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Weimar: una advertencia
D

escrita de la manera más sencilla posible, esa singular y fascinante encrucijada de tiempo, espacio, circunstancias e ideas que fue la República de Weimar puede ser vista como la consecuencia directa de la Primera Guerra Mundial y el antecedente inmediato de la Segunda, con secuelas duraderas que siguen presentes en el mundo de hoy. Es a este intenso y explosivo periodo histórico que Jacobo Dayán dedica su atención en su reciente libro titulado sencillamente República de Weimar. Tal sencillez, sin embargo, es engañosa: los muchos méritos del atractivo texto de Dayán comienzan en el subtítulo de la obra: La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento. Además de sus significados más profundos, tal subtítulo anuncia con claridad lo fundamental que el lector encontrará en estas páginas: República de Weimar no es sólo un ensayo político e ideológico, sino también, de manera destacada, un ensayo social, artístico y cultural en el que el autor entreteje con dosis iguales de lógica, rigor y fluidez, las redes de vasos comunicantes que surgieron en diversos ámbitos creativos como respuesta y reacción a los horrores que se vivieron en Alemania en esos años (1918-1933), consecuencia de la guerra perdida, el Tratado de Versalles y la asfixia a la que el país fue sometido por las potencias vencedoras.

Para algunos de sus lectores (yo incluido), la médula de República de Weimar está en la certera exploración del potente trabajo intelectual y artístico que se generó en las nuevas circunstancias de entreguerras. Dayán alude, en muchos casos con ejemplos puntuales, al desarrollo del pensamiento científico en diversas ramas, a la creación literaria, a las audaces propuestas visuales y plásticas del expresionismo alemán. Y claro, como todo es personal, el autor enfoca su mirada (y su oído) de manera particular en dos de las pasiones que con más fuerza lo mueven: la música y el cine. Como consecuencia, su libro ofrece al lector dos aspectos de alto valor añadido para quien quiera adentrarse más a fondo en estos terrenos: una filmografía explícita y una playlist implícita que invitan a ser consultadas de inmediato. En ese contexto del pensamiento, la cultura y el arte como esencia del perfil de la República de Weimar, Jacobo Dayán describe con fuerza particular cómo después de la explosiva liberación de los talentos creadores de aquella Alemania, fomentada en un principio por mayores libertades, vino el péndulo de la censura y la represión, culminando en aquella aberración que fue el señalamiento por decreto de lo que era válido y lo que era Entartete Kunst (arte degenerado). El autor señala con claridad cómo en los estertores de muerte de esa democracia y el tránsito al nazismo, el arte degenerado fue una excusa a modo para extender al ámbito de la cultura el señalamiento de los chivos expiatorios políticos, sociales y económicos del momento: la culpa de la catástrofe alemana era de los otros, los traidores, los judíos, los comunistas, los negros, los homosexuales. El discurso no ha cambiado mucho: hoy son los neoliberales, los reaccionarios, los conservadores y un largo etcétera.

Cualquier lector atento e informado que se adentre en las páginas de República de Weimar: La muerte de una democraci a vista desde el arte y el pensamiento podría deducir que Dayán traza claras e inquietantes analogías entre las circunstancias y acontecimientos de aquel tiempo y lugar con los nuestros propios, hoy y aquí. Pero tal deducción no es necesaria, porque desde las primeras páginas de su libro, el autor manifiesta con claridad y sin ambages su preocupación por los paralelismos evidentes, lo que automáticamente convierte esta sólida lección de historia, cultura y arte aparentemente ajena y lejana, en una potente declaración admonitoria para nosotros: el tránsito de la intolerancia al autoritarismo y de ahí al totalitarismo es más fácil y frecuente de lo que quisiéramos creer.

Este iluminador libro de Jacobo Dayán puede (debe) leerse, entre otras cosas, como una llamada de atención, porque deja muy claro que ahí está, expuesta con toda claridad, la escritura en la pared. Depende de nosotros, y es nuestra obligación, mirarla, leerla, entenderla y, sobre todo, atenderla. Mucho nos va en ello. En la República de Weimar no la atendieron y así estamos hoy.