n casi tres meses de bombardeos aéreos y terrestres, el gobierno de Israel ha asesinado a 22 mil 313 habitantes de Gaza y ha lesionado a otros 57 mil 296. O sea que, en números redondos, uno de cada 100 gazatíes ha muerto por órdenes de Benjamin Netanyahu y que más de la cuarta parte de la población de la franja ha resultado herida en algo a lo que los medios denominan guerra
, pero que es, simple y llanamente, una operación de exterminio.
Para ponerlo en la dimensión mexicana, lo que el régimen de Tel Aviv perpetra en Gaza equivale a que un enemigo externo nos hubiera matado, del 8 de octubre del año pasado a la fecha, a un millón 267 mil habitantes, nos hubiese lesionado a más de 32 millones, nos hubiera dejado sin electricidad, agua potable y telecomunicaciones y nos hubiera bloqueado el ingreso al país de alimentos y medicinas. O como si Estados Unidos hubiese perdido en tres meses 3 millones 359 mil vidas como consecuencia de una agresión extranjera, una mortandad que no habría podido ocurrir ni siquiera si Al Qaeda hubiese perpetrado diariamente, durante tres meses, ataques tan mortíferos como el del 11 de septiembre de 2001.
Desde luego, no hay sociedad estructurada capaz de resistir una masacre de esas magnitudes; algo semejante impacta todas las formas de organización social y desbarata a la mayoría de ellas. Con más de 80 periodistas asesinados en la franja, no es fácil de saber al detalle lo que ocurre allí, pero no es necesario forzar mucho la imaginación para visualizar un escenario de hordas de desamparados, hambreados, desalojados y privados de todo lo necesario para subsistir, huyendo desesperadamente en una estrecha ratonera.
En esas circunstancias, no deja de ser alucinante que el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, anuncie una siguiente fase
de la operación con un nuevo enfoque de combate en el norte y un enfoque sostenido en atacar a los líderes de Hamas en el territorio del sur
(https://shorturl.at/elwLZ). Proseguir los combates
en tales condiciones sólo puede significar la continuación del exterminio de la población gazatí y la decisión correspondiente se parece mucho a la tristemente célebre solución final
del Tercer Reich, cuando sus mandos decidieron que para resolver el problema judío
había que matar a todos los judíos a su alcance.
Gallant divulgó también un apartado del plan de Tel Aviv denominado El día después
, en el que se dibuja este escenario: tras el fin de las incursiones, destrucción de túneles terroristas, actividades aéreas y terrestres y operaciones especiales
, Gaza ya no estará controlada por Hamas, dejará de representar una amenaza a la seguridad de los ciudadanos israelíes
y la franja quedará sometida a control militar con plena libertad de acción operativa
de las fuerzas de Israel en el sitio. O sea que lo que quede para entonces de la población palestina se verá confinada en una suerte de prisión de Guantánamo erigida en su propio territorio.
El gobierno de Estados Unidos, por su parte, proyecta un cuento de hadas en el que una revitalizada
Autoridad Nacional Palestina podrá extender su control a Gaza. No deja de ser paradójico, si se recuerda que desde los años 80 del siglo pasado Washington y sus aliados occidentales se embarcaron en la destrucción de los gobiernos laicos y progresistas en el mundo árabe e islámico –empezando por el de Afganistán– y a impulsar a las formaciones fundamentalistas más radicales, incluso después de la desaparición de la Unión Soviética. Su apoyo a los integristas afganos facilitó el surgimiento de Al Qaeda, en tanto que el derrocamiento de los regímenes de Bagdad y Trípoli y la desestabilización del de Damasco creó huecos de poder que fueron de inmediato aprovechados por el Estado Islámico, en tanto que las llamadas primaveras árabes
fortalecieron a los sectores más clericales y reaccionarios de la región. En concordancia con esa estrategia, a principios de este siglo el gobierno de Israel –entonces encabezado por Ariel Sharon– redujo la Autoridad Nacional Palestina (que encabezaba Yasser Arafat) a una mera instancia municipal acotada y debilitada y para hacerle contrapeso, impulsó, no es ningún secreto, el empoderamiento de Hamas.
Más allá de las historias rosas que se cuenta a sí misma la Casa Blanca, los sobrevivientes de Gaza serán partidarios más fervientes de Hamas de lo que pudo serlo un sector de su población hasta octubre pasado, por la simple razón de que esa formación integrista, o lo que quede de ella, está haciendo lo único que se puede hacer hoy en día en la franja, salvo dejarse matar: luchar contra las fuerzas del exterminio.
Tal vez para Netanyahu y sus secuaces los ataques del 7 de octubre hayan sido una bendición y una salida inmediata ante el acoso judicial que enfrentan en lo interno. Pero la manera inocultable en que han venido ejecutando la solución final para el asunto palestino es una tremenda derrota para Israel. Esta siembra de odio, destrucción y muerte tendrá, por desgracia, una cosecha abundante.
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