Opinión
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Cuentas y nudos
E

l cierre del quinto año de gobierno ha llegado. Lo que resta para completar este corto sexenio son unos cuantos meses. Por lo pronto, el Presidente se aplica a inaugurar sus obras insignia y algunas que otras de complemento. Poco importa que ciertas de ellas estén todavía en proceso de finiquito. La explicación para tal falta se puede encontrar en la urgencia de darles el acabado final y no dejarlas inconclusas. Poner fechas perentorias ayuda a conciliar la prisa con la calidad, puesto que están destinadas a servir. De este modo trepidante, lo comprometido se torna un acicate de trabajo ante la ciudadanía.

Pero no toda la población recibe con beneplácito lo que sucede. Hay porciones de la sociedad que se resisten a conceder cualquier triunfo, o logro, cuando éste se puede atribuir al mandatario federal. Todo lo que de esa altura política provenga queda bajo escrutinio negativo. Más aún, menosprecio y pronóstico de ineficacia, fracaso o ansias de poder concentrado. Es notable la oposición que ya se prolonga por estos cinco años transcurridos. No han cedido ni un solo día. Sus sentencias condenatorias no han parado. Al contrario, llegan a situarse ante el mismo ridículo que acarrea incredulidad popular ante tan consistente modo de enfocar la realidad circundante. Al país mismo lo sitúan al borde del precipicio. Poco importa que la economía hasta haya escalado lugares en el ranking mundial. Se sigue afirmando que todo está a punto de desmoronarse. Las grandes obras emblemáticas de esta administración reciben epítetos al por mayor. La refinería de Dos Bocas es un monumento inservible que no producirá gasolina alguna y ya cuesta el doble de lo presupuestado. El aeropuerto Felipe Ángeles es una central camionera que apenas compite con aeropuertos pequeños de provincia. El Tren Maya ha sido un agente depredador de selva y ruinas antiguas. Y, para terminar, el consecutivo desprecio, al ferrocarril interoceánico lo catalogan como proyecto sin sentido alguno. La apertura de 12 parques industriales, ya concesionados, pasan desapercibidos. En uno de ellos se desarrollará un novedoso y enorme proyecto de hidrógeno verde. Las conexiones que esta visionaria y prometedora obra de mexicanos esforzados quedarán, según visionarios críticos, en el franco olvido. Hasta la misma preferencia por el sur/sureste pasa a formar parte de la falta de planeación y sólo obedece a la obsesión del señor al mando desde su palacio. Puras improvisaciones sin rumbo maestro que los haga eficientes.

Las cuentas siguen brotando como ayudas a la crítica. Los rendimientos que pueden lograr caen en el fondo del abismo eficientista neoliberal. Los costos-beneficios que hacen los sacerdotes supremos demuestran y reprueban lo mal y erróneo que se ha procedido. Todo cuesta el doble, el triple o, simplemente, deriva de la más trágica decisión autoritaria por haber cancelado un hub texcocano. Esa obra gigantesca que daría a México un lugar mundial y reconocimiento de altura insospechada. Se alega que, su inconsecuente cancelación, obedeció a enorme corrupción, apuntada con frecuencia, pero nunca comprobada. La misma manera de plantear, con deuda pública oficial desproporcionada, jamás se analiza. Soslayan que, aún a esta altura, la obra continuaría en proceso inacabado y habría absorbido todo el presupuesto inicial y muchas adiciones multimillonarias. Y, lo peor, el hundimiento de las obras, entrevisto e ignorado con soberbio aire olímpico, estaría cumpliendo su funesto presente.

Sin amedrentarse, esta administración, capitaneada con celo envidiable por el Presidente, continúa adelante. En un futuro no muy lejano, se podrá certificar que una gran parte de la población del sureste se habrá trepado, con buen ánimo y necesidad, en el ya famoso Tren Maya. Los monumentos que serán visitados por millones de mexicanos les aportarán un cacho enorme de su historia pasada. Eso les añadirá orgullo y formación ciudadana que rebasa con creces las cuentas chicleras de los tecnócratas desplazados del ágora nacional. La trascendencia de los hechos sociales y políticos de la administración ayudarán a revertir esa manera derrotista de ver a la democracia, que con valentía se empuja. Dirán, una y otra vez, que es tarea incompleta y frustrada. Y seguirán ciertos críticos consagrados que aún se piensan de izquierda, repitiendo sus conocidos mantras circulares. Pues no dejan, semana alguna, para insistir en lo torcido de un desarrollo que privilegia a los de abajo, aunque, según su excelsa verdad, esté lleno de nudos que lo atoran. A lo primitivo de las visiones presidenciales y sus versiones dirigidas a la base popular, les achacan mentiras y polarizaciones continuas y malévolas. Un escenario de enfrentamientos inútiles que han dividido a los mexicanos. Sin apreciar sus contenidos, decisivos y valuados por entender que van a favor del pueblo.

(Tras un breve descanso, volveré a estas páginas a principios de enero.)