ada inicio de año ha representado una nueva oportunidad de comenzar y transformar para las sociedades en todo el mundo. En el sur de México y cerca del centro de Latinoamérica, el 1º de enero de 1994 significó ser la raíz de la esperanza de la lucha social que no sólo venía desde abajo, sino que vino a compartirnos que la construcción de otros mundos era posible: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
El EZLN ha sido uno de los movimientos político-sociales que ha marcado una ruta de aprendizajes, logros y desafíos para la vida del país, visibilizando las realidades de los pueblos y comunidades indígenas y colocando sus necesidades como pilar fundamental para la justicia, la democracia y la libertad. Sus orígenes se remontan aproximadamente a la década de los 80 en la Selva Lacandona en Chiapas, donde la organización social, la politización crítica de las condiciones de vida y la resistencia ante los intereses del capitalismo y los poderes hegemónicos, fueron algunas claves que permitieron a las comunidades indígenas y campesinas andar en común por mundos más dignos.
Después de 30 años de caminar colectivo y combativo, el EZLN nos vuelve a convocar a la reflexión sobre recuperar los comunes para hacer comunidad; en mantener la memoria viva de la lucha y de quienes han sido parte de ella y ya no están; en reconocer la diferencia como oportunidad para fortalecernos y construir un mundo mejor para todas, todes y todos; en construir la paz desde el diálogo y la escucha para nuestra libertad como pueblos, como sociedad. Nos recuerda que la Revolución no debería ser sólo una rebelión armada, pues es, ante todo, una propuesta política, organizativa y crítica del actuar gubernamental y de sus instituciones.
Algunas de las propuestas transformativas para mundos más dignos desde el pensar y sentir de las comunidades del EZLN podemos observarlas en la declaración de la Selva Lacandona (1994); la primera Declaración de La Realidad. Contra el neoliberalismo y por la humanidad (1996); los principios del mandar obedeciendo para las juntas del Buen Gobierno y el proceso de diálogo para la firma de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar sobre los derechos y cultura indígenas (1996), entre otros. A pesar de ello, el Estado mexicano aún tiene una deuda social e histórica pendiente con las comunidades y pueblos indígenas que se ve cada vez más lejos de cumplir. Como lo han mencionado en repetidas ocasiones, es fundamental propiciar la autocrítica para observar mejor nuestra realidad, comprender los errores y hacer de éstos una posibilidad de avanzar a ese mundo común que deseamos y en donde todas, todes y todos quepan, ante la incertidumbre del futuro. Pues no hay ninguna receta ni camino definitivo que nos dicte cómo caminar, sino que es la comunidad misma que decide para sí sobre sus tierras, su vida y su alegría.
Ante el panorama electoral venidero, es importante tener presente lo que el EZLN nos viene a recordar sobre mantener la esperanza, la lucha de la vida y del común, pero esencialmente, de los principios del buen gobierno. Si bien las candidatas actuales a la Presidencia del país han compartido interés en la búsqueda de justicia, se vuelve necesario insistir en su compromiso para que sus palabras se conviertan en acciones y verdades tangibles para las víctimas, las comunidades indígenas y de grupos sociales que históricamente han sido invisibilizados por el gobierno. Creer, pensar y construir un común que nos permita transformar nuestras realidades y derrocar a los sistemas opresores.
Un común que nos haga regresar a vernos y reconocernos como comunidad ante un panorama que nos ha individualizado cada vez más por las dinámicas capitalistas y meritocráticas que se han intentado llevar nuestra alegría, resistencia colectiva y militancia combativa. Ahora es momento de no olvidar que los cambios vienen desde abajo, caminando hombro a hombro con quienes han vivido las violencias y las injusticias del capitalismo, el patriarcado y el colonialismo.
Es tiempo de restaurar la esperanza en los orígenes del EZLN, en las víctimas, en los movimientos sociales y en la sociedad civil para reconquistar el gobierno que queremos. Por ende, reorganizarnos para buscar la justicia que necesitamos, resignificar los espacios cívicos y de participación política para visibilizar y exigir el cumplimiento de nuestras demandas, pero, sobre todo, recuperar la fe en la dignidad de los pueblos y en la posibilidad de que otros mundos son posibles.