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Mucha nariz, poco Bernstein
S

e necesitaban un par de guionistas cabalmente despistados y un director debutante, inexperto y chambón, para convertir la fascinante vida de Leonard Bernstein en un tedioso melodrama de alcoba.

Leonard Bernstein (1918-1990) ha sido probablemente el personaje más importante en la historia de la música de Estados Unidos, y hacer una biopic a su respecto es una idea de lógica impecable. Pero... ¿por dónde abordar a este volcánico músico para representarlo en pantalla? Bernstein fue un pianista de muy alto nivel; gran director de orquesta; compositor de primera; hombre de teatro con una fina intuición dramática; alquimista que supo volver clásico lo popular y popularizar lo clásico; educador incomparable; divulgador de largo alcance; artista de influyente presencia mediática, y varias cosas más. Pero no: Bradley Cooper, quien coescribe, protagoniza y dirige la película titulada Maestro (2023), y su coguionista Josh Singer, decidieron centrar su exploración de este creador e intérprete monumental en el aspecto menos relevante de su compleja vida: su matrimonio y ambigua relación con la actriz Felicia Montealegre en el contexto de su bisexualidad asumida. Sí, los aspectos arriba enunciados aparecen en el mediocre filme de Cooper, pero sólo de pasada, como accesorios menores al servicio de una línea narrativa que privilegia lo doméstico y lo privado, en detrimento del verdadero valor de Bernstein en los diversos ámbitos en los que se movió a lo largo de una vida intensa, productiva, comprometida y muy pública.

Cooper y Singer han perdido, además, la oportunidad de profundizar un poco en las relaciones de Bernstein con personajes de indudable interés, que en la película aparecen fugazmente como meras piezas de utilería: Aaron Copland, Jerome Robbins, Betty Comden, Adolph Green y varios más. Y, por privilegiar las cansinas secuencias de culpas y recriminaciones conyugales, dejaron pasar la ocasión de explorar facetas mucho más relevantes del perfil de Bernstein. Por mencionar sólo dos: la potencia humana y creativa con la que el músico indagó, asumió y expresó su identidad judía; y su involucramiento con ese interesante momento social que fue el radical chic, en el que personajes de las clases privilegiadas (en lo económico, político y cultural) coquetearon con ciertas expresiones ideológicas contestatarias, para darse un baño de izquierdas. Sin embargo, en Maestro, producto hollywoodense al fin y al cabo, los responsables del proyecto eligieron el camino más fácil y la solución más complaciente, con el agravante de que la huella de Felicia Montealegre en la historia de la cultura es nula, a diferencia, por ejemplo, de Clara Wieck en el caso de Schumann, y de Alma Schindler en el caso de Mahler. Así, este fallido filme incurre en el grotesco y reprobable lugar común de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer.

La interpretación que el propio Bradley Cooper hace de Leonard Bernstein es creíble sólo a ratos, porque es irregular y manierista, y se sustenta más en una enorme y a veces grotesca nariz de plastilina que en una verdadera interiorización del personaje. Musicalmente, Maestro tampoco es satisfactoria: en la secuencia climática, el final de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler, la gestualidad del protagonista deja mucho que desear. Por si todo ello fuera poco, en una época en que hasta las malas películas presentan un estándar mínimo de calidad técnica, Maestro está mal filmada y mal editada, lo que apunta inexorablemente a que la fulgurante carrera de Bradley Cooper como director nació muerta.

Y, como suele ocurrir con este tipo de filmes de prestigio (el prestigioso es Bernstein, no Cooper y sus cómplices), ya resuenan por todo Hollywood y entre los cinéfilos de segunda los gritos desaforados de ¡Óscar, Óscar, Óscar! No dudo que muchos se dejen apantallar y, en efecto, Maestro reciba nominaciones y premios a diestra y siniestra; ello no reflejará el verdadero nivel del filme de Cooper, como tampoco el aval de Steven Spielberg y Martin Scorsese es garantía de su calidad.

Lo único que quedará de este desperdicio de filme será la convicción de Mr. Cooper de haber hecho el gran papel de su vida (en varios sentidos), y el recuerdo imperecedero del mayor apéndice nasal falso de la historia del cine; muy poca cosa en esta película tan pretenciosa como fallida, sobre un personaje fascinante, indispensable y trascendente que merecía mucho más.