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El Quinto, el silencio y la memoria
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esurgió como si fuera el ave fénix, de entre las siete capas de pintura blanca con que quisieron borrarlo junto a la rebelión estudiantil que acompañó su creación. Es un mural pintado en terracota y negro, lleno de poderosos símbolos que parecieran convocar a la revolución armada. Se encuentra afuera del comedor de la Escuela Normal Rural Plutarco Elías Calles, en El Quinto, Etchojoa, el municipio más pobre de Sonora.

Destaca un rifle con raíces en las manos y el símbolo de la palabra saliendo del cañón. Al centro, la cauda de una enorme estrella de cinco picos se suma a dos puños cerrados en alto. Puede verse al pue­blo sufriendo y gritando, mientras la maquinaria del tiempo avanza inexorable. Una hoz reivindica el trabajo campesino.

El mural fue recuperado en noviembre de 1982, tras una huelga estudiantil. Cuenta el maestro Vidal Carlón Valenzuela, alumno de El Quinto y desde 2001 maestro de la institución: “El movimiento se debió a que como estudiantes no teníamos representación ni siquiera de jefe de grupo. La parte oficial era dueña absoluta de la escuela a raíz de los movimientos de 1979 y 1980, cuando expulsaron a los tres que a la postre fueron desaparecidos por la Dirección Federal de Seguridad (DFS): El Charro, El Chuchi y El Guayo.

En ese tiempo, las paredes de la escuela estaban blancas. Las autoridades mandaron encalar las pinturas que inundaban los muros, sobre todo las del auditorio. Todos los murales se ocultaron. ¡Todos!”, recuerda indignado el profesor Vidal.

“Cuando se logró el triunfo a principios de noviembre de 1982, un compañero de cuarto que se llamaba Natanael, pidió a los que estábamos en primero que le ayudáramos a rescatar el mural. Ni modos que no le hiciéramos caso. Además de que se dejaba querer, sabía pedir las cosas.

Él había participado en esta obra. Estaba muy interesado en recuperarla. Duramos casi dos semanas lavando, relavando y tumbando pintura. Calculamos que tenía siete pasadas, de las ganas que tenían de ocultarlo. Natanel nos pedía que lijáramos con cuidado y que tratáramos de dañarla lo menos posible. Ya descubierta, ellos la repintaron. Así quedó.

Aunque el auditorio será eterno y es el eje rector de la vida artística, política, social, cultural y académica de la escuela –dice Carlón–, los únicos vestigios que nos quedan de lo que era la normal son las mesas del comedor, la puerta de El Quinto viejo y el mural que recuperado.

“Este es el único mural que queda de cuando El Quinto tenía alumnos normalistas rurales por necesidad. Ahora es otra concepción, es otro tiempo, son otras visiones, y es otro el nivel y origen de nuestros estudiantes. Pero este mural es lo que nos une al normalismo rural de los 80 y hacia atrás. ¿Será originalmente José Hernández Delgadillo su autor? Pudiera ser, me dije yo. Me quedé con eso. Tiene todo el estilo, pero aún hay que ver.

Reflexionando sobre el mural, y platicando con los alumnos, empecé a tratar de entender lo que era el fusil, la mano, la raíz de los personajes que están en la obra. A mí me hablan de una relación con el cosmos. Y, sobre todo, los puños revolucionarios y los fusiles que apuntan hacia el sur y acá la lucha contra el norte. La verdad, no sé de murales, mi relación con esta obra es que ayudé a rescatarla.

Más que por vocación, Carlón fue normalista rural por necesidad. Entre los ocho y los 18 años de edad fue pizcador de algodón. Cuando le preguntaban: ¿para qué vas a estudiar en El Quinto. Él respondía: no sé pero es gratis, ahí te dan una beca. Ya en la escuela, las cosas cambiaron: le encontró el gusto a la docencia. Aquí conoces la profesión, te identificas con ella, te enamoras, la conquistas o se autoconquistan, te casas primero en unión libre, pero, cuando enseñas a leer a tu primer alumno en la escuela primaria y te dicen por primera vez maestro, legalizas la unión. Y es para siempre.

La Normal Rural El Quinto tiene sus raíces en la Casa Corrección de Ures, Sonora, fundada en 1931. Enfrentados maestros y alumnos con creyentes religiosos, la escuela se trasladó en 1937 a Etchojoa. Esa es la fecha oficial de su nacimiento. En 1969, escribe el profesor Alfredo Ayón Nériz, en el libro Bellotas y birlotes, llegaron a la institución alumnos de otras normales rurales cerradas por Gustavo Díaz Ordaz. Descontentos, los jóvenes organizaron una huelga. Las autoridades respondieron expulsado y negando la reinscripción de los inconformes.

Poco más de una década después, los estudiantes apoyaron luchas campesinas y populares y se fueron a la huelga. En lo que fue una verdadera cacería de brujas, en 1980-81, las autoridades reprimieron el movimiento, sacaron a los principales activistas de la escuela y la DFS los persiguió. Entre otros, Irineo García Valenzuela, Marco Antonio Arana Murillo ( El Charro) y Gonzalo Esquer Corral, Jesús Abel Uriarte Borboa ( El Chuchi), Eduardo Echeverría Valdés ( El Guayo) fueron detenidos y desaparecidos (https://shorturl.at/CIRTY) y https://shorturl.at/nrs03).

Vidal asocia la pintura con los desaparecidos. “Creo que por aquí andan en este mural El Charro, El Chuchi y El Guayo. En el movimiento de 1982, la mamá de Marco Antonio Arana Murillo estuvo con nosotros, era la cocinera. Estaba reciente la desaparición de El Charro. Había mucho hervor y fervor, por la necesidad de ver al hijo. Jamás lo volvieron a ver. Ellos eran de Etchoropo, pueblo cercano al que yo soy originario, que es Juliantabampo.”

A unos metros del mural del fusil con raíces, los estudiantes crearon otro al que titularon Fuimos silenciados por gritar verdades. En él, aparecen los rostros y nombres de nueve jóvenes, incluidos El Charro, El Chuchi y El Guayo, desaparecidos durante la guerra sucia. Desde las paredes de El Quinto, la memoria se niega a ser silenciada.

Twitter: @lhan55