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Pedro Valtierra y la fotografía como espejo
C

omo parte de las conmemoraciones por los 30 años del levantamiento zapatista, se han organizado exposiciones fotográficas sobre la rebelión indígena en el sureste mexicano. Las imágenes expuestas en muros y rejas, en Chiapas, Oaxaca y la Ciudad de México han pasado la prueba del tiempo. A pesar del tiempo transcurrido desde que fueron captadas, mantienen su actualidad.

No es casualidad. El alzamiento cambió para bien el rumbo del país. En nuestra historia desde abajo hay un antes y un después del 1º de enero de 1994. Como pudo verse este fin de año durante sus festejos, el EZLN sigue siendo una fuerza político-militar viva, renovada, imaginativa y con una enorme capacidad de convocatoria.

La insurgencia y la fotografía caminaron de la mano desde el momento en que sonó el tambor del alba. Mucho talento fotográfico se ha desplegado en el sureste rebelde. No fueron pocos los nuevos reporteros gráficos que tuvieron en ese movimiento su entrada a las grandes ligas de la prensa nacional. Por si fuera poco, un verdadero ejército de veteranos se lanzó al campo de batalla en la antigua Ciudad Real y el Desierto de la Soledad, a poner a prueba las lecciones visuales aprendidas en la cobertura de los conflictos armados de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

Entre las fotos emblemáticas de la insurrección, sobresale una. Por ella, su autor mereció el Premio Rey de España. Fue tomada por Pedro Valtierra, el sábado 3 de enero de 1998, en la comunidad de Xoyep, municipio de Chenalhó, Chiapas, y publicada a plana completa en la portada del periódico La Jornada del día siguiente. En ella, mujeres tsotsiles enfrentan con arrojo a un destacamento militar.

Antes, el 22 de septiembre de 1997, se había perpetrado uno de los más terribles crímenes de Estado en la historia del país. En Acteal, un grupo paramilitar, armado y entrenado por autoridades gubernamentales y el Ejército, asesinó salvajemente a 45 personas del grupo Las Abejas. La mayoría eran mujeres y niños que oraban pacíficamente por la paz en la explanada de un cafetal que les servía de refugio, junto a la ermita católica del lugar.

La biografía, circulación, avatares y resignificación de esta imagen fueron documentadas y analizadas por el historiador Alberto del Castillo, en un libro traducido y publicado en tsotsil, portugués, italiano, francés (https://shorturl.at/gipJ4).

En esos días, Pedro era jefe de fotografía de La Jornada. Vacacionaba en Monterrey. Habló con Carmen Lira, la directora del diario, para trasladarse a Chiapas. El clima político era muy tenso.

Ese 3 de enero, Valtierra fue a Xoyep. Allí se habían refugiado los sobrevivientes de la matanza. Recuerda Pedro: “Llegamos temprano. Era una parte muy alta. No podían subir los autos porque llovía mucho. Llegamos a la comunidad y había un grupo de mujeres reclamando. Tenían asamblea y pedían a los militares que se fueran. Cuando llegamos, decidieron marchar. Había 200 metros de distancia entre los dos grupos. Los soldados habían llegado al poblado un día antes. Estaban instalando su campamento a escasa distancia de donde se encontraban los refugiados. La comunidad los ubicaba como responsables de la masacre. Las indígenas se fueron acercando poco a poco a los militares y les gritaron en su lengua que se fueran. El Ejército hizo una valla y protegió las cosas que llevaban. Llegó un momento en que las mujeres chaparritas empujaban a los soldados. Me dio mucho miedo. En otros países, esas cosas no pasan. Pensaba que iban a cortar cartucho. Había confusión de la tropa. Hice la foto. Originalmente era en color. No pensé que iba a trascender.

Llegué a San Cristóbal. Revelé. Había un laboratorio donde revelábamos color. A las 8 de la noche, vi la foto en el negativo, la digitalizamos y la mandamos al periódico. Pedí que se la mostraran a Carmen. La vio y la foto fue publicada como portada en el periódico. Los fotógrafos no somos personajes, pero la foto se hizo muy famosa. Es un trabajo de equipo. Particularmente de Carmen Lira, quien decidió que se publicara de manera destacada.

Una foto como Mujeres de Xoyep tiene tras de sí mirada, oficio e instinto, cultivados a lo largo de muchos años. Pedro Valtierra nació una madrugada antes de que cantaran los gallos, en Fresnillo, Zacatecas, en 1955, donde cuidaba chivas en el campo. De niño vendió periódicos en su pueblo. Allí lo agarró el 68, en medio de muchos jóvenes que se reunían a debatir sobre el tema. Le interesaba mucho lo que hablaban. Igual, le gustaba la foto.

Cuando llegó a la Ciudad de México su hermana Juanita cumplió 15 años. Un vecino le tomó muchas fotos, pero nunca se las dio. Entonces decidió: voy a comprar mi cámara. Adquirió una Instamatic.

Recuerda: “Yo entrenaba box. Iba a los Jordán y allí llegaba el director de la revista Boxeo Ilustrado. Tras entrenar, le pedía que me prestara la revista. Un día me dijo: veo que haces fotos, hazle un reportaje al Duende Martínez. Se lo hice y este señor de la revista lo publicó”.

Pedro es fotógrafo profesional desde 1975. Llegó como bolero en Los Pinos, donde vivía el presidente Luis Echeverría. Terminó como fotógrafo, no del presidente, sino de la oficina de comunicación. Trabajó en 1977 en El Sol de México, luego en Unomásuno, con Manuel Becerra Acosta, quien lo mandó a Nicaragua, a cubrir la revolución sandinista, y en La Jornada.

Una foto no sólo depende de la cámara. El periodista gráfico debe aprender a ver, a escuchar, a leer los periódicos. Benjamín Wong dijo en alguna ocasión a Pedro: En la vida se tiene que leer y pensar. Pero si usted es reportero tiene que estar en la calle.

Con el oficio que da la calle, como otras instantáneas suyas, Mujeres de Xoyep es no sólo un testimonio histórico, sino una foto-espejo en la que se reflejan algunos de los grandes pendientes del México de hoy. De ahí su vigencia.

Twitter:@lhan55