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Los marcos mentales, prisiones de larga duración
L

a frase pertenece al historiador Fernand Braudel, al referirse a los límites que imponen las estructuras a la acción humana. Hace referencia, como ejemplo, a los marcos geográficos que constriñen a las sociedades y las convierten en prisioneras de climas, vegetaciones y de los equilibrios que se fueron construyendo a lo largo de la historia.

Entre los límites estructurales que encuentra, aparecen las realidades biológicas, los topes a la productividad, ciertos constreñimientos espirituales y, finalmente, los citados marcos mentales (Escritos sobre historia, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 47.)

Creo que en este periodo de la historia en el que los cambios son abruptos e impredecibles, aparecen realidades completamente nuevas y nuestras percepciones e ideas preconcebidas están siendo desbordados por esas mismas transformaciones. Creencias, simbologías e imágenes fraguados durante largo tiempo, se desmoronan a una velocidad sorprendente.

En el terreno del pensamiento crítico y los movimientos antisistémicos, las convicciones heredadas se vuelven papel mojado. Un ejemplo, apenas, para entendernos: se ha dicho siempre que la izquierda es mejor que la derecha porque de algún modo favorecerá a los de abajo; que Biden es mejor, o menos malo o como se quiera formular, que el ultraderechista Trump. Y que siempre es mejor un gobierno progresista que uno conservador, por más timorato que aquél sea.

Los hechos, por el contrario, nos dicen que entre unos y otros no hay la menor diferencia, sobre todo si nos fijamos en la actitud concreta, no sólo en las palabras. En las últimas décadas, los llamados gobiernos progresistas aceleraron la concentración de riqueza y la acumulación por despojo y guerra. Frente a los migrantes, las diferencias entre unos y otros desaparecen.

El año que se inicia pondrá a prueba nuestras certezas, como ya viene sucediendo desde hace algún tiempo. No me refiero a las confusiones, como la que solapa geopolítica y conflicto social, al punto que importantes movimientos de nuestra región le apuestan a China como fuerza política anticapitalista. Para este pensamiento, basta con oponerse al imperialismo yanqui para convertirse en aliado y compañero de ruta de los movimientos.

El centro del problema al que me refiero se relaciona con los tiempos. En el pensamiento crítico hegemónico, aún se confía en la revolución como suceso (y no como proceso transformador de larga duración), focalizado, por tanto, en la toma del poder, capaz de producir cambios desde arriba a escala del Estado-nación, que para esta concepción son los únicos que cuentan.

El anclaje en el tiempo corto, la más engañosa de las duraciones, según Braudel, no puede sino ser funcional al capitalismo. Por el contrario, el tiempo largo y la memoria histórica nos abren otras ventanas que van mucho más lejos y más abajo que los tiempos electorales, incluso que los tiempos de la destrucción de la acumulación por despojo.

El grueso del pensamiento crítico mira hacia el futuro, rechaza el pasado o apenas lo nombra como anécdota, y para influir en ese futuro se vuelca en lo inmediato, queda prisionero de una realidad que no es, en modo alguno, toda la realidad existente. Si sólo nos enfocamos en perceptible a simple vista, no podríamos salir del tándem izquierda-derecha o progresistas-conservadores. Esa es una de las trampas del tiempo corto y del empeño de influir en la coyuntura aún perdiendo el norte ético.

Por eso Walter Benjamin enfatiza, en Sobre el concepto de historia, en la importancia de que la acción emancipatoria se nutra de la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados (El filósofo Stefan Gandler ha desarrollado esta idea en Para un concepto no lineal de historiahttps://goo.su/JLrEu–).

En efecto, si la lucha anticapitalista se referenciara sólo en la perspectiva de una sociedad emancipada, la memoria sería apenas un adorno, un compilado de citas para lucir en las celebraciones. Por el contrario, la memoria alimenta la digna rabia: “Los pueblos zapatistas, cuando miran al pasado, miran y hablan a sus muertos. Les piden que cuestionen el presente –con ellos incluidos–. Y así es como se asoman al futuro”, dice el comunicado “Diecisieteava parte: Nunca Más…” (https://goo.su/DrzgMb).

Para los pueblos, los dolores del pasado son parte de su vida actual y deben hacer algo por resolverlos. En esta lógica, el futuro no está escrito ni es inevitable, ni es el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas como cree el marxismo economicista.

Para las izquierdas el futuro sigue siendo la próxima elección o, en el mejor de los casos, una revolución siempre lejana. Los pueblos nos dicen que se puede mirar el pasado y a la vez seguir resistiendo en el presente, mientras se va construyendo lo nuevo.

Para los guaraní mbya el futuro no está delante, sino atrás y lo que tienen delante es el pasado. Se trata de otros marcos mentales.