa Luxemburg, revolucionaria alemana que también caminaba a destiempo de la sociedad dominante, insistió en la necesidad de que los proyectos políticos que planteaban acabar con el capitalismo por la vía revolucionaria debían construir las mediaciones necesarias para que, a través de la lucha por reformas, lograran acercarse a cumplir sus objetivos máximos y acumularan fuerzas.
En lo que va del siglo XXI, desde los tropiezos que han tenido los proyectos que se asumen como progresistas, de su incapacidad para sostener una alternativa que no devaste la naturaleza ni lo humano, así como la habilidad que han tenido las fuerzas de ultraderecha para disputarles la representatividad de los sectores más humildes, desde distintas voces se ha puesto en cuestión la posibilidad de avanzar hacia una sociedad anticapitalista por la vía del reformismo-progresismo. Quizá falta poner más atención en las mediaciones entre rebeldía y revolución que deberán tejer los movimientos hoy, para encontrarse a destiempo con la experiencia zapatista.
* Filósofo